Vida y Espiritualidad de Félix de Jesús Rougier


Misioneros del Espíritu Santo
Vida y Espiritualidad del
Venerable Félix de Jesús Rougier, M.Sp.S
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Ricardo Zimbrón L., M.Sp.S.

 

 
 
   
  
   
  
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CAPÍTULO XII

ENSEÑANZAS DEL FUNDADOR
 

De lo que dejó escrito el padre Vicente Méndez y de sus pláticas, tomo para este capítulo lo que me parece más interesante:

"Nuestro padre fundador era un verdadero maestro. Cuando llegue al noviciado con otros compañeros, no sabíamos nada de la vida religiosa, ni de la espiritualidad de los Misioneros del Espíritu Santo, pero el padre Félix, con mucha pedagogía, nos enseñó todo". 

LA ORACIÓN 

"Sobre este punto el padre Félix nos insistía mucho. Podemos dividir en tres aspectos su enseñanza sobre esta materia: a) La oración personal. b) La adoración ante el Santísimo Sacramento. c) La oración litúrgica y comunitaria, principalmente la Eucaristía. 

Sobre la oración personal fuera de la capilla, el padre Félix la reducía a lo que él llamaba LA ATENCIÓN AMOROSA A DIOS. Así nos explicaba en que consistía: 

- ¿Algunos de ustedes tenían novia antes de venirse al noviciado?

- Sí padre. 

- ¿Y pensaban mucho en ella? 

- Sí... 

- Bueno, pues ahora sustituyen a la novia por Dios nuestro Señor, que no sólo está junto a ustedes, sino dentro de ustedes y eso es la ATENCIÓN AMOROSA. 

- ¿Conocen los girasoles? 

- Sí. 

- Bueno, pues así como esta flor se enfoca hacia el sol desde que amanece hasta que anochece, así nuestro corazón puede estar buscando a Dios todo el día, y eso es la ATENCIÓN AMOROSA. 

No se consigue fácilmente. Hay que esforzarnos por adquirir este hábito hasta que al estar con Dios nos resulte tan indispensable como el respirar. Les aconsejo estas tres cosas: traten de pensar en Dios un poquito más cada día, eviten pensamientos inútiles y no dejen que su corazón se apegue a ninguna cosa, ni a ninguna persona, porque entonces ya no habrá lugar para Dios. 

Es necesario también el silencio interior. Eviten curiosidades inútiles, quién entra o quién sale, o andar a caza de noticias, o meterse en vidas ajenas y en cosas que no les tocan. 

¿Ustedes creen que los reporteros tienen ese silencio inte­rior que se requiere para encontrarse con Dios? No, ¿verdad? Pues hay en los conventos novicios-reporteros y esos nunca avanzan en los caminos de la oración. Tengan cuidado de no ser así. 

Traten de que haya silencio exterior en casa, no sólo eviten las conversaciones inútiles que los distraen a ustedes y a los demás, sino también eviten los ruidos: no den portazos, no muevan las sillas con estrépito; una casa silenciosa ayuda a pensar en Dios. Hagan esto por amor a los demás, para no perturbarlos, para ayudarlos a estar con Dios". 

El padre Félix vivía en esa presencia de Dios. Cientos de veces le oímos resumir sus pláticas de un modo que le era muy característico: cerraba sus ojos y decía despacito: “Dios... Dios... Dios... Dios... Sólo Dios...” 

En una carta me escribió esto: "De mi salud, no muy bien, con muchos achaques en realidad; pero con esta presencia de Dios que ya no me deja ni un momento". 

En cuanto a la Eucaristía, eran muy frecuentes sus recomendaciones, pero lo que realmente nos impresionaba, fue verlo celebrar cada día la Santa Misa. Nunca lo vi apresurado, ni distraído. Se veía que estaba haciendo lo que nos enseñaba de palabra: "Ofrézcanle al Padre, la Única ofrenda perfecta, que es Jesús, uniéndose a nuestra Madre María, que lo ofrece siempre en el cielo; Únanse a sus intenciones tan sabias, a su amor tan grande por todos. Con ella ofrezcan a Jesús al Padre pidiéndole que venga su reino y que se haga su voluntad en la tierra. Pero ofrézcanse ustedes mismos junto con Jesús, incondicionalmente, para lo que el Padre quiera de sus vidas, sin temor, porque nadie los ama como ese Padre de infinita bondad". 

Y lo mismo puedo decir de la oración ante Jesús Sacramentado. Ciertamente nos hablaba mucho de esto, pero lo que realmente aprendimos fue su ejemplo: A pesar de sus muchas ocupaciones, era muy fiel en hacer su adoración, una hora en el día y otra hora en la noche. Nos dijo un día: 

- Cuando me vean en la capilla no me llamen para nada, a menos que venga a buscarme un obispo. Es la hora de Jesús y todo lo demás debe esperar. 

En la noche hacía su turno de adoración de una hora, igual que nosotros: con una cruz de madera sobre el hombro, que no era pesada; y una corona de espinas en la cabeza, que no era para lastimar, sino un símbolo. Nos dijo nuestro padre que esos signos eran para hacernos conscientes de que estábamos ofreciéndonos al Padre junto con Jesús, tal como él lo hizo cuando estaba en la cruz y coronado de espinas, con todo nuestro amor y por la salvación de todos. 

A veces se quedaba dos o tres turnos. Y nos consta que algunas veces se quedó toda la noche ante el Santísimo Sacramento, porque el novicio que le tocaba asear su cuarto, encontraba la cama intacta. Un día me levanté rápido y fui a la capilla y allí encontré al padre Félix, profundamente dormido. Había querido velar toda la noche con nuestro Señor, pero el sueño lo había vencido. 

Me acuerdo que, siempre que me tocó salir con él a cualquier parte, me decía: "Vamos a despedirnos del Señor", y al regresar decía: "Vamos a saludar al Señor". Eran sólo un par de minutos, pero había que ver su recogimiento y como hacía la genuflexión al entrar y al salir de la capilla... Se veía que él cumplía muy bien lo que nos recomendaba muchas veces: "Hagan con fe sus genuflexiones". 

EL AMOR A LOS DEMÁS 

En este punto nuestro fundador no andaba con muchas teorías, era muy práctico. Esto fueron algunos de los consejos que recuerdo sobre la caridad fraterna: 

"En la conversación, no interrumpan al que está hablando, déjenlo que termine y muéstrenle atención e interés aunque diga cosas aburridas. No quieran imponer sus propias opiniones; sepan ceder, porque la unión y la paz valen más que cualquier otra cosa. Tampoco quieran acaparar la conversación o llevar la batuta; dejen participar a todos, y si es necesario guarden silencio para que otros hablen. 

Si andan de mal humor no lo demuestren; los demás no tienen la culpa de lo que les pasa. Muestren siempre una buena cara y traten así de alegrar a todos. 

Nunca se diviertan a expensas de otro. Sepan guardarse la palabrita tal vez ingeniosa y hasta oportuna, si creen que causará pena o molestia al hermano. Nunca se burlen de nadie; ni quieran lucir su ingenio a costa de otro. 

En los recreos, préstense a jugar lo que quieran los demás, aunque no les agrade ese juego.

En las comidas, no se concentren tanto en su plato; miren si los otros necesitan algo, si les faltó alguna cosa, y acomídanse a servirles el agua. 

Traten con más amabilidad a los que les simpatizan menos; porque así se acostumbrarán a no discriminar a nadie: ese es el verdadero amor. 

Hablen bien de los demás, porque esto produce unión en la comunidad. Jamás hablen mal de nadie. Ni siquiera juzguen mal a nadie porque es a Dios a quien le toca juzgarnos. 

Fíjense bien en las cualidades de los demás. Todos tienen cosas muy buenas, aunque a veces no saben explotarlas. Animen a otros a desarrollar sus buenas aptitudes. 

Sean buenos con sus superiores. Sean comprensivos. No es fácil ser superior. Es una carga pesada e ingrata. En todo caso el superior, lo haga bien o mal, nunca tiene la culpa de que lo hayan nombrado para ese cargo. Y yo les aseguro que todos ellos desean cumplir su encomienda lo mejor que pueden". 

Así eran todos sus consejos sobre la caridad: prácticos. Era muy benigno para corregir nuestras faltas, pero cuando faltábamos a la caridad fraterna se ponía severo. 

También en este punto lo que más nos instruyó fue su constante ejemplo. Todos dicen que la virtud que más resaltaba en él fue siempre la bondad. 

Era tan atento con cada uno, que todos pensábamos que éramos de sus preferidos. Tenía una lista con el cumpleaños de cada uno y jamás fallaba una carta de felicitación, siempre muy breve pero muy cariñosa. La escribía de su puño y letra y a dos tintas, escribía con tinta roja lo que más quería destacar. 

También mostraba su amor por medio de la gratitud. A nadie le he oído decir la palabra "gracias" con tanta sinceridad como a nuestro padre. Le salía del fondo del alma. "¡Gracias, mi querido hijo!", era una expresión muy suya. 

Una vez que estaba enfermo me tocó llevarle la comida. Cuando volví para recoger la charola le dije: 

- ¿Estaba buena, mon pére? 

- ¡Oh sí, gracias, sabía a mucho amor! 

EL SACRIFICIO 

El padre Félix hacía penitencias y ayunaba. Pero como buen director espiritual, sabía que Dios no lleva a todos por ese camino. Pero eso nos decía: 

"Jesús nos dice que si queremos ser sus discípulos tenemos que seguirlo cargando la "cruz de cada día". Así que sin cruz, no podemos seguir a Jesús. Pero esa cruz diaria no consiste en hacer penitencias, sino en ofrecer a Dios con amor todo lo que nos cuesta: la observancia religiosa, la paciencia con los demás, el cumplimiento fiel de todos nuestros deberes, la oración cuando estamos en tiempo de aridez espiritual, el vencer las tentaciones para cumplir los mandamientos de Dios... Todo eso es "la cruz de cada día". 

Ser sacrificados es decir muchas veces durante el día: "Nada para mí, todo para Jesús". 

Lo más perfecto que les puedo aconsejar acerca de esto, es lo que señala nuestra espiritualidad: Ser víctimas en unión de Jesús, que se ofreció siempre al Padre, movido por el gran amor que el Espíritu Santo había derramado en él. 

Ser víctimas con Jesús, tampoco consiste en hacer penitencias. Es más bien una actitud interior, es un Sí constante a todo lo que Dios quiera, pero un SÍ grande, del tamaño de todo el cielo; una entrega confiada y generosa, sin límite ni condición. Eso es ser víctima no es hacer algo, sino amar de verdad, con todas las consecuencias de un verdadero amor. 

Pero a Jesús, le llegó "su hora". Tal vez no hacía penitencias pero una noche le llegó la hora de Getsemaní, y del juicio injusto y de la condena y de los azotes y de cargar la cruz y de ser clavado en ella; y Jesús dijo SÍ al Padre: "que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú". "Padre, en tus manos entrego mi vida". 

A todos nos llegará "nuestra hora". La hora de la enfermedad, la hora de una tentación muy violenta. La hora de perder a nuestros seres más queridos. La hora de la incomprensión, de la calumnia, de la persecución, del juicio injusto. Y entonces diremos el mismo Sí de Jesús, muy unidos a Él y con la fuerza del mismo Espíritu Santo que dio a Jesús siempre el valor y la luz y el amor para ofrecerse al Padre, por la salvación de todos. 

¿Entienden lo que es la Espiritualidad de la Cruz? Bueno, pues esto es ser sacrificados, esto es ir cargando siempre la cruz con Jesús". 

Un día acompañé a nuestro padre a la Escuela Apostólica. Visitó cada salón, saludaba de mano a cada Apostólico y luego les hablaba un momentito. Recuerdo que a los más pequeños, los de Previo, les contó este cuento: 

"Un día se le perdió a San Pedro la llave del cielo. Así que nadie podía entrar, y ya se estaba formando una gran fila en la puerta y nada... la llave no aparecía. El mismo San Pedro se había quedado afuera, y ni él podía entrar y la fila era cada vez más y más larga y todos estaban impacientes... 

San Pedro se puso a llorar de pena. Pero entonces una viejita salió de la fila, se acercó a San Pedro, le guiñó un ojo y le dijo: 

- No llores yo tengo la llave... 

- ¡Que tú la tienes! ¿Me la robaste?

- ¡No!, que tonterías dices... Yo siempre la he tenido..., y la viejita se quitó del cuello una cadena con una cruz que le habla dado su mamá cuando era niña y le dijo a San Pedro: 

- ¿Qué no sabes que esto fue lo que nos abrió a todos la puerta del cielo, y que el que anda con la cruz de Jesús nunca se queda afuera? 

Y enseguida se dirigieron a la puerta y la viejita metió su cruz en la cerradura y abrió en seguida la puerta de par en par, para que todos entraran. 

Y ustedes, queridos niños, ¿andan cargando siempre la cruz de Jesús? No crean que se trata de traerla en una cadenita, no. Se trata de imitar a Jesús que obedeció siempre la voluntad de Dios Padre, siempre, siempre, hasta la muerte de cruz..." 

AMOR A LA VIRGEN MARÍA 

No olvidemos que el padre Félix estuvo en la sociedad de María desde los 19 hasta los 53 años. No es nada raro que tuviera una gran confianza y un gran amor por la Madre de Jesús. Nuestro padre no fue escritor. Escribió un folleto titulado "Conferencia sobre las estrellas" y otro sobre la vida de la Madre Marte. Pero el único libro que escribió fue uno titulado "María". Y esto es muy significativo. 

Nuestro padre rezaba diariamente las tres partes del rosario, es decir 150 Ave Marías. Lo veíamos caminando en la huerta, con su rosario en la mano, reza que reza... Y como éramos novicios, éramos imprudentes y nos acercábamos a él para pedirle algún permiso o preguntarle algo... puras tonterías... Pero él nos sonreía y nos atendía, como lo habría hecho la Madre de Jesús, con quien estaba tan unido en ese momento. Por eso supe que nuestro padre rezaba bien el rosario. 

El padre Félix instituyó una costumbre que perdura hasta nuestro tiempo: en cada casa de nuestra congregación, sobre la puerta del superior, está siempre una imagen de María. 

Nuestro fundador nos enseñó que eso significa que la verdadera superiora y Reina de cada una de nuestras casas, es la Madre de Jesús, que es también la Madre nuestra. 

*** 

Este capítulo podría prolongarse mucho si quisiera recoger aquí los testimonios que sobre las enseñanzas del padre Félix nos dejaron sus discípulos directos. Pero no es necesario, ya que la segunda parte de este libro tratará sobre la ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO FUNDADOR y allí conoceremos mejor sus enseñanzas con sus propias palabras, es decir, a base de citas literales de lo que él dejó escrito.
 

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