CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

La soledad del ocaso

"Al regresar de las exequias de Monseñor Ramón Ibarra, con la frente apoyada contra el Sagrario, el corazón destrozado, me ofrecí a la voluntad divina. Entonces comenzó para mí la gran "soledad" y, con ella, la última etapa de mi vida".

Al morir su director, el 19 de febrero de 1917, el Señor mismo le había anunciado a Conchita: "A ti te queda por recorrer la última etapa de tu vida, imitando a María y alcanzando gracias para las Obras. Vendrán tempestades para ellas como para la Iglesia, pero triunfarán siendo tu corona. Animo y valor que sólo he hecho continuar mi voluntad en ti. Hazte cargo de tu papel, imita las virtudes de María en su soledad, que aumentó su unión Conmigo, su adhesión a mi voluntad y sus ansias por el cielo".

El camino estaba trazado por el Señor, Conchita terminó su existencia sobre la tierra como la Madre de Jesús después de su Ascensión, en la soledad y en el aislamiento del atardecer: veinte años de "soledad" del 2 de febrero de 1917 al 3 de marzo de 1937, día en que murió.

Progresivamente verá disminuir su apostolado exterior. En adelante será apóstol por la oración y la inmolación. Dios la desprenderá de todo. Conocerá, y cada vez más, la soledad del corazón y sobre todo la soledad del alma, por un alejamiento aparente de Dios, como Jesús fue abandonado por su Padre sobre la Cruz.

Sus hijos se fueron casando, uno tras otro, dejándola cada vez más sola. Tal es la ley ineludible de la vida, pero el corazón sensible de Conchita sufrió por ello dolorosamente, a veces hasta el exceso. Sus hijos la rodean de cariño y atenciones pero tienen su trabajo, sus propias responsabilidades en su nuevo hogar y en su lucha por la existencia. Ella se siente cada vez más sola, cuando se acerca la noche.

Todo pasa...

"Estoy en la soledad del alma más completa, pero es la voluntad de Dios y Dios para mí no está sino donde está su voluntad. No me entiendo, soy un caos. Aquella necesidad de comunicar mi espíritu, mis deseos e impresiones, aún cuando fuera al papel, ha desaparecido. Tiendo a ocultar mis impresiones, gustos, y hasta dolores y lágrimas. ¿Qué cambio se ha operado en mí? Como que todo lo quiero tapar con Jesús, todo para El sólo. Un claro conocimiento de todo lo que pasa, lo que cambia, lo que acaba, Io que no es. En la tierra todo es tierra, todo sombra y vanidad y aún mentira. Lo real, lo verdadero, lo que vale, lo que dura, lo que es, todo está en el cielo. La tierra con todas sus cosas, todas, no son sino un escalón para ir a Él. Todo se pierde en Dios. Los amores, los dolores, las ilusiones, las esperanzas, los deseos, los anhelos, todo, todo se abisma en Él.

"Recorro mi vida, tomo el pulso a mi corazón, veo mis cariños, ¡pasaron!, sus anhelos más ardientes, ¡pasaron!, sus vanidades y hasta pecados y desorden de operaciones y exagerados ardores por tal o cual cosa, ¡pasaron, pasaron! Yo quise mucho a mi marido, ¡pasó! Yo anhelé con viveza ser del Oasis, ahora me es igual ser o no ser, morir ahí o morir en un muladar, en mi casa, sola, acompañada, querida o aborrecida, honrada o despreciada. Sólo anhelo que en mi se cumpla la voluntad divina". (Diario T. 42, p. 171-173, noviembre 16, 1917).

Sería inexacto pensar que su corazón de esposa y de madre está desprendido de todos los afectos legítimos. Por el contrario, cuanto más avanza Conchita en la vida y en la unión divina, más humana la encontramos; todos sus afectos se encuentran ya transfigurados en Cristo. Su corazón es fiel a todos los aniversarios de familia, a las menores fiestas y reuniones de sus hijos, a sus alegrías, a sus pruebas, a sus tristezas. Sigue siendo la mamá de todos y cada uno de ellos. Cuando sus negocios se ven amenazados en mil novecientos treinta y uno por la crisis financiera americana, suplica a Dios que los salve; son honrados, han trabajado toda su vida, luchan con valor contra las consecuencias de la devaluación del dólar: "Enfermedades que no me han dejado, dolores íntimos, penas de familia viendo cada día más cerca la ruina para mis hijos, acompañada de humillaciones. Esto me tortura el alma, aunque acepto la voluntad santísima de Dios. Sin embargo esto no me quita el dolor maternal que abarca un mundo de dolores" (Diario T. 57, p. 54, mayo 22, 1931).

"Penas hondas y como espadas me traspasan el corazón. Vi llorar a un hijo que va a cumplir treinta años de trabajar y que se le viene encima un fracaso en sus negocios, que a todos les toca. Cada hijo, aparte de la vergüenza de una próxima liquidación en su negocio, quedará en la calle y con familia. Señor, sólo dame fortaleza y sostén la fe de mis pobres hijos" (Diario T. 57, p. 56, mayo 28, 1931).

Esta madre admirable de sesenta y nueve años de edad, consumada en santidad, hace subir hacia Dios un grito de angustia y una súplica ardiente.

"Penas al ver a mis hijos sufrir, parece que Dios no quiere que se arreglen sus asuntos y se orillan al desastre. ¡Oh Señor! que se haga tu voluntad que adoro, aunque me crucifique y me triture el corazón. Para mi nada quiero, Jesús mío, a mí échame a la basura, arrimada, viviendo de caridad, sabes que soy toda tuya en cuerpo y alma; pero olvidada de mí, no puedo olvidarme de mis hijos, y lloro al verlos llorar y sufro al verlos sufrir". (Diario T. 57, p. 230, noviembre 11, 1931).

¿Cómo hubiera podido Dios rechazar este grito de una madre? ¿El, que a la súplica de su propia Madre hizo su primer milagro en Caná? El valor de sus hijos volvió a enderezar victoriosamente la situación.

Así transcurrían dolorosamente los últimos años de Conchita. Después del matrimonio de su último hijo, anotaba tristemente en su Diario: "Todo ha concluido para mí. Nueve hijos me dio Dios y nueve me quitó ¡Bendito sea! Religiosos, muertos y casados, pero todos uno por uno arrancados del corazón maternal. Diez camas he quitado con la de mi marido y ya estoy sola, sola! Pero no, lo tengo a El que ni se muere, ni se va, ni me deja jamás.

"Una madre es para los hijos que se casan sólo un suplemento de ternura, pero la madre es feliz renunciándose, y sólo goza con la felicidad de los hijos" (Diario T. 53, p. 318, 24 septiembre, 1929.

Nunca olvidará a su marido. Año con año, el 17 de septiembre, aniversario de su muerte, su Diario da pruebas de su fidelidad a su recuerdo.

"Hace tres años que murió mi marido, que les faltó el padre de la tierra a mis hijos, ¡Qué tristes recuerdos! Hágase Señor tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Mis hijos fueron al sepulcro, yo no pude ir por lo mala del pie. Mi corazón continúa en la lucha. Mis lágrimas riegan el pan que como, de veras, materialmente: el pavimento, el crucifijo. ¡Oh, mi Jesús! lo que Tú quieras eso también lo quiero. Me siento en espantosa soledad... ¡María del alma! ¡ten compasión de mí!" (Diario T .20, p. 509-510, septiembre 17, 1904).

"Hoy cumplo veinte años de viuda. Señor, ten y acrecienta la gloria de mi esposo en la tierra que tan bueno fue conmigo y que nunca me impidió tu amor. Llena de Ti a este padre de mis hijos, modelo de padres, de caballeros, de honradez, de cristianos" (Diario T. 43, p. 140, septiembre 17, 1921).

"Hace treinta y un años que enviudé, que se llevó mi Jesús al esposo querido que me dio en la tierra. Señor auméntale la gloria y salúdalo de mi parte, ¿verdad que sí? cómo no, si eres tan bueno para los encargos. Allá en el cielo están con él cuatro hijos: Carlos, Pedro, Pablo y Concha. ¡Oh, mi Jesús, bendito seas!" (Diario T. 59, p. 148, septiembre 17, 1932).

Conchita pasó por la tierra siempre fiel a su esposo, a sus hijos y a Dios.

La soledad del alma superaba a la soledad del corazón. Esta soledad del alma alcanzó proporciones aterradoras; en el curso de esos últimos veinte años de su vida se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz. Fue entones:

-- cuando Conchita conoció por revelación divina los méritos inmensos de la "soledad" de la Madre de Dios después de la Ascensión de su Hijo, al servicio de la Iglesia militante (1917),

-- cuando recibió las "Confidencias" de Cristo sobre la grandeza y las debilidades del sacerdote (1927-1929), en fin,

-- cuando recibió las supremas claridades sobre la "consumación" de todo el universo "en la Unidad de la Trinidad''.


 

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