CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Optica fundamental:
"Jesús y Jesús Crucificado
en sus dolores internos como
Sacerdote y Víctima"

Todos los cristianos están predestinados, cada uno de acuerdo con su vocación y misión personal en la lglesia, a expresar uno de los aspectos del misterio de Cristo. Dios Padre decía un día a santa Catalina de Siena: "Tuve dos hijos, el uno por naturaleza: mi hijo Unico, el Verbo eterno; el otro por gracia: tu padre Domingo". El recibió como misión el oficio del Verbo. Como los Apóstoles de Cristo, los hermanos Predicadores deben ser los hombres de la Palabra de Dios. Cada familia religiosa imita a Cristo, de acuerdo con su gracia propia, específica: el cuidado de los enfermos, la confianza de la juventud, la promoción cristiana y social, las mil formas de la vida activa o contemplativa.

¿Cuál fue la manera peculiar de imitar a Cristo propia de Conchita? Los documentos de su Diario nos descubren cómo le fueron revelados uno tras otro los rasgos del Hijo que el Padre deseaba mostrar en ella, bajo la acción del Espíritu Santo. Podemos ver cómo se dibuja poco a poco el juego de esta pedagogía divina que tiende a formar en ella la imagen de Cristo.

Desde su niñez, se siente atraída por Jesús; más tarde por Jesús Crucificado, pero de una manera original, inédita: por los dolores internos de Cristo, Sacerdote y Hostia, Sacerdote y Víctima en sus menores acciones, a partir de su "Ecce venio" hasta su "Consumatum est" sobre la Cruz. Invitación a todos los hombres a ofrecer continuamente a Cristo a su Padre y a ofrecerse juntamente con El para los mismos fines glorificadores y salvadores. Estas fueron las etapas progresivas de la identificación con Cristo: ser otro Jesús, Jesús Crucificado, sobre todo en los dolores internos de su Corazón, Víctima por los pecados del mundo. Sacerdote y Hostia siempre presente en medio de su Iglesia por la Eucaristía, asociando libremente a todos los miembros de su Cuerpo místico, para continuar en cada uno de ellos, por la encarnación mística, su misión de glorificador del Padre y salvador de los hombres.

Jesús

A partir de san Pablo todos los santos han soñado esta identificación con Cristo, cada uno según su lugar y su misión en la lglesia. Para Conchita, como para Teresa de Avila o Teresa de Lisieux, la vida espiritual es ALGUIEN, es Jesús. Esta joven casada, rebosante de amor a su marido y a sus hijos es atraída irresistiblemente por Cristo, Maestro de su corazón y norma suprema de todos sus amores: "Jesús, con tal que te ame, en donde quiera seré feliz si me concedes la muerte mil veces, primero que un pecado venial deliberado. Hacer siempre lo más perfecto y sólo por complacerte: este es el sol que calienta todos mis actos, la luz que me ilumina, la fuerza que me impulsa, la idea fija en mi pensamiento. Y el tema de mi oración y de mis aspiraciones casi continuadas hoy, de día y de noche y siempre, es sólo este pensamiento, sentido con todas las fuerzas de mi alma: 'Mi vivir es Cristo' ". (Diario T. 1, p. 190, 1894). "De hoy más, mi exterior será Jesucristo..., y mi interior Jesucristo" (Diario T. 1. p. 189, 1894).

Este Cristo Jesús no es para Conchita un "Jesusito" de vestido rojo al cual puede cambiársele el color de la túnica de acuerdo con los tiempos litúrgicos.

A la luz de la fe, Conchita descubre en Jesús al Verbo eterno, al Hijo único del Padre, a la Cabeza de la lglesia, al Sacerdote eterno. Contempla con amor las riquezas infinitas del Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre. Adora en El a la segunda Persona de la Trinidad. Se siente deslumbrada por la generación del Verbo y por el papel que tiene el Verbo en la espiración del Amor eterno. Lo encuentra todo en Jesucristo. Gime de dolor ante el pensamiento de un Dios que ha muerto de amor por todos los hombres, quienes se olvidan de El. Su Diario está lleno lo mismo que su alma de esta presencia soberana y teologal de Jesús: "El alma que experimenta esta vida de unión con Jesús, ya no puede vivir sola" (Diario T. 1, p. 8, octubre, 1893).

"Jesús y Jesús Crucificado"

Entre los misterios de Cristo, sobre todo el misterio de su Pasión y de su muerte ocupa su atención. Su mirada permanece fija sobre el Crucificado para reproducirlo en su vida: "Contemplar para reproducir".

"Jesús es luz, pero la luz refleja todos los colores.
"¿Cuál es el color que debe dominar en mí?

"Es este: 'No saber otra cosa que a Jesús, y éste Crucificado', subraya ella... "Debo reproducir a Jesús en mí, por medio de las virtudes transformativas, es decir, por medio de la Cruz, que es la que más asimila a El. Quiere Jesús de mí no un Cristo en las pobrezas de Belén... No un Cristo en el ocultamiento de Nazareth, no un Cristo en el ciclo de su vida pública, sino un Cristo en las ignominias, abandonos y crucifixiones del Calvario y de la Eucaristía. Debo pues reproducir en mí a Cristo Crucificado" (Diario T. 43, p. 138, septiembre 16, 1921).

Queda claro: "Sí, yo siento que nací para servir al Señor crucificada con El. Me dijo hoy que este es el fin de la unión que pretende el Verbo; asemejarme a El por la Cruz" (Diario T. 9, p. 78. febrero 26, 1897).

En sus dolores internos

Los textos sobre este tema podrían multiplicarse al infinito. Sin duda que todas las formas de la espiritualidad cristiana se encuentran marcadas con el sello de la Cruz, pero Dios vino a revelarle el modo propio bajo el cual ella debe imitar a Cristo: sobre todo en los sufrimientos íntimos de su alma, es decir, en su crucifixión interior. Es éste un aspecto nuevo que va a marcar con un sello especial toda la espiritualidad de la Cruz: "Quiero que se honren particularmente los dolores internos de mi Corazón, que comenzaron en mi Encarnación hasta la Cruz y prosiguen místicamente en mi Eucaristía. Desconocidos son estos dolores al mundo, pero te digo que desde el primer instante de mi Encarnación ya la Cruz estaba plantada en mi Corazón, me oprimía y las espinas lo penetraban; la lanzada hubiera sido un desahogo para abrir aquel volcán de amor y dolor, pero no lo consentí hasta después de mi muerte. Siempre ha habido, hay y habrá ingratitudes y por tanto siempre mi tierno y amoroso Corazón sentirá las espinas y la Cruz. En el cielo no podía sufrir como Dios y para buscar esta cruz que allí no existía, bajé al mundo y me hice hombre y como Dios-hombre podía en grado infinito padecer para comprar la salvación a tantas almas. No ansié en mi vida otra cosa más que cruz y más cruz, queriendo enseñar al mundo que esta es la única riqueza y felicidad en la tierra, la moneda con que se compra una eternidad feliz.

Por el Apostolado de la Cruz se honrarán los dolores internos de mi Corazón representados por las insignias de la cruz, espinas y lanzada, atrayendo los corazones a la cruz. Pero en el Oasis las Cruces atraerán a mi Corazón y éste será honrado en el mar de dolores internos que pocas almas conocen hoy día. Ahí arrancarán mis espinas clavándolas en sus corazones y aliviarán el peso de la cruz que atraviesa mi Corazón, haciéndose cruces vivas. Esta vida recogida dentro de la cruz de mi Corazón, es decir, honrando y aliviando y haciendo propios los dolores internos que durante treinta y tres años ni un momento me abandonaron, será un fin de la Religiosa de la Cruz.

"En la Cruz del Calvario sólo estuve tres horas clavado; pero en la de mi Corazón lo estuve toda la vida; ambas serán honradas en el Oasis pero particularmente lo será la interna que representa las penas y sufrimientos internos, incomprensibles, que constantemente tenían como prensada mi alma y eran ocultos estos dolores aún en mi vida oculta y Yo sonreía y trabajaba, y sólo mi Madre vislumbraba aquel martirio que trituraba a mi Corazón amante. Mi pasión externa duró unas horas, y fue como el rocío, el alivio de la otra pasión que cruelísimamente llevaba siempre mi alma!" (Diario T. 4, p. 197-199, septiembre 25, 1804).

Santo Tomás de Aquino enseñaba la misma doctrina: los sufrimientos internos y redentores del alma de Cristo fueron incomparablemente más dolorosos que el dolor físico del Crucificado del Gólgota. La intensidad de los sufrimientos internos y secretos del alma de Cristo, en vista a la expiación de todos los pecados de los hombres tenía la medida de su amor infinito (3, q 46, 6 ad 4). No en balde una Teresa de Avila, igual que Conchita, profesaba una devoción excepcional a la agonía de Cristo en Gethsemaní: "Mi alma está triste hasta la muerte" (Mc. 14, 34). Fue en el alma de Cristo en donde se jugó nuestro destino.

Cristo Víctima de los pecadores

Pronto se le reveló Cristo como la Víctima que se ofreció por la expiación de todos los pecados del mundo. Con esto la iba preparando para su propio ofrecimiento con los mismos fines redentores. Este aspecto de Hostia y de Víctima expiatoria va a mostrársele como uno de los rasgos característicos del Crucificado. Encontramos la formulación explícita desde el primer tomo de su Diario: "Tú víctima y Yo Víctima antes que tú y por ti y por todo el mundo y constantemente". (Diario T. 1, p. 491, 1893-1894).

"Quiero que seas "uno" conmigo. Quiero que seas como un espejo purísimo en donde se reproduzca la imagen de tu Jesús crucificado; como estoy en la Cruz así me quiero reflejar en ti; sólo préstate para tomar mi imagen, y como Yo estoy así quiero que tú estés: coronada, azotada, clavada, desolada, traspasada, desamparada. Medita una a una todas estas cosas y sé mi retrato vivo para que mi Padre se complazca en ti y derrame gracias sobre los pecadores" (Diario T. 5, p. 109, abril 6, 1895). Hermoso texto que ya habíamos presentado a propósito de su itinerario de transformación en Cristo Crucificado, pero que nos parece también adecuado en este lugar.

Cristo: Sacerdote y Hostia

"La iglesia es una, con un solo Altar y una sola Víctima..., a esta gran Víctima deben unirse todas las almas víctimas para que tenga valor su sacrificio" (Diario T. 10, p. 220. junio 20, 1898). Mediante estas nociones de "Víctima" y de "Hostia" Dios conducirá a Conchita hacia la prerrogativa suprema de Cristo Crucificado: su Sacerdocio, que constituye como la piedra angular de la doctrina de la Cruz. Esta revelación resplandecerá en el momento de la "gracia central'' de la encarnación mística. En ese día se manifestará claramente a Conchita su vocación en toda su integridad.

De esta manera la espiritualidad de la Cruz ha redescubierto y puesto de relieve el "sacerdocio regio" del Pueblo de Dios, cincuenta años antes del Concilio Vaticano II: "Ese es el verdadero sacerdocio: ser víctima con la Víctima" (Diario T. 23, p. 91, julio 17, 1906). Esta espiritualidad lleva en lo más íntimo de sí un carácter esencialmente sacerdotal, insertándose en la vocación más profunda del Pueblo de la Alianza: "pueblo de sacerdotes y de reyes" (Ex. 19, 6).

El Señor había dicho a Conchita pocos días después de la encarnación mística: "Eres altar y sacerdote al mismo tiempo, pues tienes contigo la sacrosanta Víctima del Calvario y de la Eucaristía, la cual puedes ofrecer constantemente al Eterno Padre por la salvación del mundo. Este es el fruto más precioso del grande favor que he obrado en ti al encarnar en tu corazón... Tú eres mi altar y serás también mi víctima: en mi unión ofrécete y ofréceme a cada instante al Eterno Padre con el fin tan noble de salvar a las almas, y darle gloria. Olvídate de todo, hasta de ti misma, y que ésta sea tu ocupación constante. Tienes una misión sublime: la misión del sacerdote y mira a mi bondad y agradécela, que sin saberlo tú te ha dado lo que tanto has anhelado y aún más, el poder ser sacerdote, no teniéndome en tus manos, pero si en tu corazón y sin apartarme jamás. Pero cumple con el fin grandioso de esta gracia que como ves no sólo es para ti, sino universal, obligándote a que con toda la pureza que puede existir seas al mismo tiempo altar y víctima, la cual consuma en el holocausto que le plazca la otra Víctima, Unica que puede salvar al mundo" (Diario T. 22, pp. 409-410, junio 21, 1906).

A partir de la encarnación mística Conchita tuvo plena conciencia de este carácter sacerdotal de su vocación personal y de su misión en la Iglesia. "Para mí, vivir es Cristo". En la medida de nuestra unión con Cristo participamos de su vida y Cristo crece en nosotros a medida que nosotros desaparecemos.

Debemos tomar a Cristo como Modelo, pero cada alma, cada santo, reproduce a Cristo en diferentes aspectos; el secreto de los directores espirituales está en descubrir cómo debe cada cristiano imitar a Cristo.

"La unión con Cristo como Modelo es la de vivir de su vida, tomando su parecido. Unas almas tienen que modelarse con Cristo Niño, otras con Cristo eucarístico, otras con Cristo crucificado... Yo debo modelarme con Cristo bajo los dos aspectos que son la misma cosa: Cristo sacerdote --subraya ella-- y Cristo crucificado. En todas partes Él es sacerdote con relación a la Cruz. El aspecto más grandioso de Cristo es su Sacerdocio que tiene por centro la Cruz. La Eucaristía y la Cruz es un mismo misterio. La primera unión es vivir la vida de Cristo por la gracia, y la segunda por la imitación. Yo, repito, el aspecto que debo imitar por la encarnación mística es su sacerdocio que gira en torno de la Cruz. Los Oasis (monasterios de la Cruz) no son sino una Misa grandiosa" (Diario T. 44. p. 149A-149B, 28 diciembre, 1923).

El Cristo Eucarístico

Esta identificación "de la Eucaristía y de la Cruz en un mismo misterio" nos revela el último rasgo característico de la fisonomía de Cristo a los ojos de Conchita. Su Cristo Crucificado: es el Cristo Sacerdote y Hostia, inmolado en la Cruz, de la cual la eucaristía perpetúa el estado de víctima hasta el fin de los siglos para la gloria del Padre y la salvación del mundo. La devoción eucarística no es en ella algo accidental, es el "centro" mismo de su vida. Como para la Iglesia, la forma suprema de su devoción al Crucificado es el sacrificio eucarístico, que no es nuevo símbolo sino el memorial eficaz que hace presente al mismo Crucificado en medio de su Iglesia peregrinante y militante, en la verdad de su ser y en la realidad de su substancia: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Con la Persona del Verbo, inseparable de la Trinidad, el Crucificado del Gólgota se mantiene día y noche, elevado por encima de la tierra, entre Dios y los hombres para la gloria de la Trinidad y la salvación del mundo.

Cristo glorioso, siempre presente ante el rostro del Padre en el seno de su Iglesia triunfante, es el mismo Cristo que otrora caminaba por los caminos de Samaria, de Judea y de Galilea, el mismo Cristo nacido de la Virgen María; el verdadero Cristo de la historia: el único Cristo siempre presente aquí en medio de nosotros. Oculto bajo las apariencias de la Hostia, es la presencia de la más alta realidad divina, la presencia auténtica del Verbo Eterno y Encarnado, uniendo la tierra y el cielo, el cosmos y la Trinidad. Consciente de esta presencia, Conchita vivía, aún en su hogar, muy cerca de su Cristo, su Salvador y su Dios, su supremo amor.

¿Por qué sorprenderse de que los textos que tratan los problemas más difíciles y más profundos sobre el misterio de la Eucaristía se multiplican en su Diario? Ella comenta las palabras de la Consagración: "Este es mi Cuerpo; esta es mi Sangre" con la maestría de un teólogo de oficio. Su doctrina eucarística, de una impecable ortodoxia, se cuenta entre las páginas más sublimes de su Diario, escritas bajo el "dictado" del Señor.

Dios Padre ha revelado pues poco a poco a Conchita los rasgos característicos de la verdadera fisonomía de su Hijo Jesús, Verbo Encarnado y Crucificado, quien, por sus dolores internos más aún que por su pasión exterior, nos ha salvado por la Cruz como Sacerdote y Hostia, dejando a su lglesia un memorial eficaz de su presencia real y de su acción incesante sobre cada uno de nosotros hasta el fin de los siglos; hasta la "consumación" de los hombres en la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es el principio y el fin de esta economía de salvación, pero Cristo-Mediador, con su "sacerdocio regio" participado a los suyos, constituye la clave de bóveda de su misión de glorificador del Padre y Salvador de los hombres.

En las grandes síntesis del pensamiento, profano o religioso, se descubre siempre un centro de perceptiva, un ángulo de visión que reúne en la unidad de una misma mirada todos los aspectos particulares hasta el mínimo detalle. La óptica fundamental de la Doctrina de la Cruz es incontestablemente: "Jesús y Jesús Crucificado". En esta visión de síntesis del misterio de Cristo, su sacerdocio Io domina todo.


 

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