CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Con mi Marido y mis Hijos

"El día 28 de septiembre de 1885, a las nueve de la noche y lunes nació mi primer hijo ofreciéndoselo al Señor con todo mi corazón antes y también luego que vino al mundo. Su papá, luego que nació, se puso de rodillas sollozando y dándole gracias a Dios. Me concedió el Señor poderlo criar ocho meses y entonces tuve que quitarle el pecho por necesidad. Después pasé muchos trabajos con él; no quiso nodriza, con leche de burra que era la más parecida a la mía, concluyó su lactancia.

"Una bobera que me da risa recordarla: quería yo que dijera a todo trance "mamá" y dijo primero "gato", lo cual me dio pesar. Tan simple como siempre. Este niño jamás dio qué decir: estudioso, inteligente y muy recto, pundonoroso y formal ha sido siempre. Tiene carácter violento pero muy buen corazón. Parece que el Señor lo llama al matrimonio" (Aut. 1, 114-115).

"Mi marido tenía horas fijas de irse a su trabajo y de volver, las cuales yo aprovechaba en hablar con mi Jesús, en leer cosas espirituales (después de cumplir con mis obligaciones) y en hacer mis penitencias, quitándome los cilicios cuando él iba a llegar, porque una vez me tocó uno y mucho se enojó. Me decía que bastantes penas tenía con los niños, sus enfermedades, crianza; pero yo sentía que no era suficiente aquello, sino que yo debía procurarme dolor. Después diré como me cuidaba el Señor de ser vista. Mi confesor me quitó me parece que por tres años las penitencias; yo lo obedecí" (Aut. I, p. 129-130).

"En el año de 1887, el día 28 de marzo, lunes, a las doce de la noche nació mi hijo Carlos. Yo lo crié en toda su lactancia; era un niño muy vivo, inteligente y precoz; vivió sólo seis años y murió el día 10 de marzo de 1893 de una tifoidea terrible. En sus dolores decía: 'hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo'; sufrió mucho y murió sin confirmación; esa pena me quedó. Fue su muerte para mi corazón un golpe terrible, desgarrador, un dolor jamás sentido hasta entonces. No quería arrancarme de su lado, pero habló la voz de la obediencia y en el acto hice el sacrificio de abandonarlo.

"En esos días hubo un alza de la plata y mi marido se puso mal en sus negocios, al grado que para el entierro de este niño tuvo que pedir prestado el dinero que se necesitó. En esta época me regaló el Señor con vergüenzas y penas pecuniarias. ¡Bendito sea Dios por todo!

"Cuando murió Carlos sentía mi alma vivos impulsos de perfección y algo de escrúpulos me molestaban. Me remordía mucho la conciencia hasta decirle al niño que estaban buenas de sabor las medicinas para que las tomara. No sabía yo cómo arreglarme. Como último recuerdo suyo guardé un vestidito, y ahí sentía pegado el corazón; pero un día escuché la inspiración del Señor que me pidió el sacrificio de desprenderme de él y me dio valor en aquel desgarramiento del alma (quien no sea madre no podrá comprender esto): llamé un pobrecito, le puse el vestido, se fue, y yo sentí como si me arrancaran a mi hijo". (Aut. I, p. 131-133).

"El día 28 de enero de 1889, lunes, nació mi hijo Manuel en la calle del Rosario (San Luis Potosi), a donde me había cambiado. Al dar las avemarías, al rezar el 'Angelus' vino al mundo este niño que mucho me costó. A esa misma hora moría un sacerdote (el Padre José Camacho) y tan luego como lo supe ofrecí a mi niño al Señor para reemplazarlo en los altares. Se lo dí de veras, con todo mi corazón. Mucho tiempo después estuve enferma, pero gracias a Dios pude criarlo hasta que anduvo. Quise que le pusieran en el bautismo el nombre de Manuel, por mi amor tan grande a la Sagrada Eucaristía; es su santo el día de Corpus. Tuvo siempre Manuel un carácter muy bondadoso y sencillo; era alegre, humilde y dócil y desde muy niño tuvo grande inclinación a la virtud y a todo lo de la Iglesia. Tenía luces de desprendimiento del mundo y de sus vanidades superioras a su edad. Recuerdo que tendría siete años cuando un día, a la hora de la mesa que tenia su papá a todos los niños alrededor les dijo que a ver cuando crecían para que le ayudaran con los gastos de la casa, y Manuel luego respondió: 'Yo les ayudaré, sí, pero en la parte espiritual, en lo que toca al alma, porque no nací para ganar dinero que es tierra y vanidad'. Nos vimos Pancho y yo y nos quedamos sorprendidos de esta respuesta".

"Tuvo épocas de terribles escrúpulos; siempre fue muy piadoso, sin respeto humano, muy candoroso y sencillo. Fue él más cariñoso de todos mis hijos conmigo, hasta la exageración. Dios lo llamó; escuchó mis ruegos y los suyos y desde que comenzó a hablar le pedíamos la gracia inmensa de la vocación religiosa. En su primera comunión y en las grandes fiestas con fervor renovaba esta súplica; y el Señor lo escuchó, digo, yéndose a la Compañía el día 12 de noviembre del año de 1906, en donde acaba de hacer sus votos el día 8 de diciembre de 1908 a los diecinueve años once meses de edad". (Aut. I, p. 135-138).

(Murió santamente, en 1955, en Gijón, España, en el Colegio de la Inmaculada).

"Mi alma continuaba con ansias vivas de perfección, de un más allá que siempre se le retiraba. Tenía días muy fervorosos, con toques fuertes e internos del divino amor, y siempre envueltos en sufrimientos, porque estos nunca me han dejado, ya de una manera, ya de otra. ¿Qué será virtud? me preguntaba desde muy chica yo misma a menudo, pues que a gritos me pedía el alma conocerlas y practicarlas. Con este pensamiento me pasaba largos ratos, lamentando no entender lo que quería seguir.

"Un día de Corpus fui a la Catedral a visitar al Santísimo..., de repente me envolvió el Señor en oración de quietud (ahora conozco que eso fue, pues entonces sólo pude darme cuenta de que aquel efecto era divino) y me dijo, incendiándome el corazón: 'Yo te ofrezco que algún día tú conocerás lo que son las virtudes, porque Yo pondré muchas a tu alcance, y no conocidas para muchos'. Yo me quedé atontada sin saber qué sería aquello y ¡quién me había de decir que diez o más años más tarde me había de dictar más de doscientas virtudes y vicios el Señor!... (Aut. I, p. 139-140).

"A mí me cansaba mucho el mundo y aún cuando acostumbré a mi marido, que era excelente, a recogerse temprano y a tenerlo todo en su hogar, sin buscar diversiones, siempre a algunas tenía que acompañarlo, aunque por dentro contra mi voluntad".

"Yo lo obsequiaba mucho; llegaba el día de su santo y le hacía hasta dieciocho o veinte cuelgas: era muy bueno y respetuoso conmigo y todo eso, lo que le hacía yo, era poco para lo que merecía. Fue tan buen padre que viniendo de su trabajo me ayudaba personalmente a arrullar a los niños y a dormirlos. Su casa y sus niños era todo su encanto". (Aut. I, p. 142-143).

"Quería yo que Dios me diera una niña y no tanto hombre, ya que iban tres seguidos: y después de Manuel, me la dio para Él... Era lunes. María de la Concepción se llamó esta niña, que mucho me hizo padecer sin saberlo. La quisimos su padre y yo con una ternura especial. Se la ofrecí inmediatamente al Señor para que fuera suya, con todo mi corazón, y procuré conservar la azucena de su alma hasta entregarla al Señor como después diré. Pude criar a esta niña todo el tiempo que fue necesario, gracias a Dios. Era el encanto de su papá, y los dos la llenábamos de bendiciones. De seis meses creía que se moría; estuvo muy grave.

"Después de algunos años tuvo una tifoidea de cuarenta y tantos días entre la vida y la muerte. Entonces recibió como viático su primera comunión; yo se la ofrecí al Señor en botón para que fuera a abrirse en el cielo si esta era su divina voluntad; pero no la aceptó; la tenía destinada para esposa suya en la tierra... Por aquellos meses de la enfermedad tan larga de Concha dictó el Señor las virtudes aquellas que años atrás me había ofrecido..."

"Concha tuvo siempre una índole de ángel, una pureza suma y unas cualidades y virtudes ocultas muy especiales. La modestia era su fisonomía, ¡Cuántas virtudes en el seno de la familia y en la intimidad del hogar la vi practicar!... Era una presea, una perla y no concha, una azucena. Al cumplir los quince años hizo voto de virginidad y a los diecisiete y medio entró a la religión. Joya tan linda no era para el mundo: el Señor la escogió para sí" (Aut. I, p. 144-149).

"Cuando nos casamos mi marido tenía un carácter muy violento, pero era como la pólvora, luego pasaba el fuego y se contentaba apenado; pero al cabo de algunos años cambió tanto que su mamá y hermanas se admiraban. Yo creo que era la gracia y el continuo limarse el pobre con esta lija y duro pedernal". (Aut. I, p. 151-152).


Indice