CAPÍTULO
XII
ENSEÑANZAS DEL FUNDADOR
De lo que dejó escrito el padre Vicente Méndez y de sus
pláticas, tomo para este capítulo lo que me parece más
interesante:
"Nuestro padre fundador era un verdadero maestro. Cuando
llegue al noviciado con otros compañeros, no sabíamos nada
de la vida religiosa, ni de la espiritualidad de los
Misioneros del Espíritu Santo, pero el padre Félix, con
mucha pedagogía, nos enseñó todo".
LA ORACIÓN
"Sobre este punto el padre Félix nos insistía mucho. Podemos
dividir en tres aspectos su enseñanza sobre esta materia: a)
La oración personal. b) La adoración ante el Santísimo
Sacramento. c) La oración litúrgica y comunitaria,
principalmente la Eucaristía.
Sobre la oración personal fuera de la capilla, el padre
Félix la reducía a lo que él llamaba LA ATENCIÓN AMOROSA A
DIOS. Así nos explicaba en que consistía:
- ¿Algunos de ustedes tenían novia antes de venirse al
noviciado?
- Sí padre.
- ¿Y pensaban mucho en ella?
- Sí...
- Bueno, pues ahora sustituyen a la novia por Dios nuestro
Señor, que no sólo está junto a ustedes, sino dentro de
ustedes y eso es la ATENCIÓN AMOROSA.
- ¿Conocen los girasoles?
- Sí.
- Bueno, pues así como esta flor se enfoca hacia el sol
desde que amanece hasta que anochece, así nuestro corazón
puede estar buscando a Dios todo el día, y eso es la
ATENCIÓN AMOROSA.
No se consigue fácilmente. Hay que esforzarnos por adquirir
este hábito hasta que al estar con Dios nos resulte tan
indispensable como el respirar. Les aconsejo estas tres
cosas: traten de pensar en Dios un poquito más cada día,
eviten pensamientos inútiles y no dejen que su corazón se
apegue a ninguna cosa, ni a ninguna persona, porque entonces
ya no habrá lugar para Dios.
Es necesario también el silencio interior. Eviten
curiosidades inútiles, quién entra o quién sale, o andar a
caza de noticias, o meterse en vidas ajenas y en cosas que
no les tocan.
¿Ustedes creen que los reporteros tienen ese silencio
interior que se requiere para encontrarse con Dios? No,
¿verdad? Pues hay en los conventos novicios-reporteros y
esos nunca avanzan en los caminos de la oración. Tengan
cuidado de no ser así.
Traten de que haya silencio exterior en casa, no sólo eviten
las conversaciones inútiles que los distraen a ustedes y a
los demás, sino también eviten los ruidos: no den portazos,
no muevan las sillas con estrépito; una casa silenciosa
ayuda a pensar en Dios. Hagan esto por amor a los demás,
para no perturbarlos, para ayudarlos a estar con Dios".
El padre Félix vivía en esa presencia de Dios. Cientos de
veces le oímos resumir sus pláticas de un modo que le era
muy característico: cerraba sus ojos y decía despacito:
“Dios... Dios... Dios... Dios... Sólo Dios...”
En una carta me escribió esto: "De mi salud, no muy bien,
con muchos achaques en realidad; pero con esta presencia de
Dios que ya no me deja ni un momento".
En cuanto a la Eucaristía, eran muy frecuentes sus
recomendaciones, pero lo que realmente nos impresionaba, fue
verlo celebrar cada día la Santa Misa. Nunca lo vi
apresurado, ni distraído. Se veía que estaba haciendo lo que
nos enseñaba de palabra: "Ofrézcanle al Padre, la Única
ofrenda perfecta, que es Jesús, uniéndose a nuestra Madre
María, que lo ofrece siempre en el cielo; Únanse a sus
intenciones tan sabias, a su amor tan grande por todos. Con
ella ofrezcan a Jesús al Padre pidiéndole que venga su reino
y que se haga su voluntad en la tierra. Pero ofrézcanse
ustedes mismos junto con Jesús, incondicionalmente, para lo
que el Padre quiera de sus vidas, sin temor, porque nadie
los ama como ese Padre de infinita bondad".
Y lo mismo puedo decir de la oración ante Jesús
Sacramentado. Ciertamente nos hablaba mucho de esto, pero lo
que realmente aprendimos fue su ejemplo: A pesar de sus
muchas ocupaciones, era muy fiel en hacer su adoración, una
hora en el día y otra hora en la noche. Nos dijo un día:
- Cuando me vean en la capilla no me llamen para nada, a
menos que venga a buscarme un obispo. Es la hora de Jesús y
todo lo demás debe esperar.
En la noche hacía su turno de adoración de una hora, igual
que nosotros: con una cruz de madera sobre el hombro, que no
era pesada; y una corona de espinas en la cabeza, que no era
para lastimar, sino un símbolo. Nos dijo nuestro padre que
esos signos eran para hacernos conscientes de que estábamos
ofreciéndonos al Padre junto con Jesús, tal como él lo hizo
cuando estaba en la cruz y coronado de espinas, con todo
nuestro amor y por la salvación de todos.
A veces se quedaba dos o tres turnos. Y nos consta que
algunas veces se quedó toda la noche ante el Santísimo
Sacramento, porque el novicio que le tocaba asear su cuarto,
encontraba la cama intacta. Un día me levanté rápido y fui a
la capilla y allí encontré al padre Félix, profundamente
dormido. Había querido velar toda la noche con nuestro
Señor, pero el sueño lo había vencido.
Me acuerdo que, siempre que me tocó salir con él a cualquier
parte, me decía: "Vamos a despedirnos del Señor", y al
regresar decía: "Vamos a saludar al Señor". Eran sólo un par
de minutos, pero había que ver su recogimiento y como hacía
la genuflexión al entrar y al salir de la capilla... Se veía
que él cumplía muy bien lo que nos recomendaba muchas veces:
"Hagan con fe sus genuflexiones".
EL AMOR A LOS DEMÁS
En este punto nuestro fundador no andaba con muchas teorías,
era muy práctico. Esto fueron algunos de los consejos que
recuerdo sobre la caridad fraterna:
"En la conversación, no interrumpan al que está hablando,
déjenlo que termine y muéstrenle atención e interés aunque
diga cosas aburridas. No quieran imponer sus propias
opiniones; sepan ceder, porque la unión y la paz valen más
que cualquier otra cosa. Tampoco quieran acaparar la
conversación o llevar la batuta; dejen participar a todos, y
si es necesario guarden silencio para que otros hablen.
Si andan de mal humor no lo demuestren; los demás no tienen
la culpa de lo que les pasa. Muestren siempre una buena cara
y traten así de alegrar a todos.
Nunca se diviertan a expensas de otro. Sepan guardarse la
palabrita tal vez ingeniosa y hasta oportuna, si creen que
causará pena o molestia al hermano. Nunca se burlen de
nadie; ni quieran lucir su ingenio a costa de otro.
En los recreos, préstense a jugar lo que quieran los demás,
aunque no les agrade ese juego.
En las comidas, no se concentren tanto en su plato; miren si
los otros necesitan algo, si les faltó alguna cosa, y
acomídanse a servirles el agua.
Traten con más amabilidad a los que les simpatizan menos;
porque así se acostumbrarán a no discriminar a nadie: ese es
el verdadero amor.
Hablen bien de los demás, porque esto produce unión en la
comunidad. Jamás hablen mal de nadie. Ni siquiera juzguen
mal a nadie porque es a Dios a quien le toca juzgarnos.
Fíjense bien en las cualidades de los demás. Todos tienen
cosas muy buenas, aunque a veces no saben explotarlas.
Animen a otros a desarrollar sus buenas aptitudes.
Sean buenos con sus superiores. Sean comprensivos. No es
fácil ser superior. Es una carga pesada e ingrata. En todo
caso el superior, lo haga bien o mal, nunca tiene la culpa
de que lo hayan nombrado para ese cargo. Y yo les aseguro
que todos ellos desean cumplir su encomienda lo mejor que
pueden".
Así eran todos sus consejos sobre la caridad: prácticos. Era
muy benigno para corregir nuestras faltas, pero cuando
faltábamos a la caridad fraterna se ponía severo.
También en este punto lo que más nos instruyó fue su
constante ejemplo. Todos dicen que la virtud que más
resaltaba en él fue siempre la bondad.
Era tan atento con cada uno, que todos pensábamos que éramos
de sus preferidos. Tenía una lista con el cumpleaños de cada
uno y jamás fallaba una carta de felicitación, siempre muy
breve pero muy cariñosa. La escribía de su puño y letra y a
dos tintas, escribía con tinta roja lo que más quería
destacar.
También mostraba su amor por medio de la gratitud. A nadie
le he oído decir la palabra "gracias" con tanta sinceridad
como a nuestro padre. Le salía del fondo del alma.
"¡Gracias, mi querido hijo!", era una expresión muy suya.
Una vez que estaba enfermo me tocó llevarle la comida.
Cuando volví para recoger la charola le dije:
- ¿Estaba buena, mon pére?
- ¡Oh sí, gracias, sabía a mucho amor!
EL SACRIFICIO
El padre Félix hacía penitencias y ayunaba. Pero como buen
director espiritual, sabía que Dios no lleva a todos por ese
camino. Pero eso nos decía:
"Jesús nos dice que si queremos ser sus discípulos tenemos
que seguirlo cargando la "cruz de cada día". Así que sin
cruz, no podemos seguir a Jesús. Pero esa cruz diaria no
consiste en hacer penitencias, sino en ofrecer a Dios con
amor todo lo que nos cuesta: la observancia religiosa, la
paciencia con los demás, el cumplimiento fiel de todos
nuestros deberes, la oración cuando estamos en tiempo de
aridez espiritual, el vencer las tentaciones para cumplir
los mandamientos de Dios... Todo eso es "la cruz de cada
día".
Ser sacrificados es decir muchas veces durante el día: "Nada
para mí, todo para Jesús".
Lo más perfecto que les puedo aconsejar acerca de esto, es
lo que señala nuestra espiritualidad: Ser víctimas en unión
de Jesús, que se ofreció siempre al Padre, movido por el
gran amor que el Espíritu Santo había derramado en él.
Ser víctimas con Jesús, tampoco consiste en hacer
penitencias. Es más bien una actitud interior, es un Sí
constante a todo lo que Dios quiera, pero un SÍ grande, del
tamaño de todo el cielo; una entrega confiada y generosa,
sin límite ni condición. Eso es ser víctima no es hacer
algo, sino amar de verdad, con todas las consecuencias de un
verdadero amor.
Pero a Jesús, le llegó "su hora". Tal vez no hacía
penitencias pero una noche le llegó la hora de Getsemaní, y
del juicio injusto y de la condena y de los azotes y de
cargar la cruz y de ser clavado en ella; y Jesús dijo SÍ al
Padre: "que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras
Tú". "Padre, en tus manos entrego mi vida".
A todos nos llegará "nuestra hora". La hora de la
enfermedad, la hora de una tentación muy violenta. La hora
de perder a nuestros seres más queridos. La hora de la
incomprensión, de la calumnia, de la persecución, del juicio
injusto. Y entonces diremos el mismo Sí de Jesús, muy unidos
a Él y con la fuerza del mismo Espíritu Santo que dio a
Jesús siempre el valor y la luz y el amor para ofrecerse al
Padre, por la salvación de todos.
¿Entienden lo que es la Espiritualidad de la Cruz? Bueno,
pues esto es ser sacrificados, esto es ir cargando siempre
la cruz con Jesús".
Un día acompañé a nuestro padre a la Escuela Apostólica.
Visitó cada salón, saludaba de mano a cada Apostólico y
luego les hablaba un momentito. Recuerdo que a los más
pequeños, los de Previo, les contó este cuento:
"Un día se le perdió a San Pedro la llave del cielo. Así que
nadie podía entrar, y ya se estaba formando una gran fila en
la puerta y nada... la llave no aparecía. El mismo San Pedro
se había quedado afuera, y ni él podía entrar y la fila era
cada vez más y más larga y todos estaban impacientes...
San Pedro se puso a llorar de pena. Pero entonces una
viejita salió de la fila, se acercó a San Pedro, le guiñó un
ojo y le dijo:
- No llores yo tengo la llave...
- ¡Que tú la tienes! ¿Me la robaste?
- ¡No!, que tonterías dices... Yo siempre la he tenido..., y
la viejita se quitó del cuello una cadena con una cruz que
le habla dado su mamá cuando era niña y le dijo a San
Pedro:
- ¿Qué no sabes que esto fue lo que nos abrió a todos la
puerta del cielo, y que el que anda con la cruz de Jesús
nunca se queda afuera?
Y enseguida se dirigieron a la puerta y la viejita metió su
cruz en la cerradura y abrió en seguida la puerta de par en
par, para que todos entraran.
Y ustedes, queridos niños, ¿andan cargando siempre la cruz
de Jesús? No crean que se trata de traerla en una cadenita,
no. Se trata de imitar a Jesús que obedeció siempre la
voluntad de Dios Padre, siempre, siempre, hasta la muerte de
cruz..."
AMOR A LA VIRGEN MARÍA
No olvidemos que el padre Félix estuvo en la sociedad de
María desde los 19 hasta los 53 años. No es nada raro que
tuviera una gran confianza y un gran amor por la Madre de
Jesús. Nuestro padre no fue escritor. Escribió un folleto
titulado "Conferencia sobre las estrellas" y otro sobre la
vida de la Madre Marte. Pero el único libro que escribió fue
uno titulado "María". Y esto es muy significativo.
Nuestro padre rezaba diariamente las tres partes del
rosario, es decir 150 Ave Marías. Lo veíamos caminando en la
huerta, con su rosario en la mano, reza que reza... Y como
éramos novicios, éramos imprudentes y nos acercábamos a él
para pedirle algún permiso o preguntarle algo... puras
tonterías... Pero él nos sonreía y nos atendía, como lo
habría hecho la Madre de Jesús, con quien estaba tan unido
en ese momento. Por eso supe que nuestro padre rezaba bien
el rosario.
El padre Félix instituyó una costumbre que perdura hasta
nuestro tiempo: en cada casa de nuestra congregación, sobre
la puerta del superior, está siempre una imagen de María.
Nuestro fundador nos enseñó que eso significa que la
verdadera superiora y Reina de cada una de nuestras casas,
es la Madre de Jesús, que es también la Madre nuestra.
***
Este capítulo podría prolongarse mucho si quisiera recoger
aquí los testimonios que sobre las enseñanzas del padre
Félix nos dejaron sus discípulos directos. Pero no es
necesario, ya que la segunda parte de este libro tratará
sobre la ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO FUNDADOR y allí
conoceremos mejor sus enseñanzas con sus propias palabras,
es decir, a base de citas literales de lo que él dejó
escrito.
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