CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Hacia la unión

Como preparación inmediata a la plena vida de unión Conchita recibe luces notables sobre la Trinidad.

Un solo Dios en tres Personas

"No son dos ni tres Dioses, sino uno solo, en tres Personas divinas. (Y yo sentía muy claro, como que lo veía que así debía ser, y en ello una razón de ser admirable... no sé si explico lo que quiero decir).

"Continuó el Señor: "No son tres luces, sino una Luz, eterna e igual en las tres Divinas Personas... Dios de Dios quiere decir que no puede darse más altura, y también quiere indicar el mismo Ser comunicado al Verbo; y en el reflejo de aquel foco eterno de grandeza, de luz y de perfecciones infinitas producido por el Espíritu Santo, término, es decir, como conclusión de este divino misterio; pero sin nada menos que el Padre y el Hijo, sin mengua la más mínima, sino todas tres Personas iguales... con una sola esencia divina... formando un solo foco... un solo Señor... sin principio ni fin... ninguna antes ni primero que otra... siendo ya en el principio eternas, eternas, y en una comunicación sublime y admirable que constituye la felicidad de Dios!...

"Esto lo explico con rudas palabras porque no hallo lenguaje, ni tengo, ni creo existe uno con qué explicar lo que es inexplicable"... (Diario T. G, p. 6-7, febrero 2, 1897).

La infinita Pureza de la Trinidad

"Hoy en la Iglesia no me dejó rezar el Señor ni abrir el libro: luego que le recibí en la Sagrada Comunión me puso en un grande recogimiento, levantando a mi alma a otra atmósfera, bien lejos de la tierra.

"Entendí, no sé cómo, algo de la Pureza infinita de Dios: cómo en la Generación eterna del Verbo le comunicó el eterno Padre su misma substancia y esencia, siendo la esencia del Padre la Pureza misma.

"Más por esta palabra, Pureza, o sentido de la limpidez de Dios, entendí una claridad, una blancura, una luz que no encuentro palabras para explicarlo, porque la luz es oscuridad junto a aquella claridad divina, lo blanco es negro, el mismo sol es un borrón. ¡Oh Dios mío!, ¡oh esplendor eterno!, ¿cómo explicar lo que es inexplicable en el lenguaje humano? ¡Belleza sin tacha, siempre antigua y siempre nueva, resplandor inefable cuya luz no la soportarían los sentidos del cuerpo! Yo veía o sentía todo esto, pero allá en lo muy hondo del alma.

"Veía yo, diré, al Eterno Padre gozándose eternamente en Sí mismo, en sus perfecciones infinitas, en una complacencia indecible, y de este mismo gozo purísimo reproducirse, con la intensidad de aquella limpidez, en la segunda Persona divina que es el Verbo.

"Veía yo a este Verbo como el reflejo completo y exacto del Padre, y ante aquel arrebato eterno de santísimo amor divino entre el Padre y el Hijo producirse el Lazo de luz y amor entre el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, inseparable del Padre y del Hijo, aunque Persona distinta pero realmente "Término de amor" (si puede llamarse término a lo que es infinito) pero, digo término porque en la comunicación de las divinas Personas recorría diré, su órbita, haciéndose todas tres felicísimas. No sé cómo explicar esto, y yo lo entendía todo en un punto, sin tiempo ni división y, sin embargo, distintas a estas Personas de la adorable y Santísima Trinidad...

"¡Oh Trinidad Beatísima! ¡quién será capaz de comprenderte, si con un rolo rayo de tu limpidez dejas absorta al alma!... ¿qué serás?, ¿qué serás?..." (Diario, agosto 28, 1898).

La intimidad con el Dios vivo, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es característica de la vida de unión. Conchita ha recibido gracias eminentes de este orden y por eso el centro de su vida es la Santísima Trinidad.

La Trinidad: centro de mi vida

"¡Esto me parece el colmo de la soberbia! Pero en el abismo de mi bajeza y contra mi voluntad, rompe este espíritu las ataduras con que lo aprieto a la tierra de mi nada, y se me escapa, y se lanza hasta el trono divino de la Santísima Trinidad, como si ahí estuviera su centro y su vida, ahí dentro diré, de la misma Vida, ¿Qué debo hacer si no quiere aquietarse en los charquitos que le presento, sino que busca el mar sin fondo ni riberas, a su Dios y Señor? Lo hundo a este espíritu en el pozo estrecho de su propio conocimiento, pero en este hundimiento parece que toma vuelo y se lanza hasta aquella inmensidad de su Dios, única con que se satisface y respira.

"¿Por qué siendo yo tan mezquina y tan pequeña y tan muladar tiene mi alma miserable esos vuelos, esa sed, ese sofocamiento, en todo lo que no es grande, en todo lo que no es Dios? ¿Si no soy capaz de contener una gota, por qué anhelo contener un mar?... ¿Si no soy más que un punto en el espacio, cómo es posible y me cabe en el juicio abarcar la inmensidad eterna?

"Lo que pasa, ¡oh Dios mío! ya lo comprendo ahora, es que la gota se pierde entre el mar y la nada en el infinito... es decir, no entra Dios tan solo en mí, aún cuando entre y tome posesión de mi alma, sino que yo entro en Él, o más bien, yo no soy digna de entrar y me detengo, pero Él me coge y me introduce en esas regiones desconocidas de la materia... Oh y con qué rapidez el alma recorre sin embargo esas distancias y conoce y ve y entiende sin conocer, ni ver, ni entender, sino como engolfada en un punto, pero punto infinito, punto de eternidad, punto de amor increado; ahí y sólo ahí respira vida y satisfacción y dicha sin tiempo..." (Diario T. 11, p. 32-34, mayo 31, 1899).


 

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