CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Inclinaciones

"Gracias a Dios me las dio buenas el Señor, por lo cual soy más culpable no habiendo sabido aprovecharlas como debiera. Sentía ya muy niña en mi alma una grande inclinación a la oración, a la penitencia y a la pureza sobre todo. La penitencia era mi felicidad desde que alcanzo a recordar. Cuando aprendí a leer me encerraba en una biblioteca que había casa y cogía los "Años Cristianos" y de ellos el lugar en donde hablaba de la penitencia de los santos. Así gozaba y se me pasaban las horas recreándome en ver sus padecimientos, envidiándolos y viendo cómo los imitaba". (Aut. I, p. 11-12).

"Cuántas veces en mis largas excursiones por el campo, con mi padre y Clara mi hermana, me pasaba las horas a caballo pensando cómo podría yo vivir en una cueva, entre aquellos montes, muy lejos de toda mirada humana, haciendo penitencia y oración sin estorbos, sin testigos y a todo mi sabor. Esta idea me encantaba, acariciándola con toda el alma. A veces por los caminos, (pues vivíamos con frecuencia en las haciendas de mi padre), iba saboreando con decir palabra por palabra, muy despacio, las oraciones o plegarias al Smo. Sacramento o a la Sma. Virgen, que me aprendía de memoria. Era un inefable consuelo el que llenaba a mi corazón de niña con estas cosas. Creía yo, hasta después de casada, que toda la gente hacía penitencia y oración y que unos a otros nos ocultábamos las cosas; que terrible la decepción que sufrí cuando supe que no había tal cosa: que muchas gentes hasta aborrecían mortificarse: iOh, Dios mío!, ¿por qué será así?" (Aut. I, p. 16-18).

"La primera confesión la hice entre los siete y los ocho años. Me habían aconsejado que dijera unos pecados muy grandes y los dije; ahora calculo que sin haberlos cometido. El Padre hasta se asomó a verme y yo apenas parada alcanzaba a la reja; me regañó muy fuerte y me dio cuatro rosarios de penitencia, que era mucho para una chica" (Aut. I, p. 24).

"La primera comunión la hice el día de la Inmaculada que cumplía diez años, o sea el 8 de diciembre de 1872. No recuerdo por mi tibieza y tontera nada de particular ese día sino un inmenso placer interior y gusto del vestido blanco. Mi amor desde entonces a la Sagrada Eucaristía iba siempre en creciente y desde entonces tenia particular gusto en frecuentar los sacramentos hasta que llegando a los quince o dieciséis años me dejaron comulgar cuatro o cinco veces por semana y poco después diariamente. Yo era feliz, felicísima, recibiendo al Smo. Sacramento; sentía el ser una necesidad indispensable para mi vida y cuántas veces después de bailes y teatros fui a comulgar al día siguiente por no encontrarme manchada. Por las noches pensaba en la eucaristía, y en mi novio después. Cuántas veces en mis comuniones y visitas al Santísimo le decía a mi Jesús: "Señor, yo no sirvo para amarte; quiero casarme y que me des muchos hijos para que ellos te amen mejor que yo". Esto no me parecía feo sino una justa petición para saciar mi sed de amarlo, de verlo amado de mejor manera y sin embargo con algo mío, mío, con mi misma sangre y mi vida". (Aut. I, p. 27-29).


Indice