CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Virtudes Cristianas y Dones del 
Espíritu Santo

El santo avanza hacia Dios "con pasos de amor", "gressibus amoris", dice san Gregorio. Cuando la Iglesia desea colocar a una persona sobre los altares a fin de que sea modelo para todos los demás miembros del Cuerpo místico, procede, a lo largo del proceso de canonización, al minucioso examen de la heroicidad de sus virtudes. El Señor mismo nos ha recordado esta ley fundamental: "Si alguno me ama, guardará mis mandamientos" (Jn. 14,15). Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento no cesan de recomendar al "justo" la práctica de todas las virtudes, no solamente de la fe, de la esperanza y de la caridad, sino de una multitud de otras virtudes: Ia paciencia, la longanimidad, la oración, la adoración, el respeto a las personas y a los bienes del prójimo. Yahveh, había promulgado el decálogo como código de la Alianza, el Sermón de la Montaña, carta magna de la perfección evangélica, animada por el Espíritu Santo, habla de los preceptos que hay que observar y de los vicios que deben evitarse. El eje de la santidad pasa por el ejercicio de las virtudes cristianas y de los dones del Espíritu Santo en el espíritu de las bienaventuranzas.

Es significativo señalar que el Señor tuvo gran cuidado en "dictar" a Conchita todo un tratado de Virtudes y de Vicios, acompañado de una exposición de las bienaventuranzas y de los dones del Espíritu Santo.

Ese tratado le fue "dictado" durante la tifoidea de su hija Concha: "Por aquellos meses de la enfermedad tan larga de Concha dictó el Señor aquellas virtudes que años atrás me había ofrecido, ¡Cuántas noches, velando a mi enfermita, frente a la Iglesia de la Encarnación y entre comuniones espirituales y actos de amor me hacía el Señor coger la pluma vaciándose El por su pobre criatura!" (Aut. I, 146-147).

De esta manera le dictó el Señor la descripción de noventa y tres virtudes y de ciento diez vicios, de las bienaventuranzas evangélicas y, un poco más tarde, de los dones del Espíritu Santo. El conjunto constituye una obra maestra práctica de espiritualidad.

No es posible aquí citar sino unos cuantos ejemplos espigados un poco al caso entre las virtudes teologales.

"Hoy, quiero hablarte de la fe"

"Hoy quiero hablarte de la fe". Entonces me vi envuelta y encantada entre una luz, pero en el entendimiento, más bien intelectual y en aquel recogimiento interno comencé a entender sobre le fe cosas divinas e inexplicables. Diré como pueda, así de feo, lo que entendí tan hermoso.

"La fe es el fundamento de la santidad; es una luz especial del cielo con que el alma ve a Dios en este mundo; es un rayo de luz que hiriendo el rostro de Dios lo hace visible al alma; es la vida, la fortaleza del espíritu; es el sol que lo calienta, lo ilumina, haciéndolo crecer siempre en perfección y santidad.

"Ama Dios tanto esta virtud, emanación directa de su misma divinidad, que el alma que la posee dispone, por decirlo así, de la voluntad de Dios, inclinándola a concederle lo que desea. Es una virtud a la que Dios no puede resistir, a la que tiene dado su poder, pero a la fe, se entiende, del alma humilde.

"La fe es una antorcha que ilumina con su luz la oscuridad del espíritu; solo con esta luz camina el alma firme por en medio de las espinas de la vida de perfección. De manera que la fe espiritual perfecta es indispensable y el punto capital del alma que se entrega a la vida interior. Consiste esta fe espiritual perfecta en un traspasamiento de todo lo creado e increado, de todo lo natural y sobrenatural del alma, fijando su mirada firme en un solo punto: Dios, y jamás separándose de El en ninguna circunstancia de la vida y de la muerte. Y si esta fe en otras almas derrama su luz e influencia divina, en las almas espirituales como que la afirma más y lleva todos los actos y movimientos mas allá de la tierra, a esas regiones oscuras en donde ella se sustenta, haciéndola adquirir grandes méritos.

"La fe, aunque es luz, vive en la oscuridad, se envuelve en las sombras y pocas veces la mira el alma; irradia dentro de ella haciéndola conocer o vislumbrar los tesoros y las riquezas del espíritu, pero muy pocas veces se exterioriza. Esta vida de oscuridad que purifica y da luz a las almas es la que hace adquirir el hermoso titulo de mártires de la fe; porque, verás, la vida del espíritu es vida de martirios, es decir, vida de Cruz, aunque en el ejercicio de las virtudes.

"La fe rasga el velo de los Misterios y el alma que posee esta virtud toca, siente y a veces mira mi presencia real en la Eucaristía. Este es el Misterio de fe por excelencia, eI Misterio del amor. El alma pura se ve arrastrada por este Misterio de fe y si no contempla en él la visión cara a cara, sí la deslumbra su esplendor, la consume su mismo ardor, y con la viveza de la fe se anonada ante el amor de un Dios que tan cerca contempla" (Diario T. 6, p. 236-239, octubre 31, 1895).

La virtud de la esperanza

"La virtud de la esperanza no es la que desea y pide ningún bien de la tierra, ni nombre, ni riquezas, ni honores: tiende su vuelo más alto y espera la posesión del mismo Dios, no por los méritos propios del alma, sino por los míos copiosísimos. El alma que posee esta santa esperanza se goza en ella, pero no por el bien propio que le resultará eternamente, sino que traspasando su bienestar justo y permitido pasa más allá y se regocija no en su gloria, sino en la gloria que por su pobre medio recibirá el mismo Dios.

"La virtud de la esperanza espiritual y perfecta consiste pues en suspirar constantemente por la posesión del Amado (no por el bien propio, sino por la gloria de Dios) trabajando prácticamente para dársela tomando y abrazando el Camino de la Cruz. Porque a este propósito me dijo Jesús: 'Como Yo soy tu Esperanza, también soy tu Camino. El que me sigue no anda en tinieblas, pero el Camino que Yo represento es la Cruz y el que quiera venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su Cruz y que me siga, poniendo sus pies en mis huellas ensangrentadas". Dice que esa Cruz es el edificio de la perfección: que ahí están los Misterios todos, los dones y los frutos del Espíritu Santo". (Diario T. 6, p. 250-251, noviembre 3, 1895).

Primacía del Amor

"El amor, dice, es la vida de toda oración y buena obra. Son muertas las obras del hombre y sus oraciones si no las acompaña el amor. El amor es fuego que todo lo inflama, fuego ardentísimo de Caridad divina que cuanto toca purifica. Cuando este amor santo se posesiona de un alma aviva en ella la fe y la esperanza, impulsándola a la práctica de todas las virtudes morales. El alma que me ama corre por los caminos de la perfección sin importarle las espinas que va pisando; llega pues a volar sin que para esto le impidan los mil obstáculos que se le interponen; ella los traspasa con el ardor interno de la viva fe y de la santa esperanza.

Las virtudes teologales tienen su asiento y su desarrollo en el amor, la Caridad les da vida y las impulsa hasta el cielo. No tiene el mundo idea de la grandeza de estas tres virtudes teologales que se fundan en el amor divino. Las almas no me aman y por eso se pierden; y de las almas que me aman o se llaman mías, ¡qué pocas son las que me dan todo su corazón!, siempre, casi, recibo parte de él, pero entero, ¡cuán pocas veces! Y sin embargo, quiero que se me ame con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. El corazón humano se reparte con las criaturas, con el mundo y consigo mismo; el amor propio se lleva la mayor parte, vive de él y respira por él. Exijo Yo el amor sobre todas las cosas; Io he impuesto como mandamiento para hacer feliz al hombre y salvarlo, y a pesar de esto, aún pocas, repito, son las almas que llevan a cabo mi soberana voluntad. Yo quiero su bien y ellas lo resisten; Yo les presento un tesoro y ellas lo desdeñan; Yo les doy la vida y ellas corren a la muerte. Amar y sacrificarse: ésta es la única felicidad del hombre sobre la tierra. Amar y gozar, la eterna dicha del cielo.

"Para arrancar los vicios y practicar las virtudes es necesario sacrificarse, pero sacrificarse amando; el alma que esto hace me ama con todo el corazón y Yo seré su eterna recompensa. Dame amor de esta clase, dame almas que me amen en el dolor, que se gocen en la Cruz; de este amor está sediento mi corazón; quiero amor puro, amor expiatorio, amor desinteresado, amor sólido el cual casi no existe en la tierra, y sin embargo es el verdadero, el que salva, el que purifica y el que Yo exijo en mis mandamientos. A Mí no me satisfacen otros amores de oropel; todos ellos vanos, ficticios y aún culpables; sólo los que te dejo explicados.

"Amame como Yo te amé, en la Cruz interna desde el primer instante de mi Encarnación; ámame en el dolor y en el sacrificio amoroso; ámame por ser Dios y únicamente por complacerme; este amor anhelo y deseo. Feliz del alma que esto haga, Yo le prometo que desde la tierra comenzará a gustar las delicias del cielo" (Diario T. 15, p. 378, septiembre 11, 1900).

Voluntad divina y abandono total

Su cuadro de virtudes y de vicios contiene no solamente virtudes específicamente definidas, introduce también virtudes sintéticas que son como la armonía de varias virtudes. Así por ejemplo, incluye la voluntad de Dios y el abandono total.

La voluntad de Dios

"La voluntad divina es el broche de oro que encierra y lleva en su seno a todas las virtudes ordinarias y a las espirituales perfectas. Ella las diviniza y hace que brillen con más esplendor ante la presencia de Dios. Aquilata el valor de cada una en las balanzas eternas y baña a las acciones del alma pura con un tinte especial en que el Espíritu Santo se complace.

"Es la más grande de las virtudes que un alma puede llevar consigo esta sujeción total y perfecta a la voluntad santísima de su Dios y Señor. Implica esta virtud sublime la completa práctica de todas las otras virtudes. Ahí concluye la escala de las virtudes morales, y el espíritu raya en la perfección al tocar este punto culminante en la vida del espíritu.

"Añadió el Señor: 'No fue otra mi comida y bebida espiritual desde el primer instante de mi Encarnación, que esta voluntad divina, por la cual y dentro de la cual ardía mi Corazón anhelando a todas horas su más perfecto cumplimiento. Por ella vine al mundo, por ella subí a la Cruz hasta concluir mi vida en el martirio más cruel. Ella endulzaba mi agonía y fue el único recreo de mi vida en mi paso por la tierra. Mil veces hubiera padecido por cumplirla. El amor activo y divino que en mi pecho ardía, su objeto principal elevaba a cumplir la voluntad divina en favor del hombre. La Redención no fue otra cosa más que el fiel cumplimiento de la voluntad divina. Su eco repercutía constantemente en el fondo de mi corazón amantísimo haciéndolo vibrar en favor de las almas y en glorificación hacia mi Padre.

"Hay un grado más alto en esta voluntad divina y consiste en el abandono completo dentro de esta misma voluntad de Dios. Este abandono llega totalmente a la cumbre más elevada de la perfección: es el peldaño más alto de toda virtud" (Diario T. 13, p. 377-379, junio 6, 1900).

El método es claro, fruto de una sabiduría divina comunicada por la experiencia de las cosas de Dios, bajo la moción personal de los dones del Espíritu. En un breve y sabroso tratado de los siete dones, los analiza uno por uno de esta misma manera igual que al presentar las Bienaventuranzas evangélicas.

El Amor es todo

No hay rastros de dolorismo en esta espiritualidad de la Cruz en la que el sufrimiento es la expresión suprema del amor.

Todo empieza y se consuma en el amor por la presencia vivificante y continua del Espíritu Santo. El largo tratado de virtudes y de vicios, de los dones del Espíritu Santo y de las Bienaventuranzas, se concluye con la afirmación rotunda del valor único del amor. Lo cual es muy significativo y entronca con la corriente del más puro Evangelio.

Cuando el Señor terminó sus "dictados", Conchita escribió en su Diario, subrayando su convicción personal: "El amor es el que da vida a todas las virtudes y obras buenas: EL AMOR ES TODO. (Diario, T. 15, p. 395, 19 de septiembre de 1900).


 

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