CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Una Nueva Etapa: El Gozo en el Dolor

Un segundo resultado en su vida espiritual más maravilloso aún fue el de experimentar el gozo en el dolor. De igual manera Cristo Crucificado gozaba en su alma de la visión beatífica de la Trinidad, al mismo tiempo que por sus dolores físicos y morales era el "Varón de dolores" (Is. 43,3).

A partir del monograma, Conchita es inundada de gracias y de favores divinos. Quiere asemejarse a Cristo en la Cruz. No tiene sino un deseo: "Todo lo sacrificaría con el mayor gusto por El, sólo por El, y por puro amor..., quisiera ser apóstol y publicar y hacer ver y dar a conocer quien es Jesús" (Diario T. 2, p. 7, abril-mayo 1894). Daría su vida por procurarle "un átomo de gloria". Vive en Dios, "toda en Dios y siempre en Dios" (Diario T. 2, 84, 2 abril, 1894). Da cuenta a su director de este nuevo estado de su alma: "Me siento como si hubiera traspasado una atmósfera... No puedo pensar ni moverme sino en Dios y dentro de Dios, y Dios en toda yo, y yo en todo El, pero en una esfera de campo de luz y de cosas divinas" (Diario T. 3, p. 25, abril-junio, 1894).

Ahora Conchita lo sabe ya por experiencia: la unión divina es inseparable del dolor.  A medida que se acerca a Cristo la cruz se levanta más y más cercana en el horizonte.  Hay en su interior un cambio profundo: "Hay momentos preciosos en que me siento, ¡qué raro!, gozar en el dolor y entonces se me va el alma con una delicia enteramente desconocida, se suaviza la pena sin disminuirse, pero este efecto lo produce el acto de abandono a la voluntad de Dios y el gusto de complacerlo... jamás experimentado por mí. He experimentado hoy en mi alma una cosa extraordinaria: la unión de dolor" (Diario T. 3, p. 75, 30 de abril, 1894).

"Rarísimo encuentro en mí estos efectos sobre el dolor. ¡Gozar en el sufrimiento!, si me parece increíble, yo que siempre le he sacado mil vueltas a pesar de haber puesto en mí Dios cierta inclinación al sufrimiento y oculto. ¡Cómo no extrañar que de la noche a la mañana, casi de repente, cuando mi alma siente ahogarse en el dolor, en esos mismos instantes casi desesperados, viene una brisa nueva como a transformar el dolor seco y árido en fresco y agradable, con solo la consideración de agradar al Amado, sin más dichas ni esperanzas futuras: esto se hace o parece, digo, como secundario ante la felicidad de complacerlo, iOh maravillas de la gracia! Mi alma se abisma en unos espacios tan desconocidos a mi miseria, que jamás imaginaba siquiera poder tocar con mis manos. Estos favores de veras son gratuitos y no merecidos. ¡Qué bondad de Dios, tampoco tiene límites, infinita e inmensa como todo El!... La unión en la Cruz tiene que hacer brotar del alma el amor más sublime y desinteresado. Este amor purísimo sin mezcla de egoísmo o amor propio. El amor al dolor es el amor a Jesús, sólido y verdadero. Que nadie me quite este mi tesoro escondidísimo, quiero ocultar mi dolor, este es ahora mi tesoro que me une a mi otro tesoro: Jesús... Estoy dispuesta hasta la última gota del cáliz apurar, sí, sí, sólo para darte gloria aunque miserable" (Diario T. 3, p. 79-81, 2 de mayo, 1894).


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