CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Nostalgia de Dios

"En medio de todo este mar de vanidades y fiestas sentía mi alma un deseo vehemente de saber hacer oración.  Preguntaba, leía y como podía me ponía en la presencia de Dios, y esto bastaba para que comenzaran a aclarárseme muchas luces de la nada de las cosas de la tierra, de lo vano de la vida, de la hermosura de Dios y mucho amor hacia el Espíritu Santo.  Cogía mi crucifijo al irme a acostar y no sé qué me pasaba al contemplarlo: una conmoción interior profunda, un elevamiento del corazón en Él, imposible de explicar.  Me atraía, me absorbía, me anonadaba y luego acababa llorando. Pero me pasaba la impresión y volvía a mi vida ordinaria de tibieza, vanidad y tonteras. Sin embargo yo sufría, y aún en medio de tantas adulaciones, diversiones v cosas, sentía mi alma un vacío: una voz interior que le decía: ¡Tú no naciste para esto!; ¡en otra cosa está tu felicidad!  Cuando recuerdo ésto me parece que debí haber tenido vocación, pero yo casi no había oído esa palabra, ni siquiera fijado la atención.  Me encantaban en el Año Cristiano las religiosas, pero ni las conocía y aún me figuraba que ya no existían, lamentándolo.  Con mis primas seguido me gustaba jugar a las monjas, y me estaba grandes ratos postrada sintiendo en mi alma la atracción de Dios, pero a las compañeras les fastidiaba este juego y pasábamos al de los novios".

"¡Vocación, virginidad!, yo no me daba cuenta lo que querían decir estas cosas y sí de que yo había nacido para casarme y no se me ocurría otra cosa que llegar a realizarlo aunque no entendía la trascendencia y obligaciones de esto.  Los sacerdotes con quienes me confesaba tampoco me hablaban de otro camino para mí.  Sólo mi tío el Padre me leía a veces cosas muy hermosas de vírgenes y mártires, pero a mí no se me pasaba que fuera eso para mí...  Pensaba que casada tendría más libertad para mis penitencias y esto me encantaba y tranquilizaba...  Me confesé en Santa María del Río con un sacerdote muy bueno que me dijo un consejo el cual me llamó la atención. "El alma de usted es tan dócil, me dijo, que necesitaba tener mucho cuidado para escoger el confesor. Hasta entonces supe que tenía yo docilidad.  Con este Padre me parece que adelantó algo mi espíritu".

"Así, entre miserias y vanidades a la vez que llamamientos divinos pasé muchos años de mi vida.  Me hacían mucho caso en los bailes, sería por tonta; siempre tenía las etiquetas o programas llenos desde que llegaba, y después, ¡qué flojera tener que bailar tanto! Dicen que hay peligro en los bailes y ahora lo comprendo... Las modistas me adulaban de buen cuerpo. Tenía vanidad pero no inclinación a ella; seguía la corriente, me gustaba agradar a mi novio con suma sencillez y no más.  Me adornaba sólo en los minutos que pasaba o iba a visita Pancho, y en seguida, apenas iría en la esquina, luego me despojaba de todo.  Me estorbaban los aretes, los anillos; así era mamá.  Recuerdo que el día que me tomé el dicho, día de san Rafael (24 de octubre de 1884), me regaló Pancho una pulsera con llave, me la cerró y yo sentía angustia de aquello; en muchos años no me la quité".

"Me fastidiaba todo lo caduco, lo que brillaba, lo que no era sólido, lo vano y ficticio. Nunca los trapos me llenaron el corazón; yo sentía otra cosa muy grande dentro del alma, un vacío inmenso que pensé llenarlo casándome con un hombre tan bueno y que me quería como Pancho, y ese era mi anhelo y mis peticiones a Dios, a san José y a la Sma. Virgen". (Aut. I, 75-81).


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