CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

La Encarnación Mística

Al subrayar el valor único del amor, Conchita apunta a lo más esencial del Evangelio: "amarás a Dios con toda la mente, toda la voluntad y todas las fuerzas" es el primer mandamiento al cual todo se orienta: la Ley y los profetas. Los maestros espirituales han descrito las tres etapas clásicas de esta ascensión a Dios por medio del amor.

Santo Tomás de Aquino, siempre cuidadoso de explicar las cosas por sus causas, ha sabido enlazar estas tres fases con otros tantos efectos del amor.

--en los principiantes el esfuerzo primordial es desechar el pecado y las imperfecciones, purificarse de las faltas pasadas y librarse de ellas en adelante: el primer efecto del amor es luchar contra los obstáculos;

--en los proficientes el amor se dedica ante todo al ejercicio de las virtudes, medios indispensables para nuestra a unión con Dios.

--en los perfectos el amor descansa en su término: el gozo de las tres Personas divinas y la consumación en la unidad de la Trinidad (Cf. III Sent. 29, 8, 1).

Los grandes místicos han descrito extensamente estas etapas superiores de la vida espiritual. Así los dos maestros incomparables del Carmelo: san Juan de la Cruz y Teresa de Avila. En forma no menos genial santa Teresa de Lisieux ha simplificado todo en el amor. Si, no son solamente dos los grandes doctores que el Carmelo ha entregado a la Iglesia, sino tres y de primera magnitud.

La unión transformante no es uniforme. Hay mil formas o más bien una infinidad de realizaciones posibles, de acuerdo con la libertad creadora del Espíritu de Dios y las diversas necesidades, siempre cambiantes, en las diversas épocas del Cuerpo místico de Cristo.

Conchita nos presenta un nuevo tipo de unión transformante. También ella experimentó la nostalgia de Dios y de las cumbres. Adolescente aún, subió rápidamente los primeros peldaños de la vida espiritual. A los diecinueve años, después de la muerte de su hermano Manuel, se estabiliza, primero en su vida de jovencita, después como recién casada, en la firme y resuelta exclusión de todo pecado y en la ascensión hacia Dios cada vez más heroica. En 1894, a los treinta y un años, después de haber grabado el monograma de Jesús en su pecho, tuvieron lugar los desposorios espirituales (23 de enero de 1894) y tres años más tarde (9 de febrero de 1897) el matrimonio espiritual, sobrepasado más tarde por la encarnación mística (25 de marzo de 1906), la cual "más allá" del matrimonio espiritual, es una forma superior de "unión transformante", ya que existe una infinidad de grados posibles de unión entre la criatura y Dios.

Los especialistas de la vida mística deberán examinar minuciosamente este punto que abre nuevos horizontes a las ciencias de la vida espiritual.

La encarnación mística, a pesar de ser tan poco frecuente, es una gracia de transformación en Cristo recibida en germen en el bautismo.

En 1913, cuando Conchita fue examinada en Roma, el Señor, le manifestó el sentido profundo de la encarnación mística:

La encarnación mística es una gracia de transformación en el Crucificado.

"La encarnación mística es una gracia transformativa en el sentido de asimilar a la criatura con su modelo Jesús, que soy Yo. Es gracia transformante unitiva que no repugna en nada con las infinitas misericordias mías. El Verbo hecho carne toma posesión íntima del corazón de la criatura como tomando vida en él por cuanto a la unión transformativa, aunque siempre dándole Él la vida, esa Vida de la gracia, asimilante por medio de la inmolación principalmente. Encarna, nace, crece y vive en el alma Jesús, no en el sentido material, se entiende, sino por la gracia unitiva y transformante. Es muy especial este favor y el alma que lo recibe siente más o menos periódicamente los pasos de la vida de su Jesús en ella. Se marcan estas etapas de vida siempre envueltas en dolor, en calumnias y humillaciones, en sacrificio o expiación, que esa fue la vida de tu Jesús en la tierra".

"Cuando el Espíritu Santo toma un alma de este modo, le va imprimiendo poco a poco la fisonomía de Jesús, en ese sentido que te dejo dicho. De suerte que al decir encarnación mística debe considerarse que el alma entra en un período de gracias transformativas que la llevarán, si corresponde, a la identificación de su voluntad con la mía, a simplificarla, para que la unión con Dios sea la más asimilable posible.

Este es el fin que la encarnación mística con que el Espíritu Santo regala a ciertas almas.

"En concreto, la encarnación mística no es más que una gracia potentísima transformativa que simplifica y un, por medio de la pureza y de la inmolación con Jesús haciendo al alma, a toda la criatura, en lo posible, semejante a El. Con este parecido del alma con el Verbo hecho carne, el Padre eterno se complace; y el papel de Sacerdote y Víctima que tuvo Jesús en la tierra se le comunica a esta alma para alcanzar las gracias del cielo sobre el mundo. Porque mientras más un alma se asemeja a Mí más el Padre eterno la escucha y no por lo que ella vale, sino por el parecido y unión Conmigo y con mis méritos, que es lo que vale para alcanzar gracias" (Diario T. 38, p. 591-592, diciembre 11, 1913).

La encarnación mística, en resumen, es una gracia de identificación con Cristo, Sacerdote y Hostia, por la cual quiere continuar en los miembros de su Cuerpo místico su misión de glorificador del Padre y de Salvador de los hombres; es una gracia especial de transformación en el alma sacerdotal de Cristo.

Este es el tipo de unión transformante descrito por la doctrina de la Cruz.

La ofrenda de amor

El acto principal de la encarnación mística es una oblación realizada no en los actos sino en un mismo impulso indivisible: la oblación de Cristo a su Padre y en unión con El, por El y en El la ofrenda total de nuestra propia vida para la salvación del mundo y la mayor gloria de la Trinidad; el movimiento principal consiste en la oblación del Verbo a su Padre, acompañada de la ofrenda personal e inseparable de nosotros mismos, oblación sin reserva, constantemente renovada, de todo nuestro ser a Io largo de todas las etapas de nuestra vida espiritual, en unión con Cristo.

En muchas ocasiones el Señor explicó claramente a Conchita este doble aspecto de la única ofrenda de amor de Cristo con su lglesia. Esta ofrenda de amor, quintaesencia de la espiritualidad de la Cruz es una oblación indivisible del Verbo encarnado y de todos los miembros de su Cuerpo místico. En la Cruz Jesús estaba solo en la ofrenda a su Padre en expiación por todos los pecados del mundo; ahora El se ofrece con toda la Iglesia, consciente de la unidad de esta oblación de amor del Cristo total. "El Verbo sólo se encarnó y se encarna místicamente en las almas para ser sacrificado. Es el fin de todas las encarnaciones místicas... Tu Verbo acaba de encarnar místicamente en tu corazón... para ser sacrificado constantemente en un altar, no de piedra, sino en un templo vivo del Espíritu Santo, por un sacerdote y por una víctima que por gracia inconcebible ha recibido el amor de participación del Padre. Quiere el Padre que Yo, unido con tu alma de víctima, haga que me sacrifiques e inmoles con ese su mismo amor en favor de un mundo que necesita una conmoción y una gracia de esa naturaleza para volver en sí, abrazarse de la Cruz y salvarse" (Diario T. 28, p. 129-131, octubre 22, 1907).

El alma así crucificada está llamada a vivir, no en las perspectivas estrechas de sus preocupaciones cotidianas, sino en unión con Cristo y la mirada abierta a los amplios horizontes de la redención del mundo. Su vida recibe un valor proyectado a lo infinito; aún cuando sea tan poca cosa en sí misma ella posee un valor infinito de glorificación de Dios y de salvación de todos los hombres a causa de su unión con la Persona misma del Verbo encarnado, Sacerdote y Víctima. De aquí brota el incalculable valor apostólico de esa vida. Es el secreto de la fecundidad sin límites de la comunión de los santos. La existencia oscura y silenciosa de la Madre de Dios en el atardecer de su vida, en beneficio de la Iglesia naciente, revestía un inmenso valor corredentor en la aplicación de los méritos de Cristo, incomparablemente superior a todos los trabajos de los apóstoles y a los sufrimientos de todos los mártires.

"La encarnación mística lleva por fin el que me ofrezcas en tu corazón como víctima expiatoria, a cada instante, deteniendo la justicia divina y alcanzando gracia del cielo". (Diario T. 35, p. 25, febrero 2, 1911). Cristo y la Iglesia son uno solo en la misma Obra de Redención y de glorificación.

Conchita lo había comprendido perfectamente y había hecho de este ofrecimiento del Verbo para la gloria del Padre y del ofrecimiento constante de sí misma por amor, el todo de su vida.

"Este es mi Cuerpo"

"Volví a ofrecerme a la voluntad de Dios y le dije:

"Señor: acepto esa gracia de la encarnación mística con todas sus derivaciones de gozos y penas porque Tú así lo quieres, no porque soy digna.

"Insistiendo en que El me indicara el modo de usar de esa gracia me dijo: "El fin principal de esta gracia es la transformación, uniendo tus quereres a los míos, tu voluntad a la mía, tu inmolación a la mía. Debes, toda pura y sacrificada en tu cuerpo y en tu alma, ofrecerte y ofrecerme al Padre celestial a cada instante, a cada respiración a ser posible, en favor primeramente de mis sacerdotes y de mi Iglesia, de las Obras de la Cruz, del mundo entero, de los buenos y de los malos. Debes transformarte en caridad, es decir en Mí, que soy todo caridad, matando al hombre viejo y teniendo conmigo un solo corazón y sentir.

"Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, le repito Yo a cada momento en los altares al Eterno Padre: pues hazte digna en lo posible de ofrecer tu cuerpo y tu sangre y tu alma y cuanto eres, como alguna vez te dije, en esa inmolación continua en favor del mundo. Reproduce mi vida en ti, pero con el tinte del sacrificio, siendo un vivo holocausto para mi gloria. Sola nada vales pero en mi unión cumplirás tu misión en la tierra salvando almas en el secreto holocausto que sólo Dios ve.

"El fin de la encarnación mística es fundir mi vida en ti, en todos los pasos de la tierra. Déjate hacer, te dije un día y ahora te lo repito. Déjame vaciarme en ti, identificarte conmigo, transformarte por medio de mi vida divina en tu corazón, poseerte, simplificarte en Dios, en esa Unidad sin partes, por medio del Espíritu Santo. Todo eso quiero de ti por mis altos fines. Mira: si correspondes serás el canal de muchas gracias para el mundo, porque no serás tú sola quien pidas y te inmoles, sino Yo en ti atrayendo los dones y los carismas para las almas. Tú debes salvar muchas almas, llevarlas a la perfección, atraer vocaciones, alcanzar muchos celestiales favores a los sacerdotes, pero por este medio que te he dado, es decir por medio del Verbo con el Espíritu Santo" (Diario T. 39, p. 166-169, junio 30, 1914).

Esta ofrenda de amor es la quintaesencia de la espiritualidad de la Cruz.

"Quiero que seas mi hostia y que tengas intención renovada muchas veces de noche y de día de ofrecerte en mi unión, en todas las patenas de la tierra: que transformada en Mí por el dolor, por el amor y por las virtudes, se levante al cielo este grito de tu alma en mi unión: 'Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre'. Así, unificada por el amor y por el dolor con el Verbo hecho carne, y con sus mismas miras de caridad alcanzarás gracias para el mundo ofreciéndome y ofreciéndote por el Espíritu Santo y con María al Eterno Padre.

"Mira, este es el fin, la esencia de mis Obras de la Cruz: un conjunto de víctimas, unidas a la gran víctima, Yo, toda pura y sin levadura de concupiscencias, todas reflejando en sí mismas mi pasión, para que se levante al cielo un grito unánime que diga: 'Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre'. Es decir, transformarse en sacerdotes en unión del Sacerdote eterno, ofreciendo al cielo por la Iglesia y los sacerdotes sus hermanos, unos cuerpos crucificados, formando un solo cuerpo con el Mío, una sola sangre expiatoria e impetratoria con la mía, como miembros que son del que es la Cabeza, Cristo tu Redentor... Una hostia, una víctima, un sacerdote que se inmole y me inmole en tu corazón en favor del mundo. El Padre recibirá esta ofrenda que le presente el Espíritu Santo con agrado y lloverán las gracias del cielo en la tierra".

"Este es el núcleo, el globo, el conjunto concreto y esencia de la perfección en mis Obras de la Cruz. Claro está que mi inmolación basta y sobra para aplacar a la divina justicia de Dios, pero el cristianismo neto, la flor del Evangelio, ¿qué otra cosa es o a qué tiende sino a unir las víctimas en UNA, los dolores y las virtudes y los méritos en ese UNO que soy Yo para que tengan valor y alcancen gracias?; ¿qué otra cosa pretende el Espíritu Santo en mi lglesia sino esa unificación conmigo de voluntades, de sufrimientos, de corazones en un mismo corazón que es el Mío? ¿A qué otra cosa tendió toda mi vida sino a formar ese UNO conmigo por la caridad, por el amor? ¿A qué bajó al mundo el Verbo sino a formar con su carne inmaculada y con su sangre purísima una Sangre que expiara y alcanzara gracias? ¿Qué otro objeto tiene la Eucaristía sino unificar los cuerpos y las almas conmigo transformándolos y divinizándolos?"

"Y no tan sólo en los altares de piedra sino en los corazones, templos vivos del Espíritu Santo debe ofrecerse al cielo esta Víctima asimilándose, siendo las almas también hostias, siendo también víctimas... y Dios se conmoverá". (Diario T. 40. p. 289-295, junio 6, 1916).

En definitiva: la ofrenda de amor es el ejercicio continuo del "sacerdocio regio" del Pueblo de Dios.

Si releemos atentamente los textos bíblicos y los pasajes clásicos de san Pedro y de san Pablo sobre el "sacerdocio de los fieles" veremos que esta doctrina es la esencia misma del cristianismo.

San Pedro recuerda a los primeros cristianos su "sacerdocio santo", en vista de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (I P 2, 5). "Vosotros sois una raza elegida, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable, vosotros, que antes no erais pueblo, sois ahora el Pueblo de Dios" (I P 2. 9-10).

San Pablo, por su parte, exhorta a los discípulos de Cristo "a ofrecer sus personas como hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rm. 12, 1). Mejor todavía: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados y andad en el amor como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante" (Ef. 5, 12).

Esta doctrina del "sacerdocio regio" de todo el Pueblo de Dios fue uno de los puntos culminantes del Concilio Vaticano II. Es impresionante la identidad de algunas de las expresiones conciliares con los textos mismos de Conchita. La concordancia, aún verbal, es notable.

"Es pues la celebración eucarística el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Enseñen los presbíteros a los fieles a ofrecer al Padre en el santo sacrificio de la misa la víctima divina y a ofrecer la propia vida juntamente con ella" (P. O. No. 5).

Nos sentimos aquí en el corazón mismo del cristianismo, y cómo un mismo Espíritu anima la fe de todos.

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"Mi doctrina es siempre universal", declaraba el Señor poco tiempo después de la encarnación mística. Conchita era consciente de esta catolicidad de la doctrina de la Cruz. En el prólogo de su opúsculo sobre las virtudes perfectas (Arco Iris) destinado a la formación de las contemplativas de la Cruz apuntaba que sus páginas estaban también destinadas a todas las demás religiosas porque el "espíritu de la Cruz: es el Evangelio". Juicio que será ratificado por Jesús mismo más tarde, como lo hizo con santo Tomás de Aquino hacia el final de su vida.

"La doctrina de la Cruz es salvadora y santificadora: su fecundidad asombrosa, porque es divina. En ella está el germen de muchas vocaciones, de grandes santidades, pero está inexplotada. No fue dada esta doctrina de la Cruz para que esté oculta, oprimida, sino para que se extienda, enfervorice y salve... Tesoros ocultos ha puesto ahí mi bondad: pero ¿acaso para que quede esa luz bajo el celemín? No, que esa doctrina santa de la Cruz, que es mi Evangelio, debe esparcir su fecunda semilla y Yo te prometo que germinará y que dará frutos para el cielo... Esta preciosa mística, salida de mi corazón, deshará muchos errores espirituales y aclarará muchos puntos oscuros, llenándolos de brillante luz". (Diario T. 54, p. 8-11, noviembre 18, 1929).

Es, pues, el mismo Cristo quien vino a marcar esta doctrina con el sello supremo de la Verdad: "La Doctrina de la Cruz: es mi Evangelio".


 

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