CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Educadora de sus hijos

El viaje a Tierra Santa y a Roma había asegurado el porvenir de las Obras de la Cruz. Pero Conchita no olvidaba sus deberes de madre. Estos ocuparon siempre el primer lugar en su vida. Un día dirigía a su director, el Padre Bernardo (Monseñor Maximino Ruiz) esta declaración importantísima: "Un punto que casi nunca toco en mis cuentas de conciencia es el de mis hijos, siendo que lleva su cuidado la mayor parte de mi vida. Los tengo muy en el alma, y más sus almas que sus cuerpos. Voy a decirle más o menos la oración que muchas veces al día hago por ellos.

"Señor, Pancho, consérvalo en esa rectitud y sano juicio que le has dado; que siempre sea honrado como su padre. Dale suficiente para que se case si le conviene, y si no, desbarata esas relaciones si no fuera ésta tu divina voluntad.

"Señor, ese Ignacio me tiene con cuidado; tan joven y entre tantos peligros. Consérvalo en esa pureza de conciencia que le has dado.

"Señor, Pablo, que sea todo para Ti; fomenta su humildad y su obediencia.

"Señor, Salvador, que emplee esa viveza de carácter.

"Señor, esa Lupe tan viva y tan dispuesta para la virtud; haz que no se tuerza.

"Señor, Manuel y Concha, ese par de almas puras y crucificadas a quienes desde tan temprana edad les diste la mejor parte; dales la perseverancia, sostenlos en la vocación y sírvete de ellos para tu mayor gloria.

"Señor, mis dos ángeles que están en el cielo, Carlos y Pedro, que asistan siempre al pie de tu trono.

"¡Madre del alma! Amparo de los huérfanos, fomenta en Pancho tu devoción, dáselas muy grande a todos mis hijos, que te los entrego por tuyos; cobíjalos con tu manto, consérvalos siempre puros, guárdalos, Madre, dentro del Corazón de tu Hijo; dales buenas inclinaciones y amor a la Cruz. Tú sabes que yo no sé educarlos, no sé ser madre, sólo tú María y abrígalos en tu seno y guárdaselos a Jesús muy puros, sólo para El" (Diario T. 31, pp. 166-168, 30 octubre, 1908).

Su vida de unión con Dios no alejó jamás a Conchita de su familia, al contrario, nunca una madre ha pensado tanto en todos sus hijos como ella.

La muerte de su primer hijo a los seis años, su pequeño Carlos la dejó herida para siempre.

Viuda, la muerte de su niño más pequeño en forma trágica: ahogado en la pileta de agua de su casa, le causó un dolor inconsolable.

El cadáver de Pedrito

"Martes Santo, abril 7, y día terrible para mi corazón. "En la Misa estuve muy inquieta ansiando, sin saber por qué, volver a casa. Después de algunos quehaceres me puse a coser. Estando en esto oí repentinamente una voz que me dijo: "Pedrito está en la fuente". Sentí que me helé y repetí yo estas mismas palabras maquinalmente: "Pedrito está en la fuente".

"Corrí, volé, los niños que me oyeron me gritaron: "sí, mamá, aquí está"... Yo vi oscuro... no supe unos instantes lo que me pasaba, lo cogí en mis brazos escurriendo de agua, helado, y cadáver!

"Hacía unos momentos que había estado a mi lado y al salirse de la pieza dicen los otros niños que dijo que iba a sacar agua para las palomas. Había tres criadas cerca de la fuente y nadie lo oyó caer. Como loca me sentí, haciéndole cuanta lucha podía para volverlo a la vida, pero su corazón no latía; no tenía pulso y sus ojos, dilatadas las pupilas, y sin vida.

"¡Oh, Dios mío! sentí el alma desgarrada y en mis brazos, lo ofrecí al Señor entre dolor, amargura y remordimientos, pensando sería descuido de mi parte: recordando cuánto al morir su papá me lo encargó... Vinieron de la Comisaría a levantar el acta. Vinieron un médico y un practicante pero todas las luchas fueron en vano.

"Escribí a mi madre, al P. Félix, lo que me pasaba, pero Nuestro Señor me quiso dejar sola, pues mi madre no pudo ir sino cinco horas después. El P. Félix hasta por la noche pues no le habían entregado la carta.

"Me fui a los pies del Crucifijo grande y ahí, llenando sus pies de lágrimas, le ofrecí, inclinada, el sacrificio de mi hijo, pidiéndole que se cumpliera en mí su divina voluntad. Esa noche la pasé en vela frente al cadáver del niño. A las doce de la noche lo coloqué en su cajón y al tomarlo en mis brazos estaba rígido: esto me hizo mucha impresión". (Diario T. 18, p. 59-64, 7 abril, 1903).

La muerte de Pablo

Más tarde fue Pablo el que murió entre los brazos de su madre; hermoso joven de dieciocho años, muy puro, a quien ella quería especialmente.

"Junio 21 y san Luis Gonzaga. Hoy se sacramentó Pablo. Esta mañana quiso le llamara al Padre Pedro Jiménez, S.J., y con mucho gusto hizo confesión general. Cuando acabó me dijo su confesor: 'No le pida usted a Dios la salud de Pablo, no conoce la malicia, es un alma pura, déjelo ir al cielo, es un niño: en unos minutos hizo su confesión general'. A las tres y media recibió con mucho fervor el santo Viático, contestando todo y le di gracias un poco después, para no fatigarlo. Le duele horriblemente la cabeza, parece ser tifo.

"Junio 22. Ya hoy domingo desalojé su cuarto, es tifo y terrible, yo sufro mucho, él muy paciente y resignado. Dos o tres días antes de enfermarse, al volver de cenar, me dijo: 'Muy pronto mamita, vas a tener aquí un muerto'. No sé que sentí y muy temprano lo fui a ver si no había muerto. Este presentimiento lo he tenido hace días y varias veces le he hablado en su cama a ver si está vivo. ¡Dios mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya!

"Junio 25. Ya me desconoció. Estaba junto a él y me gritó: 'Quiero a mi mamá, llama a mi mamá". No sé qué sentí, me puse a llorar. Todo su afán es irse y yo siento la muerte. Sus hermosos ojos azules jamás los cierra. Tengo su mirada en mi alma.

"Junio 27. Con mucha fortaleza, ¡cómo no, si no era mía! llegué a ayudarle a bien morir. Lo vi agonizar, expirar, y acto continuo, besándole la frente me puse a rezar. Le puse desde que murió el crucifijo que siempre llevaba sobre mi pecho, Io recogí cuando lo puse en la caja. Le abrí sus ojos color de cielo, le besé su frente, y me despedí de él, ya no era mío..." (Diario T. 38, pp. 345-362, Junio, 1913).

"¡Oh Madre Dolorosa!, ¡Oh Madre que comprendes a una madre que acaba de perder a un amado hijo! Ofrécele por tus manos, por tu corazón sin mancha, este dolor, a mi hijo mismo, a la Santísima Trinidad para que a mi nombre y con una cosa que Dios, me dio, sea glorificado". (Diario T. 38. p. 367, 30 Junio, 1913).


 

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