CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Manuel, su hijo Jesuita

Causa admiración ver con qué solicitud, con cuanto cariño seguía esta madre vigilante a cada uno de sus hijos en la vida, respetando siempre su personalidad y su libertad. Dos de ellos se orientaron desde sus años mozos hacia la vocación religiosa: Manuel y Concha.

Manuel marchó primero. Conchita había soñado verlo "Sacerdote de la Cruz", mas Dios es el dueño de las vocaciones: su hijo ingresó a los diecisiete años en la Compañía de Jesús, en la que recibió una sólida formación y se gastó valerosamente, hasta la muerte, en servicio de la lglesia "Para la mayor gloria de Dios".

La madre sostenía el fervor de su hijo y una copiosa correspondencia nos los muestra cada vez más unidos por un afecto a la vez muy humano y del todo divino. Desde que tuvo conocimiento de la decisión definitiva de Manuel le traza el camino de la santidad religiosa: "En todo veo obrar la gracia en tu corazón y no sé cómo agradecer al Señor sus beneficios. ¿Cómo corresponder a tanta bondad? Date pues de veras, con toda tu alma al Señor sin volverte a tomar; olvida las criaturas y sobre todo olvídate de ti mismo; vacíate de todo lo que no sea Dios o a Él lleve y vive una vida toda de obediencia, de humildad y abnegación. Muere a ti para que Jesús sólo viva y reine en tu alma.

"Yo no puedo figurarme un religioso que no sea santo y a Dios no se le deben dar las cosas a medias; sé pues generoso con Él, que es corta la vida para sacrificarnos por su amor. Vendrán quizás, y no muy tarde, las tentaciones y las luchas a inquietarte, pero estate firme y ama siempre la Cruz en cualquiera forma que se te presente, pues que ella es siempre amable para el corazón que ve en su asperidad aparente envuelta la voluntad santísima de Dios.

"Claro está que mi corazón de madre ha sufrido; pero soy feliz pudiendo ofrecer al Señor un sacrificio en favor de tu alma, mil veces más querida para mí, que tu cuerpo. Sí, ruega siempre, ruega mucho por mí... A toda la familia he dado parte de tu decisión y rogarán por ti. Tus hermanos más tarde te escribirán... También te he puesto bajo el manto de María, ya lo estás desde niño, ella es tu madre, ámala sin límites... Conque tus pies en el suelo, pero tu alma, tu vida y todo tu corazón allá en el cielo" (Carta, diciembre 9, 1906).

Algunos años más tarde, con ocasión de su viaje a Tierra Santa y a Roma, Conchita pasa por España para abrazar a su hijo. Madre e hijo se vuelven a ver con alegría. Ella lo encuentra "muy virtuoso, grande y aprovechado en ciencias. Platicamos, reímos, lloramos, alabando a Dios. Sufrí mucho en la despedida, quizá la última en este mundo. Él lloraba. Por fin nos separamos. Sufrí terriblemente. Ofrecí a Dios nuevamente mi sacrificio por su amor". Algunos días después al dejar la península Ibérica: "¡Adiós España, ahí se queda mi hijo!" (19 febrero, 1914).

En diciembre de 1919 sabe Conchita que van a amputarle una parte del dedo de la mano derecha a Manuel. ¿Podrá ser Sacerdote? Admira la resignación de su hijo que "sufre con la paciencia de un santo". (Marzo 4, 1920). Será sacerdote, mas el joven jesuita, en su ardor misionero ha pedido a sus superiores el permiso de ofrecer un gran sacrificio por Cristo y por las almas. Anuncia a su madre su determinación aprobada por sus superiores: (Carta de junio 1920). "Inolvidable mamacita: Supongo que habrás recibido mi última carta y que estarás tranquila deseando saber lo que en ella te apuntaba, lo mismo que en otras anteriores, para ir preparando el terreno. Ahora que ya está todo arreglado, a ti, la primera de todos fuera de mis Superiores, te la comunico para que me sigas ayudando con tus fervorosas oraciones y me animes, lejos de reprochármelo, a seguir el camino del sacrificio.

"De tejas abajo, como es muy natural, te va a saber mal y a doler, como a mí me ha dolido y sabido mal, pero no se trata de eso, sino de mirar las cosas como se debe, con ojos espirituales: y así, la noticia que te voy a comunicar va a ser muy de tu gusto, puesto que es un hermoso sacrificio, que a lo que creo, Dios Nuestro Señor me lo ha sugerido, toda vez que la obediencia, después de largos años de prueba, me lo ha bendecido completamente.

"Se trata de que queriendo yo sacrificar a Jesucristo, a quien tantísimo debo, algo que de verdad me costase, para pagarle en algo sus innumerables favores, por inspiración del Señor me fijé en ti, mi familia y mi patria, únicos amores que aquí en la tierra conservo en lo más hondo de mi amante corazón de hijo, hermano y mexicano: y con gusto espiritual, aunque le pese a la pobre naturaleza, se los ofrecí en holocausto, haciéndole el sacrificio de estos tres santos amores.

"Nuestro M.R.P. General, ha aceptado, en nombre de Jesucristo cuyas veces hace para conmigo, mi sacrificio, así es que mis ilusiones de volverte a ver a ti, a mis hermanos y demás familia, y de pisar aquella bendita tierra santificada por la presencia y protección de la Indita del Tepeyac, para mí se han acabado y de no ser por acá, sólo en el cielo espero juntarme con vosotros.

"¡Qué triste noticia! ¿verdad, mamacita? si sólo miramos a lo que piden con imperio la carne y la sangre, pero ¡qué hermosa y digna de mi corazón, que desea amar a Jesús sobre todas las cosas!...

"Sé que vas a llorar con esta carta; tus lágrimas caerán en lo más hondo de mi corazón amante de hijo, pero sé que unidas a las mías, las sabrás poner al pie del Sagrario juntas con las de tu pobre Manuel.

"Tú, mamacita, me enseñaste el camino y por dicha mía desde pequeño escuché de tus labios la salvadora aunque costosa doctrina de la cruz, que ahora pongo en práctica. Dios me conceda llevarla adelante y no parar hasta sacrificar mi propia vida, que es lo que me resta aún, por la gloria de Dios y la salvación de las almas: ¡dichoso de mí si tal consigo!

"Dignos de verdadera lástima son los mundanos que por el dinero o por otras aspiraciones aún más viles se imponen sacrificios semejantes; pero nosotros, que por Jesús y por fines más altos lo hacemos, somos o debemos ser más bien dignos de envidia.

"Tú bien sabes, mamacita, que el amor con la ausencia lejos de disminuir aumenta; imagínate por consiguiente lo que el mío para contigo, para con mis hermanos y demás familia ha aumentado desde que supe la feliz nueva. Somos felices con la felicidad que da la cruz verdadera, y así sólo deseamos no bajar de ella jamás.

"Muy prontito te volveré a escribir, saluda cariñosamente a todos mis hermanos, y tú, mi inolvidable mamacita, manda tu bendición a tu Manuel para que el gozo en su sacrificio sea completo...

Tu amante hijo,
Manuel, S.J."

Conchita copió esta carta en su Diario, y anota enseguida:

"Sí arrancó lágrimas esta carta a mi corazón, pero con la ayuda de Dios acepté y le ofrecí el sacrificio ofreciéndole no volver a verlo en la tierra, aún cuando pudiera ir a España. Renuncié a la dicha de oírle Misa cuando se ordene, a escucharlo cuando predique, a que me dé la comunión, a confesarme con él, a que quizá me ayudara a bien morir dándome la última absolución. El Señor se digne aceptar mi pobre e imperfecto sacrificio que hace sangrar mi alma. No soy digna de tal hijo" (Diario T. 43, p. 81, junio, 1920).

Conchita dirige enseguida a Manuel una respuesta sublime en la que madre e hijo rivalizan en el heroísmo:

"Querido hijo Manuel:

"¿Qué te diré después de haber recibido tu carta con la noticia de lo que ya esperaba, conociéndote?, que le di infinitas gracias a Dios, (aunque mojada en lágrimas) por haberte inspirado y dado fuerzas para ese grande sacrificio. Me fui detrás del Sagrario, puse tu carta ahí, pegadita y le dije que con toda mi alma aceptaba yo esa inmolación de afectos, que tan íntimamente me tocaban. Al día siguiente llevé sobre el pecho tu carta al ir a comulgar para renovar mi aceptación plena.

"Dichoso tú hijo, que pones a Jesús por encima de la carne y de la sangre, y que con mirada de fe te elevas muy lejos de la tierra. Lo poco bueno que al formar tu corazón recibiste de mí, no fue mío, sino de Dios, que con predilección infinita te escogió desde tus más tiernos años para Él, dándote la vocación religiosa.

"No sé si recibirás una carta mía en la que trasluciendo tu sacrificio te decía que en México se necesitan muchos operarios; que hay extensas regiones de indios hasta paganos donde se podía extender el reinado de Cristo con grandes sacrificios y privaciones. Por ejemplo la Tarahumara o los Muzquiz... Te decía en mi carta que si querías, aún viniendo yo no te volvería a ver, que bastaba no más que me lo indicaras. Ahora ya la obediencia sancionó tus deseos, y claro que ésta, sin duda, es la voluntad de Dios que con toda mi alma acato, venero y amo!...

"¡Oh Manuel, hijito de mi corazón! Lo más grande que existe después de Dios, Io único que puede hacer la criatura es amarlo, es darle gloria sacrificándose. El lema de san Ignacio es la fórmula suprema del amor: A.M.D.G. ¡Qué desconocido es este amor en la tierra!, pero dichosos los que han recibido la luz de la Cruz. Para el mundo amar es gozar; cree, en su egoísmo, que el amor consiste sobre todo en recibir consuelos, satisfacciones, cuando el amor se alimenta con dar, con inmolarse, con el santo combustible del dolor.

"Pero basta de sermón y me concreto a felicitarte mil veces porque has encontrado el verdadero camino que conduce al cielo. Sé siempre generoso con Dios, por puro amor y serás siempre feliz en la tierra y en la Patria.

"Tus hermanos se han puesto muy tristes y te irán a ver; pídele a Dios que a mí me encuentres en el cielo, que estoy muy lejos de merecerlo. Concluyo con recuerdos de todos mis hermanos y mi aprobación y mi bendición.

"Te abraza tu madre feliz en el dolor". (Junio 1920).

Dos años después Manuel va a ser ordenado sacerdote. El corazón de Conchita late de gozo y de satisfacción.

"Recibí una carta de Manuel que me ha conmovido. Ansía vivísimamente su ordenación. Me dice entre otras cosas:

"Ni una sola de tus intenciones olvidaré ni a nuestro inolvidable papá q.e.p.d., ni de ninguno de mis hermanos, ese día en que dicen fundadamente que todo lo concede el Señor a su nuevo sacerdote, pues ya sabes que para la comunicación espiritual de las almas entre sí no hay distancia; ese día, te lo prometo formalmente, tú y papá, como es de justicia, os llevaréis las primicias y todo lo mejor de mis intenciones y después todos y cada uno de mis hermanos, para que Nuestro Señor derrame abundantes y a torrentes sus preciosas gracias sobre ese inolvidable rinconcito de mi alma, que al pasar los años cada vez ama más mi pobre corazón, mi inolvidable familia...

"Me dices: 'Acuérdate hijo mío, que al tener a Jesús en tus manos en la sagrada forma no dirás este es el Cuerpo de Jesús, esta es la Sangre, sino que dirás: este es mi Cuerpo, esta es mi sangre, es decir que debe existir una total transformación, tú perdido en Él: otro Jesús".

"¿No es esto el colmo de la felicidad en la tierra y en el cielo? Así es mamacita y sea que me ordene ahora o después, háblame en tus cartas de esto, enséñame lo que es ser sacerdote, lo que es tener la inmensa dicha de decir Misa, pues me pongo en tus manos ahora como cuando chiquito me echaba a tu regazo para que me enseñaras a balbucear los nombres dulcísimos de Jesús y de María pues para penetrar este misterio de amor y de dignación infinita soy un verdadero bebé que te pido por favor luz, oraciones, sacrificios". (Diario T. 44, p. 56-57, 23 de julio, 1922).

Se aproxima el día de la sublime consagración como sacerdote de Cristo, las efusiones de ternura se multiplican en su correspondencia: '

"...Hay momentos en la vida en los que no digo escribir, ni decir, pero aún sentir debidamente parece que no se puede: éste es uno de ellos para ti y para mí, y así suplan ustedes lo que yo no puedo trasladar al papel... Ese día feliz vosotros y yo, yo y vosotros, tú mamacita en particular y yo, yo y tú, con lazo indisoluble y estrechísimo, incapaz de desunir ni las distancias ni la ausencia ni nada en el mundo, estaremos unidos en santa compañía, la más santa que haya acá abajo y allá arriba, la compañía del mismo Jesús...

"Y con esto termino hasta mandarte por cable ya sacerdote, después de recibir de rodillas la tuya, mi primera bendición. Todo tuyo.

Tu Manuel, S.J."

En la fecha fijada, teniendo en cuenta la diferencia de horas de Europa y México, Conchita se levanta en la noche y, con el espíritu, asiste a la primera Misa de Manuel, y recibe a través del espacio su primera bendición:

"¡Te Deum laudamus!.., ¡Yo, madre de un sacerdote!, ¡Dios mío, si me siento anonadada! Pero ¿cómo debo ser, qué virtudes ejercitar? No sé sino llorar y agradecer, convidando a todo el cielo a dar gracias por mí, que no sé hacerlo, tan miserable, tan manchada y tan vil" (Carta a una amiga, julio 31, 1922).

Una continua correspondencia epistolar los unirá aún durante largos años. Conchita le relatará en sus cartas hasta el mínimo detalle de la vida familiar, de cada uno de sus hermanos y hermanas, de todo lo que es de interés para ambos; los acontecimientos dolorosos de la persecución religiosa en México, su inquebrantable confianza en la misericordia divina para su patria, heroica en la fe. Son las cartas de una madre, de una amiga, de una confidente y de una santa que derrama su corazón en el de su hijo.

He aquí una de las últimas cartas, posiblemente la última:

"Hoy, día de Cristo Rey, se inauguró la fundación de los Misioneros del espíritu Santo en San Luis Potosí, tu tierra y la mía. ¡Bendito sea Dios! Dale gracias y que todo sea para su mayor gloria". Le habla de las leyes antirreligiosas y de las amenazas del comunismo ateo. "Sólo la Santísima Virgen de Guadalupe puede librarnos. México es suyo y siempre será... Estoy en Morelia y le robé a Nuestro Señor unos minutos para escribirte. De mes mis ejercicios, como cada año. En éste me ha recalcado Monseñor Luis Ma. Martínez, 'la perfecta alegría en el dolor'. Pídele a Dios que me aproveche... pues que quizá sean los últimos ejercicios y que tengo que prepararme para el gran viaje. Lo que Él quiera.

"Esperamos en Dios que se calmen las pasiones y que no se desate una guerra mundial.

"Hazte muy santo, que la vida es corta para andar con treguas. Cualquier camino que tomemos buscando a Dios va siempre a parar a la Cruz; dicen que la cruz con mayúscula es la del Maestro y con minúscula la nuestra: tomémosla pues que es el instrumento capital de nuestra salvación.

"Ya se me llegó la hora de estar con Él, y voy a pedirle mucho por ti; que reine plenamente en tu corazón; que llene todos los vacíos de tu alma, que te transforme en Él haciéndote otro Jesús, por María.

"Bendíceme y recibe la pobre mía con mucho cariño: jamás te olvida tu pobre madre" (Carta, octubre 25, 1936).


 

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