CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

La Escritora Mística

"Lo más admirable en Catalina, más que su misma vida, es su doctrina", declaraba el bienaventurado Raimundo de Papua, confesor de santa Catalina de Siena, quien no sabia ni leer ni escribir. No se conservan de ella sino cuatro cartas autógrafas, escritas hacia el ocaso de su vida y sin embargo es Doctora de la Iglesia: sus palabras, sus enseñanzas y sus ejemplos iluminarán a la Iglesia hasta el final de los tiempos. Podríamos hacer una reflexión semejante en el caso de Conchita.

Su cultura básica fue muy elemental. Nunca recibió instrucción literaria o teológica, aunque escuchó de su tío sacerdote, Luis Arias, hermano de su madre, la traducción de la Historia de la Iglesia de Darrás. Conchita amaba mucho la lectura, no solamente por afán de cultura, sino sobre todo con el deseo de encontrar alimento para su alma. "Toda la vida recuerdo haber visto claro el fondo de mi alma y grande disposición para retener todo lo que concierne al espíritu, como lecturas místicas, sermones; y si no las retengo en la memoria que la tengo malísima, sí como que penetran las verdades en el fondo de mi alma; el sentimiento místico existe en lo más escondido de mi espíritu y vibra como una cuerda al simple contacto de las cosas de Dios... Siempre me ha gustado leer y en los libros místicos he encontrado descanso, luz, recreo" (Diario T. 2, p.32, 1º abril 1894). Conchita posee un temperamento místico, es éste el rasgo más característico más constitutivo de su ser.

Siempre soñó con escribir; era una verdadera vocación: "Siempre he tenido inclinación a escribir. De dieciséis años escribí una historia de la vida que llevábamos en 'Peregrina', muy llena de Dios; le rompí la mayor parte" (Aut. I, p. 102). Más tarde invocará a santa Teresa de Avila para obtener la gracia de escribir.

Su primer director, el P. Alberto Mir, S.J. le prohibió toda lectura espiritual excepto el Evangelio y la Imitación de Cristo, y releer lo escrito por ella. Conchita obedece fielmente. 

Este mandato pone de relieve la intención especial de Dios y las luces del Espíritu Santo, el Maestro interior.

Sus directores espirituales le ordenaron escribir su "Diario". Las circunstancias tan variadas de su existencia la obligaron a escribir numerosas obras, pequeñas y grandes, y una voluminosa correspondencia prolongada hasta la edad de setenta y cuatro años. El Señor mismo, repetidas veces, la presionaba a tomar la pluma: "Escribe, escribe si quieres darme gloria" (Diario T. 14, p. 11, junio 18, 1900).

Los "dictados" del Señor

Reconstruyendo su itinerario espiritual para darlo a conocer a su nuevo y último director, Monseñor Luis M. Martínez. Conchita hace el balance de las gracias y los carismas recibidos del Señor a lo largo de su vida: "Cuánto, cuánto me ha hablado el Señor, dictando los Vicios y las Virtudes. Mucho me ha hablado de la Sma. Trinidad descorriendo ante mí los velos de los Misterios que muchas veces los veo como naturales sin llamarme la atención, como que así debe ser. Voy en el tomo cuarenta y cinco de las "Cuentas de Conciencia" y ahí hay un mundo de enseñanzas, de luces, de consejos, de secretos de Dios. ¡Qué dignación! Lo he oído (pocas veces en su voz natural) otras como dictando y corrigiéndome, otras con voz interior que suspende todo mi ser, indudable. En fin. El puede comunicárseme de mil modos. Cuántas gracias para mi pobre alma: método, consejos, enseñanzas particulares, y su voluntad manifestada de tantos modos" (Diario T. 45, p. 259, julio 3, 1925).

La expresión: "dictados del Señor" debe comprenderse bien: en un sentido amplio y flexible. No se trata del "dictado" palabra por palabra de un profesor a su alumno sino de un régimen de iluminaciones divinas que se adapta al sujeto receptor de acuerdo con su temperamento, su cultura y las circunstancias y modalidades tan variables de la vida. Las dos leyes fundamentales de la adaptación y del progreso, evidentes en el proceso histórico de la Revelación divina a los profetas y demás escritores inspirados se encuentran también, proporcionalmente, en las revelaciones privadas. Dios toma en cuenta la psicología del sujeto. "El nos ha hablado de diversas maneras" (Hb. 1,1). Dios no se comunicó de la misma manera a Isaías y a Amós, a Teresa de Avila, a Angela de Foligno y a Conchita. Un texto muy expresivo del Diario de Conchita nos muestra la flexibilidad de adaptación de la pedagogía divina: "También el modo de comunicárteme lleva en sí el tinte de la unidad, porque en Dios UNO, así son las cosas, simplificadas en todas sus parte. Por ejemplo: Yo de un golpe me reflejo en el espejo de cristal de tu alma; ahí quedaron aquellos rayos divinos que tú, al sentirte herida de ellos, vas viendo, contemplando y entendiendo. Tú luego, con el concurso de tu entendimiento les das forma con las palabras que Yo mismo, sin tú advertirlo, vas adecuando con más o menos propiedad; pero en el golpe de luz primero te dejé la substancia, la esencia, la fotografía de la cosa comunicada y tú la calcas en tu alma, a las facultades intelectuales y de ahí al papel. En este modo de comunicación de Dios con la criatura casi nunca hay yerro, a no ser que vengan a mezclarse las humanas pasiones, que entonces nublan y tuercen y hasta borran los signos de Dios en el alma.

"Este modo de comunicación de Dios, derivado de su unidad, que en un golpe imprime lo que la pobre criatura toma después dándole forma en el lenguaje de la tierra, aunque para esto, repito, necesita también de la cooperación divina, cuando un alma humilde recibe y se presta a estas comunicaciones con la pureza de corazón, (que esto es indispensable), y no mezcla ninguna pasión, es clara, limpia y luminosa la impresión de Dios y no hay temor de equivocarse.

"Ya que por mi bondad y por mis altos fines te he tomado como instrumento y acueducto, no manches jamás el espejo de tu alma, que hoy más que nunca te necesito pura, te necesito limpia y transparente para comunicar el raudal de gracias del Espíritu Santo" (Diario T. 38, p. 257-260, mayo 16, 1913).

Desde las primeras páginas de su Diario Conchita tiene la experiencia de la acción iluminadora de Dios, y es consciente de ello:

-- Es Dios mismo quien se le comunica: "Escucha", me dijo Jesús, y añade ella: "Si, siento que es Él quien me lo ha dicho, no puedo decirlo de otra manera" (Diario 3 de marzo. 189;).

-- Es su voluntad que ella escriba: "Escribe... quiero que escribas. Escribe porque Yo lo quiero, que cuando no lo quiera, aunque tú lo desees no podrás hacerlo". Y Conchita responde: "Pero permíteme que te diga una cosa: temo desatender mis obligaciones" --"Si Ye lo viera así no te lo mandaría. Date tiempo que bien lo puedes hacer: arregla, y prevee y ordena y haz lo que puedas de tu parte, y luego escribe y ora" (Diario T. 1, p. 275-276, marzo, 1894).

A sus dudas sobre el particular el Señor responde de manera categórica: "Si es mío (lo que tú escribas) será para gloria mía; si es del diablo, se te avisará; y si es tuyo se reirán de ti, ganando tú con esta humillación" (Diario T. 7, p. 277, marzo, 1894).

Solamente el Señor es el dueño de los tiempos, del lugar y de los modos de su comunicación. Cuando Él lo desea, pasa largos meses sin decir nada; luego surge de pronto y Conchita debe escribir, y escribir. Ella misma se encuentra a menudo envuelta en sus deberes familiares y en sus obligaciones sociales o en una impotencia interior para hacer oración, sufriendo arideces y sequedades terribles. En otros momentos, al contrario, lee en la Trinidad "como en un libro abierto" (Diario T. 23, p. 93, julio 18, 1906) o bien se ve iluminada por una sola mirada de Jesús, que lo dice todo. (Diario 18 de julio, 1906).

Hay momentos en los que se siente fastidiada y lo dice francamente: "Quisiera no escribir, olvidarlo todo, voltear hoja, cambiar de vida. Tal es la situación actual de mi espíritu, lleno de tentaciones y dolor". Pero añade luego generosamente: "Me venzo con la gracia de Dios, me piso sin compasión y prosigo adelante, aunque muera en la lucha" (Diario T. 9, p. 175, 26 marzo, 1897).

El Señor sabe que puede contar con su fiel sierva. Su heroica existencia le pertenece sin reserva para servicio de la Iglesia. No duda en llamarla a la entrega total de su persona por todo el tiempo que Él quiera, conforme a los designios del Padre: "Pídeme vida larga para mucho sufrir y para mucho escribir, ésta es tu misión en la tierra. Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes; por tu conducto muchos se incendiarán en el amor y en el dolor: haz amar la Cruz, por medio del reinado del Espíritu Santo. Vendrá una pléyade de sacerdotes santos los cuales especialmente incendiarán al mundo con el fuego de la Cruz; ellos se formarán en una singular perfección con la doctrina que te he dado. Yo cumplo mi palabra: tú serás madre de muchos hijos espirituales, pero te costarán mil martirios del corazón... Sentía yo un gran fuego en mi alma y le dije: No importa, Jesús, quiero ser madre, dámelos, yo los recibo con tal que te den mucha gloria" (Diario T. 18, p. 221-222, junio 29, 1903).

Conchita era entonces una joven viuda de cuarenta años. Aceptaba gozosamente dejarse crucificar por medio de su pluma y sufrir de mil maneras por la gloria de su Maestro, hasta la edad de los sesenta y cuatro años. Una larga vida de escritora, larga vida de martirio, sobre todo. No encontramos el menor rastro de vanidad literaria en su obra escrita, que es enorme. Si se hubiera atendido a sus deseos no existiría ya ni una sola página de su Diario. Con toda la sinceridad de su alma suplicaba a su primer director espiritual que lo destruyera en el momento de su muerte: "Voy a pedirle un favor de rodillas y en cruz, y por nuestro Jesús que nada me puede negar, ¿verdad que sí?: es que nadie en el mundo después de usted mire estos papeles; que ya que Jesús, este Jesús, no quiere que hoy los despedace, cuando me muera, en el mismo instante, si puede, los haga ceniza y polvo como su dueña. ¿Me lo promete? Dígame que sí para que no me corte la libertad de vaciar aquí mi conciencia y todo lo demás" (Diario T. 1, p. 300, 1894).

Sus demás directores tuvieron la prudencia de prohibirle quemar sus escritos. Monseñor Luis M. Martínez, quien la dirigió durante los doce últimos años de su vida, y él mismo, escritor espiritual de gran celebridad en América Latina, le escribía el 4 de abril de 1929: "Ni usted ni yo ni nadie conoce los tesoros que hay en las Cuentas; se van a necesitar muchos hombres y muchos años para explicar estos tesoros". Y el 23 de abril: "Creo que ni usted misma se da exacta cuenta de los tesoros que están en las Cuentas... Ya sabe que en tanto yo sea su director no le dejaré quitar una sola letra de las Cuentas" (abril 26, 1929).

El conjunto de sus escritos es una obra vastísima. Se han entregado más de doscientos volúmenes para ser examinados en el Proceso de Canonización. Conchita es la mística de la Iglesia que más ha escrito. Su diario espiritual: la "Cuenta de conciencia", con sus sesenta y seis libretas, que es un conjunto más extenso que la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, constituye la obra principal y como la síntesis de todo. Es un tesoro para la Iglesia entera. Dios se ha valido de una mujer casada, madre de nueve hijos y simple seglar, para recordar al mundo actual el Evangelio de la Cruz y el sentido profundo de los principales misterios cristianos.


 

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