Su vida de jovencita transcurría sin historia, en la espera de un porvenir de felicidad.
"Llegó el día en que fueron a pedirme; mi madre lloraba, mi padre me preguntó que qué contestaba, que si quería casarme, y yo le contesté que sí, porque yo quería a Pancho y aunque no fuera rico lo prefería a todos los otros porque era muy bueno.
A mí, repito, no me estorbaba el cariño de Pancho para amar a Dios; yo lo quería con una sencillez muy grande y como envuelta con el amor de mi Jesús. No veía para mi otro camino".
"Llegó la víspera de mi matrimonio el vestido blanco, y yo no sé qué sentí de miedo al verlo; estaba precioso, muy elegante con toda la demás ropa; unos magníficos broqueles de brillantes y una cruz de los mismos (de la que después hicieron la Palomita de la custodia del Oasis) un collar, anillos, etc., que a mí ni me llamaron la atención pues las alhajas siempre me han sido indiferentes. Muchísimos regalos, vestidos; ¿yo qué sentía?: una tristeza interior, un no sé qué de miedo y sufrimiento indecible".
"El día 8 de noviembre, como digo, se efectuó mi matrimonio con el Sr. Don Francisco Armida; y de las doce de la noche del
7 a la una del 8 recé con todo mi corazón la hora de quince a la Sma. Virgen al entrar el día en que iba a contraer tantos deberes que casi no
sabía. A las seis de la mañana comulgamos Pancho y yo en San Juan de Dios) luego a arreglarnos cada uno a su casa. Yo mucho le pedí a mi Jesús que me ayudara a ser una buena esposa que hiciera feliz al hombre que iba a darme por compañero. Me puse aquel vestido blanco lleno de azahares, (que después lo regalé a una Purísima y lo que sobró para adornar los reclinatorios de mis hijos en su primera comunión y las almohaditas de los pobres en Nochebuena). Me prendieron el velo, corona, etc. y ya vestida me arrodillé a pedir la bendición a mis padres, que me la dieron con toda voluntad, pero llorando y partimos en los coches a la iglesia del Carmen que estaba preciosa toda adornada con flores blancas. A las
ocho de la mañana fue la ceremonia, efectuándola mi tío el Sr. Canónigo D. Luis G. Arias, hermano de mi madre. Oí la misa con mucha devoción y después volví a casa de mis padres a las felicitaciones y ceremonia civil. Más tarde fuimos a la fotografía; después a la "Quinta de san José" en donde fue la comida y baile hasta el obscurecer". (Aut. 1, p. 104-108).
"Recuerdo que a la hora de la comida, mientras estaban en los brindis se me ocurrió pedirle al que ya era mi marido dos cosas que me prometió cumplirlas: que me dejara ir a comulgar todos los días y que no fuera celoso. iPobrecito! fue tan bueno que años adelante se quedaba con los niños mientras yo volvía de la iglesia, y aún en su última enfermedad, mientras no perdía el conocimiento, me preguntaba si ya había ido a recibir a Nuestro Señor. Dios le ha de haber pagado este favor que era mi
vida".
"Conque, el caer la tarde, mi hermano Octaviano me llamó y quiso que me fuera en coche con Pancho violentamente para que mi madre no se apercibiera, y sentí tan feo que no lo puedo explicar. Callada y llorando y con una vergüenza terrible me
fuí. Pancho me consolaba pero yo sufría mucho de ir sola con él. Llegamos por fin a la casa toda iluminada y llena de flores blancas" (Aut. I, p. 110).
'Mi marido fue siempre un modelo ejemplar de respeto y cariño; me han dicho varios sacerdotes que Dios me lo escogió excepcionalmente, pues fue un ejemplar de esposos y de virtudes" (Aut. I, p. 111).
"El día 8 de diciembre, al mes de casada, cumplí los veintidós años de edad y estaba en cama por no sé cuanto tiempo, sin poder comulgar. ¡Qué cosas pasan en la vida! Entré en aquella casita llena de flores y de luces, de dichas e ilusiones y a los nueve meses salí a la media noche con el susto de un incendio, y no volví a ella más" (Aut. I, p. 112).
|