CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Carta de su Eminencia el Cardenal Miranda,
Arzobispo Primado de México

Conocimos a la Sierva de Dios. La vimos en Roma y en Coyoacán. Leímos algunas de sus obras. Mucho oímos hablar de sus virtudes. Era un alma hermosa, muy sencilla, encantadora a los ojos de Dios y de los hombres.

La Sierva de Dios por muchos años aquí vivió, oró, amó, sufrió y lo que es más, en fuerza de su unión con Jesús, aquí triunfó y las Obras por ella fundadas aquí nacieron y se desenvuelven ahora con admirable fecundidad.

Por nuestras manos pasaron los numerosos documentos cuyo conjunto señala la terminación del proceso diocesano informativo para la causa de beatificación y canonización de la Sierva de Dios.

Tan preciosos documentos contienen además de sus innumerables escritos, los testimonios de numerosas personas que la trataron de cerca y que conocieron su vida ejemplar santificada por las virtudes propias de su estado y su docilidad y correspondencia a las maravillas que el Espíritu Santo obró en su alma pura y generosa.

Tan valiosos documentos están ya en poder de la Santa Sede y al Vicario de Jesucristo corresponde el juicio supremo acerca del heroísmo de sus virtudes y llevar a su término feliz, si es para gloria de Dios, el proceso de beatificación y canonización.

A nosotros toca tan solo orar, por ahora, para que, si Dios Io quiere, podamos verla un día sobre los altares, convertida en intercesora nuestra.

Quien contempla por la noche el cielo estrellado se recrea al ver aparecer en el horizonte una tras otra todas estrellas y los astros más remotos. Nuestro deber pastoral nos induce a invitar a todos nuestros amados diocesanos fijar la vista en el horizonte y a contemplar un astro nuevo que comienza a levantarse y cuya órbita ha sido marcada videncialmente por Quien regaló nuestro cielo con tantas y tan preciosas estrellas. Ese astro nuevo es la Sierva de Dios que comienza a brillar sobre nuestro cielo con los encantos maravillosos y sobrenaturales de la gracia. Sigámosla atentamente en su ascensión y mirémosla con ojos bien abiertos para que nuestras almas se inunden de la luz de sus ejemplos, pues ella está llamada a iluminar los senderos de la vida cristiana.

Pensamiento felicísimo ha sido el de encerrar la visión de esta alma privilegiada dentro del fiero marco de la familia donde la hemos admirado al vivir su vida hogareña con sencillez y fidelidad, y santificarse en el cumplimiento de su misión como esposa y como madre. Al seguirla paso a paso en su vida familiar bendecimos a Dios porque en su Providencia ha reservado a nuestra Patria y especialmente en nuestros tiempos, a través de esta alma privilegiada alumbrar las inteligencias para descubrir y apreciar los tesoros incomparables de sabiduría, de fuerza y de amor que contiene la vida cristiana de la familia.

Al proyectar su vida ejemplar sobre el vasto territorio de nuestra patria nos llena de alegría y de consuelo el pensamiento del bien inmenso que producirá en todas las familias de México.

Oremos todos para que Dios se digne glorificar a esta Sierva suya.

Miguel Darío, Cardenal Miranda, Arzobispo primado de México

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