CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Su Horizonte Mariano

Intuición genial, o más bien inspiración divina la del Concilio Vaticano II al haber hecho pasar el misterio de María del plano puramente devocional al piano dogmático de la historia de la salvación, indisociable del misterio de Cristo y de su Iglesia. El papel central de la Madre de Jesús en la Obra de la Redención se destaca claramente en el Calvario, cuando Cristo pronunció estas palabras creadoras: "He aquí a tu Madre". Todas las generaciones cristianas y todos los pueblos la han reconocido como su madre.

México, particularmente, desde las célebres y milagrosas apariciones de la Madre de Dios al pobre indio Juan Diego, la venera con un fervor excepcional como Madre de la Nación. Para comprender la devoción filial, extraordinaria hacia la Virgen de la colina del Tepeyac, Nuestra Señora de Guadalupe, es preciso haber estado en su Basílica. Cuántos peregrinos llegan allí rendidos por la fatiga. Acuden de toda América. En los momentos difíciles de su vida cada mexicano toma como dichas para sí las palabras de María al pobre indio, su hijo: "¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?"

Conchita, Hija de México, espiritualmente formada en el ambiente mariano característico de su patria; nos muestra a la Sma. Virgen de Guadalupe siempre presente en su vida.

Acudía a menudo, sola o con su marido y sus hijos, al santuario mariano para "vaciar allí su corazón", como una hija con su madre. (Diario, marzo 24, 1894).

Su Diario nos la presenta recurriendo constantemente a María en sus penas y en sus alegrías hasta el fin de sus días. La devoción filial a la Madre de Dios tiene raíces profundas, en lo más íntimo del corazón mexicano.

Las Obras de la Cruz nacieron bajo la protección maternal de Nuestra Señora de Guadalupe. Su imagen estuvo en la pobre y humilde capilla del primer Oasis de las Contemplativas de la Cruz; los Misioneros del Espíritu Santo fueron fundados en la Capilla de las Rosas, en el lugar de la última aparición de la Madre de Dios; y el mismo día de la Coronación Pontificia de Nuestra Madre de Guadalupe se erigió en la cumbre del Tepeyac el símbolo de las Obras de la Cruz, la Cruz del Apostolado, que desde entonces domina toda la ciudad de México.

Toda la vida espiritual de Conchita está envuelta en el amor a la Madre de Dios. Recordando sus primeros años escribe: "Sentimientos muy tiernos me los dio el Señor para con la Sma. Virgen. En los caminos guardaba yo silencio encantándome repetir, pensando en lo que decía, oraciones y plegarias a esta Virgen benditísima: fue una devoción que me infundió mi buena madre en sus rodillas" (Aut. I, 30). 

La verdadera devoción a María es:

-consagración y entrega: desde las primeras páginas de su Diario escribe: "María, mi Madre querida y tierna me consagro a ti de una manera especial para servirte siempre"...

--es sobre todo imitación de sus virtudes: "Jesús me dijo: la criatura más santa y perfecta que en el mundo ha existido fue María; ¿y sabes por qué? Porque correspondió desde el primer instante de su ser a las inspiraciones del Espíritu Santo... María es la mejor maestra de la vida espiritual (Diario T. 6, p. 192-193, septiembre 22, 1895).

Su horizonte Mariano

La piedad de Conchita es esencialmente dogmática. Gusta de contemplar a la Madre de Jesús dentro del plan eterno de Dios y en su desarrollo histórico a través de los principales misterios de la salvación. Su mirada de fe la descubre ya en su preexistencia eterna en el pensamiento de la Trinidad. El Señor le explica así este misterio: "Para ti hay existencia, para Dios todo es preexistente: en El no hay tiempo. Ya María era desde toda la eternidad, porque la había forjado en su entendimiento la Trinidad misma: ya era su delicia: un ideal realizado al concebirlo, porque así son las cosas en Dios, que al preconcebirlas son realizadas. Ya María era la Reina de los cielos..."

"Era bella con la belleza de un Dios . . . virgen con la fecunda virginidad de la Trinidad... criatura sin mancha y perfectísima... alma preservada ya en el seno del Padre, que jamás sería contaminada, ¡qué digo!, ni tocada con sombra de pecado. Era ya ahí, desde aquella eternidad, Hija, Esposa y Madre, recreándose las tres divinas Personas en aquella obra perfectísima, que maravillaría al cielo y a la tierra en todos los siglos...

"¡Qué grande es María en sus múltiples perfecciones y sobre todo en la Encarnación virginal del Verbo, que desde la eternidad la preparó! Enamorada la Trinidad de esa criatura incomparable, por eso, el Verbo se hizo carne... Él la preparó con todas las gracias y primores del Espíritu Santo, con la abundancia de un Dios, para hacerla su templo vivo". (Diario T. 23, p. 175-176, julio 23, 1906).

El misterio de la Encarnación del Verbo y de la maternidad divina es el centro de la reflexión mariana de Conchita.

Después de la Encarnación, el misterio del Gólgota es el que ocupa preferentemente su pensamiento. El Señor se lo ha explicado claramente: "Ella, al pie de la Cruz, vio nacer mi Iglesia y aceptó en san Juan a todos los sacerdotes, en su corazón, en lugar Mío, y además a la humanidad entera, como su Madre" (Diario T. 51, p. 310, abril 8, 1928).

Uno de los temas más familiares de su contemplación es el de la participación de María en nuestra redención, por la Cruz: "Hoy volví a entender las penas indecibles del corazón purísimo de María, la única que leía y comprendía los padecimientos internos, los sufrimientos de su Hijo divinísimo... cómo sólo Ella sabía medir sus penas, entender su pureza, su inocencia, sentir también el peso infinito de la ingratitud humana que llevaba sobre sí.

"María vivió una vida de dolor inocente, que en unión de su santísimo Jesús alcanzaba gracias para los culpables... María, desde que aceptó la divina Encarnación, no se separó de su mente el plan divino y, lacerado su purísimo corazón de Madre, contempló, resignada al martirio, al Mártir inocente y divino.

"La vida de esta Virgen Madre fue la vida más crucificada después de la de Jesús... la meditación constante del futuro siempre tenía lacerada a su alma en aquella casita de Nazareth. ¡Quién hubiera visto a aquellos purísimos Corazones viviendo al parecer una vida común y llevando en sí el martirio más cruel por la salud del género humano!, ¡oh María tuvo inmensa parte de la redención del hombre!, ¡qué grande es María y cuánto le debemos!" (Diario T. 10, p 274-275, septiembre 1º, 1898).

"María, impregnada de todos los misterios toma parte muy activa en el concurso de la Iglesia, en implorar perdones y derramar gracias" (Diario T. 49, p. 93, octubre 6, 1927).

Conchita admira en María a la criatura "que está más cerca de Dios porque es la más pura criatura que ha existido y existirá... Vi, cómo ni un pequeño polvo manchó su purísima alma... cómo prevenida con la gracia jamás desperdició una sola, cooperando siempre sobre todo con la humillación y el dolor". (Diario T. 10, p. 169, agosto 29, 1898).

El Concilio Vaticano II se empeñó en ponderar el lugar de María en el plan divino, en el interior de la Iglesia, pero en la cumbre: "aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas" (L. G. N° 53), "después de Cristo ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros" (L. G. N° 54). El Señor se complacía en descubrir a Conchita la grandeza divina de su Madre: "María es después de la Trinidad y de mi gloriosa Humanidad la más grande criatura que existe y que podrá existir en el cielo, porque Dios con ser Dios no podrá hacer cosa más digna, más perfecta, ni más hermosa, pues que lleva en su ser el reflejo de todas las perfecciones de Dios comunicadas. Por esto la gloria que en el cielo tiene María excede a toda la de los ángeles y santos". (Diario T. 24, p. 42, agosto, 1906).

"Ella también perteneció a la Iglesia militante..., es ahora la depositaria de los tesoros de la Iglesia, como en la tierra lo fue del Verbo hecho carne, en donde se reúnen y de donde brotan todos esos tesoros" (Diario T. 41, p. 102, febrero 27, 1927).

Así el panorama mariano de Conchita coincide con los horizontes del Vaticano II. Contempla a María en el desarrollo del plan divino. Pablo VI hacía notar, con razón, que jamás la Iglesia había contemplado a María en el interior del misterio eclesial en una síntesis tan vasta y poderosa (Discurso de clausura, noviembre 21, 1964). Esta mirada de sabiduría ordena todo su misterio desde las cumbres como un faro luminoso que dirigirá todos los progresos de la doctrina mariana del futuro.


 

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