CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

La Muerte de mi Esposo

"El día 17 a las siete menos cinco minutos de la noche se llevó el Señor a mi esposo que me había dado en la tierra durante dieciséis años diez meses y nueve días. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó ¡Bendito sea su santo Nombre! Aquella horrible puñalada de la noche del 11, en la cual entendía sin querer entender, que el Señor me pedía el sacrificio de la vida de mi marido, al cual el espíritu estaba pronto mas el corazón de carne luchaba y se resistía: aquel dolor dentro del cual, postrada, me ofrecí a la divina Voluntad, continuó, continuó creciendo a la vez que yo comprendía y veía las realidades del sacrificio.

"¡Cuántas luchas, cuántas penas, cuánto sufrimiento! Aquella daga me traspasaba el alma sin lenitivo, sin consuelo. Aquella noche me presentó el Señor el cáliz y trago a trago me hizo apurarlo hasta las heces.

"Todos aquellos días me lo iba a traer del Sagrario a que me ayudara y fortaleciera, ¡Oh! si no hubiera sido por Él mi grande debilidad hubiera sucumbido. Veía, palpaba por momentos, que perdía la vida mi marido, y cómo fue modelo de esposos, de padres y de caballeros, cómo tan fino y delicado había sido para conmigo, tan respetuoso en sus actos, tan cristiano en sus pensamientos, tan honrado y cumplido en todas sus obras, iOh Dios mío!, mi corazón se despedazaba de pena y a fin de remordimientos por haberle guardado los secretos de mi espíritu. A la vez que veía más próxima su separación, crecía, se agigantaba el cariño de mi corazón. Sentía yo que no tenía cabeza, ni fe, ni razón, sino tan solo corazón. Sentía como horror a la vida espiritual... ¡Qué días, qué horas, qué noches!...

"¡Oh gracia del Señor de lo que eres capaz! Cierto que yo no hacía durante todos aquellos días, ni podía hacer más oración que ésta: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", pero desde aquel momento sentí la fortaleza del Espíritu Santo para aceptar con serenidad el terrible golpe que venía directo a partirme el corazón, y a arrancar el padre a mis hijos". (Diario T. 17, pp. 213-218, 27 septiembre 1901).

"Ya con anticipación me había ocupado de que se confesara y de que recibiera el santo viático... Le recé muchas veces las oraciones de los agonizantes, la recomendación del alma; lo exhorté cuanto pude hasta el instante de su muerte, con jaculatorias, actos de contrición, actos de amor y de fe y de esperanza, infundiéndole valor y confianza, que mil veces repetí con toda mi alma. Así pasé horas hasta que expiró, sufriendo con él mi corazón en su terrible agonía, asfixia y dolor. Pero no, no era yo sola la que entonces sufría, sino Dios conmigo, el cual me sostenía.

"Cuatro de mis hijos, los mayorcitos, rodeaban su cama hasta verlo morir. Impuse silencio en momentos tan solemnes y dos sacerdotes lo absolvieron. En seguida recé la estación de los difuntos, ¡Oh Dios mío! lo que mi corazón sintió sólo Tú lo sabes. Luego inmediatamente ahí, de rodillas, ofrecí al Señor con todo mi corazón la perpetua castidad y pureza.

"Después le pedí perdón de cuanto lo hubiera ofendido, y ya que él veía todas las cosas, me pareció que comprendería el por qué de mis secretos espirituales para con él. Después de la extremaunción hice que aconsejara y bendijera a cada uno de sus ocho hijos y después se la pedí para mí, pidiéndonos ambos perdón. Y también, después que expiró, fueron uno a uno todos sus hijos e hice que me ofrecieran, ante el cadáver de su padre, ser buenos e imitar sus virtudes para tener una buena muerte. Después con mi hijo mayor bajamos a la caja al que fue mi compañero.

"¡Oh noche de soledad, de dolor, de sufrimiento!" (Diario T. 17, pp. 219-221, 27 septiembre 1901).


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