Visita al Cementerio
“Día penosísimo para mi corazón de esposa y madre.
Era el santo de mi esposo. Hice el acto, venciendo a la naturaleza, de ir a su
sepulcro con mis hijos y pasar ahí la mañana, junto a sus despojos, rezando y llorando. Me acordé de cuando el Señor
lloró por Lázaro... ¡Qué realidades, Dios mío, qué puntos de meditación, qué
terrible y seria es la muerte! Ahí se pesa el tiempo y la eternidad, el bien y el
mal, lo fugitivo y transitorio con lo real y eterno. ¡Oh
Dios mío, Dios mío! Cuánto pensé, cuánto sufrí, cuánto entendí.
Todavía está la tierra que cubre al que me fue tan querido, húmeda y recientemente
removida. Las lágrimas de mis hijos y las mías mojaron aquella tierra de donde
fuimos formados y a donde hemos de volver. Pasaron por mi imaginación, volando, a los años de mil recuerdos, penas, felicidad,
ilusiones. Todo en un instante desvanecido como el humo por el soplo de la
muerte. “¡Oh, qué efímera es la vida, qué corta nuestra existencia, qué cerca se
encuentra el presente del pasado! ¿Qué hacemos cuando este tiempo no lo empleamos en solo
Dios?” (Diario T. 17, pp. 241-242, 4 de octubre 1901). |
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