CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Vida Cotidiana Transfigurada

No hay que imaginarse a Conchita como una mística con los ojos extáticos y actitudes fingidas. Sus hijos me lo repitieron con frecuencia: 'No había nada más natural que su porte exterior'. Tal era el punto sobre el que insistían más: 'Hasta en la iglesia sentíamos que estaba con nosotros'.

Se leen en el Diario páginas reveladoras de su manera de concebir la perfección cristiana según el verdadero espíritu del Evangelio. Es interesante analizar sus propósitos de ejercicios hechos al terminar los del 20 al 30 de septiembre de 1894.  Conchita tiene treinta y dos años. No son los propósitos de una religiosa, sino los de una mujer casada, madre de familia y ama de casa. De acuerdo con su Director los divide con método: diecisiete puntos para sus relaciones con su marido, veintitrés para su comportamiento cotidiano con sus hijos y en una página final, siete puntos para orientar su actitud de justicia, de bondad y de caridad con los sirvientes de la casa.

Ponemos aquí algunos extractos:

"Con mi marido: tendré cuidado de no perder su confianza antes ganármela más y más; informándome de sus negocios, pediré luz a Dios para aconsejarlo rectamente.

"- Procuraré que siempre encuentre en mí consuelos santos, dulzura y abnegación completa. Igual de carácter en todas las circunstancias, y él sí que vea traslucirse a Dios en todas mis obras para su provecho espiritual.

"- Jamás hablaré mal, en lo más mínimo, de su familia; siempre la disculparé, teniendo cuidado de que respete la mía.

"- Velaré por las economías sin descender a extremos, teniendo cuidado de que nada falte a los demás y haciendo personalmente muchas cosas que implicarían gastos. Estaré siempre despierta a todas las circunstancias. Daré del gasto las limosnas que pueda.

"- En cuanto a la educación de mis hijos haré porque siempre caminemos de acuerdo, habiendo energía y rectitud de ambas partes, con especialísimo cuidado.

"Con mis hijos: tendré especial cuidado y vigilancia.

"- Les fomentaré la caridad para con los pobres, haciendo que, quitando un poco de lo que tienen, les participen personalmente.

"- No les fastidiaré cargándoles de rezos y haciéndoles pesada la piedad; todo lo contrario, procuraré hacerla agradable a sus ojos y que naturalmente la busquen comenzando a dar vuelo al alma con pequeñas jaculatorias.

"- Estudiaré sus caracteres, y apretaré donde convenga, sin dejarme arrastrar por el cariño natural. No los consentiré en general, y recto, sin cambiar un ápice mis resoluciones o mandatos. Sabré imponérmeles a la vez que atraerlos a la confianza.

"- Haré que vean en su padre ciertos actos de piedad y que su ejemplo les sea útil en todos sentidos. Con la niña especialísimo cuidado.

Con los sirvientes de Ia casa: seré dulce y recta. "Vigilaré su moralidad en cuanto pueda.

"- Les asistiré pecuniaria y personalmente, si puedo, en sus enfermedades.

"- Tendré especial cuidado de sus almas, procurando que escuchen algunos sermones, dándoles algunas instrucciones religiosas y cerciorándome que cumplan con el precepto de oir Misa". (Diario T. 4, p. 227 ss. 6 octubre. 1894).

Así se nos muestra Conchita: un modelo de esposa, de madre de familia y de ama de casa. Ella misma hace un 'Reglamento de vida' que orienta su conducta, pero sin rigidez, con una preocupación de fidelidad a Dios y de servicio a los demás por amor.

He aquí algunas anotaciones más que evocan el espíritu que las anima:

"- Propongo hacer siempre lo más perfecto.

"- Propongo buscar en todas las cosas a Jesús y su cruz, conforme a su voluntad santísima.

"- Propongo buscar prácticamente los intereses de Cristo y no obrar según mis intereses o amor propio".

Pero añade con realismo y gran espíritu de adaptación: "No me inquietaré si las circunstancias impiden mi reglamento de vida, sino que tranquilamente continuaré. Seré flexible ante las dificultades, siempre humillándome y siempre ¡adelante, adelante!" (Diario T. 4. p. 80 agosto de 1894).

Sus relaciones sociales, la llevan a reuniones y a varias diversiones como mujer de mundo y madre de familia. No se sustrae a ellas, va a todas partes sonriendo, pero su corazón está todo en Cristo: "Anoche tuve que ir al circo" (Diario T. 4, p. 64, agosto 12 de 1894). "Y voy al teatro dentro de breves momentos, yo que huiría del mundo con todo mi corazón tengo que presentarme a él, y reír y estar alegre y lejos de mí manifestar desagrado, lo que bastaría para causar a mi marido un gran disgusto. Me encuentro por todas las partes sobre la cruz. ¡Oh, Jesús mí, ayúdame! Concédeme saber conformar mi exterior y guardar mi corazón inviolablemente fiel, sabiendo dominarlo para que nada me traicione en presencia de aquellos que no pueden comprenderme" (Diario T. 3. p. 161, mayo 17, 1894).

En medio del bullicio de las fiestas del carnaval escribe: "Ayer no pude escribir; por la tarde tuve que condescender con mi marido a ir al paseo cuatro horas en coche abierto, entre una barahunda de mundo atroz. Hice actos, cuantos pude, de amor y reparación y mortificación" (Diario T. 12, p. 121, febrero 28, 1900). Pero no es una mujer mundana sumergida por el torbellino del carnaval; por encima de los hombres y mujeres que se divierten locamente ella lleva en su alma la mirada del Crucificado.

Se encuentra a gusto en su hogar y en el círculo de su familia y amistades. En ese ambiente es la animadora de las reuniones y de las fiestas. Todos la solicitan. Tiene plena conciencia de que su lugar de madre y educadora está, ante todo, en medio de sus hijos: "Tengo que formar ocho corazones, que luchar con ocho caracteres, quitando lo malo y plantando y fomentando lo bueno; grande paciencia y grande prudencia y virtud necesito para cumplir santamente esta misión de madre. En todas mis oraciones el primer grito del corazón es para pedir gracias para mi esposo e hijos, claro está que espero todo de lo alto, todo de ese Dios infinitamente bueno y de esa María, Madre de todos, a quien se los tengo especialmente encomendados. Ella será su escudo, su luz, su guía, su protectora amadísima. La santa devoción que sus corazones le profesan los salvará de todos los peligros de este miserable mundo tan lleno de escollos. ¡Madre, Madre, ayúdanos, cobíjame bajo el manto de tu pureza y no nos dejes jamás hasta asegurarnos en esa eternidad feliz! ¡María, tu pureza para mis hijos!, ¡que nunca manchen su alma tan querida!, que sean todos para Dios, que El solo sea su aliento y su vida. ¡Míralos, Virgen, son tuyos antes que míos!" (Diario T. 11, p. 193, agosto 16, 1899). 

Así se deslizaba la vida cotidiana de Conchita, como la de todas las madres, con alternativas de penas y alegrías "Ayer cumplí treinta y siete años, tuve un día lleno de las satisfacciones exteriores que pudiera yo desear respecto a mi marido, hijos y demás familia, y sin embargo la tristeza y el vacío llenaba mi corazón haciéndolo sufrir, luchando por dominarme. Tuve el gusto de ver a mis hijos con muchos premios de la repartición del colegio y muy aplaudidos, y algunos saltos de vanidad me dio el corazón, aunque procuraba rechazarlos. Las cuelgas que recibí, todas se las entregué al Señor, quedándome en mi querida pobreza. Tiemblo ante mi debilidad sobre el particular pues en el mundo hay muchas ocasiones de fallar y soy capaz de todo. Ayer renové mi ofrecimiento total a la voluntad de Dios, entregándome sin reserva a sus divinas manos" (Diario T. 12, p. 35, diciembre 9, 1899).

Las preocupaciones no faltaban en la casa y las pruebas de salud pesaban a veces dolorosamente. Ella misma o sus hijos se encontraban gravemente enfermos y la muerte se cernía sobre la existencia familiar. "De las puertas de la eternidad, del borde del sepulcro me ha vuelto el Señor por sus altos fines y pudiendo apenas escribir, tomo hoy la pluma para continuar mi Diario. Una pulmonía terrible iba a concluir con mi vida y estoy ahora en una convalecencia muy delicada y penosa, llena además de mil penas. Se iba a morir la última niña; otro niño grave de enfermedad contagiosa lo cual me priva de ver a la primera, sufrimiento que despedaza el corazón de madre.. ¡Vágame el Señor! (Diario T. 10, p. 132-133, abril 21, 1898). 

"Muchas otras cruces me ha puesto Jesús sobre los hombros que sólo con la ayuda divina puedo soportarlas con paciencia... Vi muy de cerca la muerte y tuve que practicar de veras y de lo más intimo del alma el abandono total en los brazos de Dios y el desprendimiento de mis hijos, madre, esposo, que siempre a la naturaleza le cuesta bastante. Tuve mucha paz esperando a cada instante verme en la presencia de Dios: a veces venía a turbarme el miedo a su juicio y una noche arrojándome en sus brazos le dije: "Señor, tengo miedo". 'No temas, me contestó, 'tranquilízate', y, como estas palabras obran, desde ese momento sentí un sosiego de alma como de ilimitada confianza y la seguridad de que no me iba a morir" (Diario T. 10, p. 134, abril 21, 1898).

Así, transcurría su vida, las enfermedades y los achaques aumentaban. Llevaba sola su dolor en el corazón y en los labios su inalterable sonrisa: "Me dijo el Señor: 'No te quejes de tus padecimientos delante de los extraños, ni les dejes ver tus penas porque aminoras su mérito; sufre en silencio, déjame obrar en ti y pasa por la tierra ocultamente crucificada" (Diario T. 10, p. 138, abril 30, 1898).

Su hogar era alegre y bullicioso: "Mamá sonreía siempre", me decían sus hijos; y cuando al terminar mi primera estancia en México, en 1954, después de una encuesta minuciosa declaraba yo a sus hijos: "Su mamá era una gran santa y una gran mística", me respondieron ellos inmediatamente: "santa o mística, no lo sabemos; pero mamás como ella ya no las hay".


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