CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Su hija Concha, Religiosa

Concha, nacida después de tres niños, fue su hija especialmente consentida. Era la sonrisa del hogar. Su padre la adoraba. A los seis años cayó gravemente enferma de tifoidea, de la que se salvó gracias a los cuidados y a la entrega incansable de su madre. Se convirtió en una robusta y bella señorita pero su alma fue siempre para Dios con una inviolable pureza. A los quince años hizo voto de virginidad. Sus encantos personales le atrajeron toda una corte de jóvenes admiradores. Por un momento ella se sintió turbada y declaró a su madre que ya no quería entrar al convento. En su corazón se libraba un drama de amor. Su madre respetaba su libertad pero redobló sus oraciones y penitencias: "Señor, si su belleza es un obstáculo, quítasela".

Al regresar de un día de retiro Conchita entró radiante a su casa: "Mamá: he escogido a Cristo para siempre".

Una intimidad espiritual aún más profunda se desarrolló entre la hija y la madre hasta la muerte de Concha, en religión la hermana Teresa de María Inmaculada. Da testimonio de ello una correspondencia de más de trescientas cartas, sin contar las numerosas visitas. Sus almas vibraban al unísono en la comunión de un mismo ideal de amor a Dios y de sacrificio para la salvación de las almas. Los rasgos espirituales de Conchita se imprimían espontáneamente en el corazón de su hija: ¿No era su madre la inspiradora providencial y la fundadora de las contemplativas de la Cruz?

Su madre no cesaba de orar por ella: "Que sea una perfecta religiosa de la Cruz" (Diario T. 29, p. 451, abril 17, 1908).

"Concédele la perseverancia" (Diario T. 31, p. 79, octubre 5, 1908). Cuando el Noviciado se trasladó de México a Tlalpan la madre acompañó a su hija hasta el tranvía: "La persigné con la 'magnífica' hasta que perdí de vista el carro" (Diario T. 33, p. 127, agosto 16, 1909). Las visitas las llenaban a ambas de alegría: "Vi a Concha... está feliz" (Diario T. 30, p. 10, 3 de mayo, 1908). Así pasaron los primeros años. Conchita estaba orgullosa de su hija y daba gracias a Dios: "Me ha encantado la virtud de Concha, hoy Teresa de María, y me ha dado vergüenza verme a mí, tan vieja y sin virtudes de las que ella es un gigante" (Diario T. 40, p. 7, enero 17, 1915).

El 23 de octubre de 1916 pronuncia sus votos perpetuos: "Día feliz e inolvidable, ¡Teresa de María, mi hija Concha, es ya perpetuamente Esposa del Señor! Desde que comenzó a hablar le enseñé a decir que sería "Esposa de Cristo" y se ha consumado esa unión con el Rey del cielo y de la tierra!"

Entró Teresa de María a la capilla con su vela encendida, pura, modesta, temblando de emoción, radiante de dicha. Pronunció sus votos con voz tranquila y sonora. Tenía una hermosa voz; cuando cantó respondiendo al salmo "Veni Sponsa Christi", nos dice su madre: "yo sentía un gozo inefable, una humillación profundísima, una gratitud sin límites".

Su madre contemplaba admirada a la hermana Teresa de María Inmaculada: "Es un ángel..., será una gran santa" (Diario T. 40, pp. 347-349 octubre 23, 1916).

La joven profesa era encantadora. Fue para sus hermanas, que la amaban mucho, una compañera muy simpática, fiel y sonriente. Fue muy apreciada por las religiosas de Puebla y Monterrey. Su vida se desarrollaba sin historia. Por un momento atravesó por una grave crisis de vocación pero su amor a Cristo triunfó. Pronto vino a sorprenderla la enfermedad en el clima cálido, y mortal para ella, de Monterrey. Arrojó sangre. Fueron horas muy duras para la madre y para la hija.

Se trasladó a la enferma a México. "La Madre Javiera pidió permiso a la Mitra de que yo pudiera estar al lado de Teresa" (Diario T. 46, p. 133, diciembre 11, 1925). En la fiesta nacional de Nuestra Señora de Guadalupe "le dieron a tomar una hoja de rosa bendita (de las de la Villa) pidiendo a la Sma. Virgen que pudiera recibir el Viático, y volvió a su razón, y se le administraron los sacramentos y de todo se dio cuenta. Yo no sabía cómo darle gracias a Dios. Era para mí lo principal, que recibiera a Jesús, y ¡con qué fervor lo pedía! Me reconoció y me dijo: 'Mamacita encantadora'. ¡Pobrecita! Se me partía el alma, se me despedazaba el corazón de verla sufrir tanto. 'Este es mi cuerpo... esta es mi sangre'. Y la miro, y llorando se la ofrezco al eterno Padre con Él, diciéndole que la tome, que se haga su voluntad" (Diario T. 41, p. 134, diciembre 12, 1925).

"A las dos de la mañana me fui en un auto a buscar oxígeno. ¡Oh Dios mío, Dios mío, que no muera asfixiada! 'No quiero desesperarme', dice, y entra en una angustia indecible y repite: 'Por las almas, por los sacerdotes, por las Obras' ¡Dios mío! (Diario T. 41, p. 138, diciembre 17, 1925).

"Ayer a la una y tres cuartos de la tarde murió Teresa... ¡Dios mío de mi corazón, bendito mil veces seas! Después de veintinueve días de enfermedad y dolores agudísimos en todo el cuerpo murió la hija de mi vida. Fue un ángel, fue una víctima, fue una santa" (Diario T. 41, p. 138, diciembre 20, 1925).


 

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