CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

La Intuición Clave

Del Amor al Amor por el Amor Crucificado

Los grandes genios, a menudo después de largos años de reflexión, descubren repentinamente un pensamiento central que reviste la forma de una intuición creadora y pasan todo el resto de su existencia profundizándolo para integrarlo en su vida y hacer brotar de él todo un mundo de aplicaciones prácticas para servicio de otros hombres.

El mismo fenómeno se presenta en la vida de los santos. Una Teresa de Lisieux ha pasado su vida entre nosotros en la búsqueda de un "camino nuevo" de santidad. "En la lglesia, yo seré el amor, y así lo seré todo".

Encontramos algo parecido en Conchita. A los cuarenta años, apenas iniciada su viudez, su mirada se vuelve cada vez más hacia el Crucificado. Refine en las páginas de su Diario en enero de 1903 todas "las luces sobre el amor que le ha "dictado" Cristo su Maestro: "De repente, estando oyendo leer, sentí un golpe de luz en el entendimiento, haciendo sensibles al corazón sus santos efectos". Como Teresa de Avila cuya vida se vio radicalmente cambiada hacia los cuarenta años, Conchita recibió de improviso por luz directa del Espíritu Santo las intuiciones directrices que serán las nervaduras principales de la espiritualidad de la Cruz: 

-en la cumbre: Dios es Amor, 
-en el centro: Cristo Crucificado,
-y, de parte suya, en su propia vida, la respuesta de amor en una entrega total al amor.

He aquí, aún en estado de germen, la intuición global de la doctrina espiritual que le inspira el Espíritu Santo y la experiencia de su amor al Crucificado. Esta nueva visión de universo, sintética y original, le descubre en una mirada de profunda sabiduría, los dos polos del plan de la Redención: el Amor infinito que la llama a unirse al Amor y a identificarse con Él por medio de la Cruz. La formulación de esta intuición central podría ser la siguiente: del Amor al Amor, por Cristo Crucificado por amor.

Dios es Amor

Nuestra vida espiritual está vinculada a nuestro concepto de Dios. Como la metafísica es el fundamento de la moral, el dogma es la base en la mística. El misterio de la Trinidad y la Encarnación del Verbo animan la espiritualidad cristiana. Toda la doctrina de la Cruz depende de la visión de un Dios crucificado por amor.

El Dios de san Agustín es el Bien supremo que atrae todo hacia sí. El Dios de santo Tomás de Aquino es el Dios del Sinaí: "Yo soy El que es". El Dios de Teresa de Lisieux es el Amor misericordioso. El Dios de Conchita es el Amor Crucificado que nos conduce hacia el Amor infinito: "Entendí no sé cómo la esencia de Dios: que todo es Amor: esto, mil veces lo he dicho y oído, pero no, fue una cosa sobrenatural, un movimiento que hizo estremecer a mi alma, una luz que con la brillantez de un relámpago iluminó lo más secreto e interno de mi espíritu, ¡Vi cómo Dios ES AMOR: no sólo tiene amor sino que Él mismo es el amor eterno, el amor increado, el amor infinito!

El Dios de Conchita es el Dios del Evangelio, tal como nos lo presenta san Juan: "Dios es Amor" (1 Jn. 4,16). Este es el fundamento supremo de su doctrina espiritual. Su Dios Crucificado es ante todo un Dios de Amor.

De este Dios trascendente, pero que es todo Amor, ella ve derivarse por vía de participación todas las riquezas creadas del universo visible e invisible: todo el bien que existe en él, el mundo de las almas, todo amor legítimo y todos los vastos horizontes de la fe: los misterios de la creación, de la Encarnación, de la Redención, de la muerte de Jesús en la Cruz, del sufrimiento mismo y de la cruz: "¡Oh! yo sentí como todo lo bueno desciende de El, y como las almas y la naturaleza llevan impreso su sello divino.

"Vi como todo amor legítimo y santo que llena el corazón del hombre es una gota de aquel océano insondable, un rayo luminoso de aquella inmensa luz. Sentí cómo el amor se desprende o sale de aquel foco de caridad infinita que eres Tú, y cómo te complaces en poner en el corazón del hombre esa sed de amar, insaciable y que no puede satisfacerse con lo caduco y finito, sino con lo imperecedero e infinito. Sentí cómo las almas son como una parte de Dios, un soplo de su esencia, un aliento producido por su santo Espíritu.

"¡Oh, qué grande es un alma y cuán inmenso su valor! Las almas nacen para el amor y tienen que vivir eternamente en clamor, para eso son creadas. Son el fruto de la Santísima Trinidad y por tanto, inmortales; son hijas del cielo, engendradas por el amor, substancia del mismo Dios, y por esto imprescindiblemente tienden a lo infinito, a lo puro, a lo santo, grande y divino.

"Esta envoltura del cuerpo es para luchar y merecer, pero el alma, este ser inmortal, ¡oh qué primor!, no puede satisfacerse en lo humano, por más que luche, con el amor a las criaturas, en borrar la imagen divina que lleva esculpida en su mismo ser, imposible!, otro orden de cosas la arrastra. Un más allá la llama constantemente, una voz interna le grita mil y mil veces: 'no es aquí tu destino, arriba, más arriba'. Esta sed de lo divino arranca el corazón de la tierra purificando los afectos terrenos, aún los más santos, lanzándolos en aquel abismo, en aquel caos, en aquel mar sin fondo ni riberas en donde nació... Yo siento cómo el amor a mi marido, madre, hijos, familia, y a todo lo material, se ha concretado en uno solo: en Dios.

"¡Oh!, yo no sé lo que siento al vislumbrar aquel eterno fuego que hizo producir la creación, efectuar la redención, que fundó la Iglesia y la sostiene, y que inflama a todos los corazones. Y el qué es el amor, quién es sino el espíritu Santo, término del amor? El inspiró la creación, la Redención, la Encarnación, la muerte de cruz, el reinado del dolor, el Apostolado de la Cruz".

La Cruz

Abordemos ahora la segunda fase de este tríptico: la Cruz. Su Dios es un Dios Crucificado: es el punto central de su intuición. No Io analizará conceptualmente. Como todos los místicos, Conchita habla con el corazón. Para ella, la Cruz es el signo supremo del Amor. No diserta sobre la Cruz y sobre el Amor: vive de ellos. Es un vaivén constante de su pensamiento entre el Amor y la Cruz, inseparables el uno de la otra. Ve que las almas huyen de la Cruz para desgracia suya, ya que de esa manera huyen del Amor: "Muéstrales la Cruz. Muéstrales el Amor". A sus ojos es una misma cosa. Ella quisiera recorrer la tierra "levantando muy alto el estandarte de la Cruz" porque la Cruz es el único "camino del amor". Surgió entonces el hombre mágico: Jesús. El Amor es Él, y Él está clavado en una Cruz. En la base de su intuición directriz y en la hondura de su vida; para ella Jesús es el Amor Crucificado.

"El que es el Amor quiere hacernos felices por medio de la Cruz, escala única que después del pecado nos conduce, nos aprieta, une e identifica con el mismo Amor.

"¿Por qué, ¡ay!, el lamentable engaño de que las almas huyan de la Cruz y, por tanto, del amor, haciéndose desgraciadas?

"Yo he sentido en el alma lo que un alma vale y con razón el corazón divino se desgarra y sufre al verlas perderse sin remedio, siendo suyas por mil títulos de amor!

"Yo veo ahora, como con la vista iluminada, en todas las cosas creadas la huella del amor. La estela de Dios, las pruebas patentes de su infinita caridad que no se cansa de desbordarse en favor del hombre vil y miserable que nada merece, ¡Oh, y cuánta es la grandeza de ese Dios, abismo insondable de perfecciones! ¿Por qué no le damos todo entero el corazón y vivimos absorbidos por El, confundidos en El?

"¡Amor, Amor! me grita cuanto me rodea y cuando veo a las criaturas engolfarse en las vanidades de la tierra, en el vicio, y en todo lo que no es El siento una pena inmensa que me traspasa y una sacudida del corazón me grita: ¡Sálvalas..., muéstrales la Cruz... sacrifícate por ellas en el silencio y la oscuridad... Y crece en mi pobre pecho el amor de celo y quisiera correr y gritar y mostrarles el Amor, y decirles que cuanto el alma siente es sólo un destello, una ráfaga, un hilo que debe volverse a su centro, confundiéndose en El para hacernos felices. Quisiera levantar muy alto el estandarte de la Cruz y recorrer el mundo enseñando que ahí está el camino para llegar al Amor, que sólo por el Dolor, por las espinas y la sangre y el sufrimiento se sube a la unión con el Espíritu Santo. Que El, y sólo El, es la fuente de todo bien, y la que puede únicamente saciar las infinitas aspiraciones del alma.

"Dolor, Cruz, escalera divina, única por donde el alma sube al tálamo de los divinos amores, que aleja de la tierra y acerca al cielo del corazón divino, ¡Ven, ven a mis brazos, clávame en ti, remáchame contigo, que quiero sufrir, porque el Amor mismo inspiró a Jesús el padecer para enseñarme cómo se amaba! Van desde entonces tan unidos el amor y el dolor, que el que sufre ama y el que ama se goza en el sufrimiento. Jesús amó y sufrió. Yo no quiero, pues, amor sin sufrimiento: porque no es puro, ni verdadero, ni durable, el solo amor sin el sacrificio. Si grande es el dolor, grande tiene que ser el amor, si inmenso es el amor, inmenso también, ¡oh sí! tiene que ser el dolor. Pues venga, sí, sí, lo repito, la inmolación, el aniquilamiento completo, para que venga el amor a llenar Io que la tierra, la escoria de los vicios y las criaturas dejan manchado".

Una respuesta de amor

"No se corresponde al Amor sino por el amor", decía Teresa de Lisieux. En Conchita aparece el mismo ardor heroico por entregarse continuamente al Amor. Su vida es una incesante ofrenda al Amor, pero sobre la Cruz. Lanza este grito sublime: "Si pudiera a tu Ser algo robarte, sólo amor te robara, para amarte".

"Quiero vivir del amor, ¡oh sí! pero crucificándome. Continúa mi alma entre el abismo del amor, viéndolo todo bajo ese prisma. Mi espíritu se siente como absorbido dentro de su Dios y Señor, como viviendo de El, aspirando y respirando a solo El. Me siento como endiosada, en una atmósfera pura y divina, con ansias vivas de sacrificarme en aras del amor, por el Amor mismo.

"¡Oh qué cosa tan agradable es el amor! Quisiera sólo hablar de ese amor, y que todo lo que me rodee, todo lo creado, repitiera millones de veces: ¡Amor, Amor!...

"Iba yo en un tranvía cuando de repente oí la voz del Señor y dijo: 'Tú incendiarás a muchos corazones con el fuego del Espíritu Santo, y las herirás con el santo leño de la Cruz'. Me quedé confundida y avergonzada, pero sentí que todo eso lo haría el Señor, y que solamente sería yo su pobre y mohoso instrumento.

"¡Dios!... ¡Dios!.., ¡Dios!.., yo en estas palabras encuentro abismos de amor, de purísima y ardiente caridad. Yo siento, siento muy en el alma cómo la Cruz se deriva del amor!

"¡Ama!, ¡Ama! me gritan todas las cosas, y una voz interior que sale de la substancia misma del alma me impulsa al sufrimiento, a la humillación, al constante padecer, ¡qué filiación tan admirable tienen el amor y el dolor! Yo como que experimento remordimiento de haberme elevado a esas regiones de caridad divina, y busco la cruz, me quiero clavar en ella, y confiarme en sus queridos brazos; pero ¡cosa más extraña! yo cogida de la cruz y de mi propia miseria me siento arrebatada con miserias y cruz, arrojada dentro de aquel mar insondable de perfecciones.

"¡Ah, Señor, Señor! no tengo de mi parte sino podredumbre, lodazal y miseria! Permíteme poner mi frente en la tierra y clamar desde el profundo abismo de mis iniquidades: ¡misericordia, misericordia!

Las cruces son pedazos de amor que nos atraen hacia Dios, haciéndonos merecer.

"Un único suplicio tiene el amor, el cual consiste en no padecer lo bastante por el Amado, pero este es el gran secreto de la Cruz, que sólo se descubre a las almas que voluntaria y amorosamente se sacrifican en ella, sin descender jamás...

"¿Qué deberé hacer nadando en este abismo de luz y fuego? ¿Cómo deberé, pobre de mí, corresponder a ese Dios, Caridad por esencia, y que tan grande la ha tenido para conmigo? ¡Ah, Dios mío, Dios mío!, yo me muero de ver que nada soy y que te amo... "Si pudiera a tu Ser algo robarte, sólo amor te robara para amarte"...

"¡Oh, sí, sí!, tengo hambre de amor, sed de amor, anhelo de amor, y es muy poco mi corazón para hartarlo de esa inmensidad de amor que se desborda dentro de mí y fuera de mí.

"Es imposible hacer caber el amor de Dios en mi pobre alma y lo que hago es arrojarme yo dentro de ese mar sin riberas, dentro de esa inmensa hoguera, en el fondo sin fondo de la infinita esencia de Dios. No sé hacer otra cosa sino perderme en un pequeño punto, en el inmenso espacio de la posesión de Dios".

Los dos polos

Este tríptico que se despliega ante su mirada contemplativa como un inmenso fresco, se completa en una visión grandiosa y dramática, que le descubre el plan del Universo de la Redención en torno a dos polos: Dios y el hombre, el Amor infinito de Dios por el hombre y el rechazo al amor de una multitud de seres humanos invitados a amar. Entre ambos se yergue Cristo, clavado en la Cruz, entre los hombres y Dios.

"Se me ha aclarado el plan de la Redención, lo veo con lentes de aumento, diré, y con una luz asombrosa. De este mismo campo iluminado se desprende el inmenso, el incomparable amor de Dios para con el hombre, y del hombre para con Dios: son dos polos que se juntan en el abismo de su grandeza...

"Me da miedo ver esto porque me parece que Dios me tomará estrecha cuenta si no las aprovecho amándolo y agradeciéndole.

"Veo maravillada su paciencia eterna y la inconcebible dureza del corazón humano: me parece mentira contemplar a los hombres correr afanosos tras las vanidades de la tierra y el amor de las criaturas y que no se paren a considerar la tremenda deuda que tienen contraída de amor y de dolor, o sea de sangre.

"¿Cómo es posible lo que veo? ¿De qué substancia tan insensible estamos formados? iOh, no! lo que insensibiliza el alma es la vida de los sentidos, esa sensualidad que no busca satisfacerse sino en la molicie y comodidad, encadenando al espíritu y cortándole su vuelo.

"La ausencia de la cruz es la causa de todos los males. ¿Y qué hacemos los que amamos? ¿Por qué no correr y sacudir a las almas y despertarlas incendiándolas con el santo leño de la Cruz? ¡Ah, Dios mío! me siento tan impotente a satisfacer estos frenéticos deseos de mi corazón, que al ver que no puedo volar ni hacer resonar mi voz en las almas como una enorme trompeta, siento hambre de ensañarme contra mi misma y despedazarme y hartarme de cruz para siquiera satisfacer en lo posible conmigo misma, aunque nada valgo, esa necesidad de dar gloria a Dios, que consume a mi pobre y miserable alma.

"¡Amor!, me siento en los umbrales del amor y sin embargo éste me lleva tras sí el corazón, el alma y la vida.

"Veo con aclaramientos de luz, con repentinos destellos, ya lo vano y lo caduco de la tierra, ya Io grande, divino y santo de los atributos de Dios, conociendo como sus detalles, diré, sus movimientos, como agrandándose su bondad. Lo primero que creo que me pasa es que se digna el Señor recorrer ciertos velos, y con esto, claro está que percibo más luz, más calor, más fuego".

Se levanta el telón

Conchita podía concluir: "Siento a Jesús detrás de las puertas de mi entendimiento. Yo experimento hoy su calor, sus rayos, su luz, sus fulgores, como en la comprensión de sus misterios, viéndolos tan claros, tan necesarios y como tan naturales, diré, o en el orden, que sentía mi pecho la necesidad de la Iglesia, la victoria obrada por medio de la Redención, pero como de golpe, como quien alza el telón y toma todos los detalles de la escena" (Diario T. 18, p. 5 ss. enero 25, 1903).

Cristo presente en su inteligencia por su Espíritu de Amor, es quien le ha revelado esta visión del mundo. No es una visión completa: le falta el sacerdocio de Cristo, el papel de María, de la Eucaristía, de la encarnación mística, de la consumación de todo en la unidad de la Trinidad. No es más que un esbozo y como una intuición creadora aún inacabada. Conchita entrevé ya otros horizontes: el misterio de la lglesia y la victoria definitiva de Dios por medio de la obra de la Redención. Es ya, sin embargo, un bellísimo panorama de Dios y del universo. Como en el teatro la escena aparece repentinamente en plena luz, el Verbo había iluminado el alma de Conchita descubriéndole como en un relámpago, en el centro del mundo, su Cruz redentora en la irradiación del Amor infinito.


 

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