Vida y Espiritualidad de Félix de Jesús Rougier


Misioneros del Espíritu Santo
Vida y Espiritualidad del
Venerable Félix de Jesús Rougier, M.Sp.S
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Ricardo Zimbrón L., M.Sp.S.

 

 
 
   
  
   
  
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CAPÍTULO V

ANÁLISIS DE LOS HECHOS
 

Ahora que el tiempo ha pasado y que la vida del padre Félix pertenece a la historia, podemos analizar imparcialmente estos hechos. 

Ante todo podemos preguntarnos: ¿Hizo el padre Félix lo más conveniente? 

Esta pregunta es válida, porque en el derecho eclesiástico está previsto el caso de los religiosos que, habiendo hecho sus votos en cualquier congregación, descubren más tarde que es otra su vocación y sinceramente creen que la voluntad de Dios es que sigan otro camino.  En esta situación, el religioso tiene pleno derecho a pedir la dispensa de sus votos, y al hacerlo no comete falta alguna, por el contrario, busca por los cauces legítimos el fiel cumplimiento de la voluntad del Señor. 

De hecho, el Superior General del padre Félix le dice en su carta del 1º. de julio de 1904: 

"Si después de haber hecho nueve días de ejercicios espirituales en el convento de los Trapenses, cree Ud. que es la voluntad de Dios que pida la dispensa de sus votos religiosos, yo no pondré ningún obstáculo, sino que le ayudaré en todo lo que pueda". 

Por otra parte, sabemos que el padre Félix manifiesta muchas veces que él "no tiene ni la menor duda acerca de su nueva vocación", y que "está absolutamente seguro de que su llamamiento es de Dios". Además, para no valerse solamente de sus propias luces, el padre Félix consulta a varios obispos y a otros sacerdotes "muy competentes". Y todos le dan su entusiasta aprobación. 

Estando así las cosas, a mi juicio fue un error del P. Félix hacer depender la fundación proyectada de la decisión de sus superiores que vivían en Francia, y que, debido a la distancia, no podían tener ni los datos ni los criterios necesarios para una correcta evaluación del caso. Carecían, por ejemplo, de un conocimiento directo y suficiente de la Sra. Cabrera, de su carisma, de su espiritualidad, de sus escritos, de las dos Obras de la Cruz ya aprobadas, de la capacidad y calidad de los Obispos y teólogos que apoyaban la fundación, y del proceso gradual que se había ido operando en el padre Félix a lo largo de los últimos quince meses. 

Era natural que el P. Martin, y más aún sus consejeros, negaran el permiso al buen padre Félix que quería fundar una congregación basándose en unas supuestas revelaciones de una tal Sra. mexicana... 

Pero el mismo Superior General señala cuál era en realidad el nudo insoluble de la situación, en una carta dirigida a Mons. Leopoldo Ruiz, Obispo de León: 

"Para fundar esa Congregación, el padre Félix tendría que salir de la Sociedad de María, y para esto debería pedir a Roma la dispensa de sus votos religiosos. Ahora bien, es el mismo padre Félix el que ha resuelto no pedir esta dispensa mientras yo no esté plenamente de acuerdo y le dé mi pleno consentimiento. Pero no puedo dar ese consentimiento en contra del parecer de mis Asistentes” (1º de diciembre de 1904). 

El problema se había vuelto, pues, insoluble, por la posición tomada por el mismo padre Félix. 

Según mi punto de vista personal, pienso que el padre Félix debió pedir su dispensa de votos, ateniéndose a su propia convicción y a la de los obispos y teólogos de México. Y como en aquel tiempo los obispos podían fundar nuevas congregaciones sin autorización de Roma, el padre Félix habría podido hacer la fundación ese mismo año, bajo los auspicios del Arzobispo de México. Esta Congregación sería por un tiempo de "derecho diocesano'' y más tarde, como es normal, pasada a ser "de derecho pontificio". 

La dispensa de los votos del padre Félix se habría tramitado sin dificultad, con el apoyo del mismo Superior General, y así nuestro fundador se habría ahorrado diez años de su tiempo y diez toneladas de su salud, que sufrió un desgaste continuo por el desgarre psicológico que produce siempre la tensión de fuerzas opuestas y poderosas, cuando se han apoderado de nuestro ser. 

Pero el padre Félix juzgaba las cosas de otra manera. Estaba seguro de que el Señor quería que él fundara la quinta Obra de la Cruz, pero quería saber si había llegado ya la hora señalada por Dios. Y confió en que Dios daría a sus superiores las luces suficientes para discernir su voluntad. Por eso decidió obedecer a toda costa. 

Su obediencia fue heroica. Fue durísimo para él renunciar a su ideal en el que había puesto todo aquel entusiasmo que brotaba de su temperamento decidido y fogoso. Pero renunció. Por todo el tiempo que los superiores determinaran, o también para siempre... 

Nada santifica tanto al hombre como el renunciar a su propio querer como un obsequio al querer de Dios. Nada lo purifica tanto como esto, porque entonces su corazón queda vacío de todo, y de sí mismo, y totalmente disponible para Dios. Por eso tengo la seguridad de que, después de estos diez años, el padre Félix era un verdadero santo. De manera que, lo que algunos consideramos como un error fue para el padre Félix el camino de su santificación. Es que a veces Dios conduce a sus elegidos por sendas que no entendemos. El mismo nos lo advierte por Isaías: "Mis caminos, no son los caminos de ustedes" (Is. 55. 8). 

Y ¿qué hacía el padre Félix en Barcelona? Si consideramos su experiencia y su calidad humana, diríamos que estaba perdiendo su tiempo. Pero si vemos las cosas con ojos de fe, debemos decir que se dedicaba a hacerse santo. 

La primera ocupación que le dio el padre Gauven fue pedir limosna para el sostenimiento de la Capilla Francesa que los padres Maristas tenían en Barcelona. El padre Félix escribe en su diario: 

"Ayer hice cinco visitas para pedir limosna. Es cosa que me cuesta demasiado. Pero lo hago con muchísimo gusto, pues así lo quiere mi Señor". 

Además le encargaron dar clases a un grupito de niños de 5 a 12 años: 

"Estoy dando clases a mis pequeños alumnos, enseñándoles a deletrear. El más pequeño tiene cinco años. Al principio, esto me costaba mucho; ahora ya no. Mientras haga yo la voluntad de Dios ¿qué importa hacer eso o cualquier otra cosa?" 

Por orden de su superior, visitó varios conventos de religiosas para ofrecerles sus servicios como confesor pero no tuvo mucha acogida: 

"Todas me ven como un pobre obrero sin trabajo. A veces me pongo rojo de vergüenza antes de entrar en sus casas, pero la santa obediencia me da valor, y al ofrecerlo todo a Jesús siento hasta alegría en medio de mi vergüenza". 

Después le encomendaron la asociación de institutrices y sirvientas; y el padre Félix las atendió "con muchísimo gusto". 

En los primeros meses de su "destierro", como él llamaba a este período, escribía con frecuencia al Superior General, insistiendo filialmente en que reconsiderara su caso, y dándole siempre nuevas razones para ello. En respuesta recibió esta carta: 

"Hace muy poco tiempo que Ud. ha escrito, y es demasiado que insista cada mes, además de que es inútil, pues mi resolución, que es también la del Consejo, no se modificará ni con las súplicas ni con el transcurso de los días o de los meses. Quédese tranquilo, esperando que llegue la hora de Dios, si es que ha de llegar. Pero si Ud. se siente obligado a escribirme de vez en cuando para pedirme lo mismo, tal vez yo no le conteste por no tener nada nuevo que decirle. Pero no por eso vaya a dudar de mi afecto paternal hacia Ud. y del ardiente deseo que tengo de que Ud. progrese en santidad y haga todo el bien que Dios quiere de Ud.” 

El 25 de marzo de 1905 murió el padre Martin, y fue elegido como nuevo Superior General de la Sociedad de María el padre Raffin. El padre Félix le escribió un "memorandum", pidiéndole que, como nuevo Superior General, se dignara revisar su caso. Su larga carta termina así: 

"Pero si Ud. cree que aún no ha llegado la hora, yo me quedaré tranquilo y resignado en mi querido "Nazaret" y esperaré obedeciendo, hasta que venga la hora de Dios. 

No digo que haré esto sin sentir en el fondo del corazón una cruelísima desolación; pero el deseo que tengo de obedecer lealmente y hasta el fin, me hará aceptar con especial alegría esta pesadísima cruz. 

La respuesta del nuevo Superior fue la misma de siempre: 

"El parecer unánime del Consejo es que no se le debe permitir hacer esa fundación. Pero si para llevar a cabo la misión que cree que Dios le ha encomendado desea pedir la dispensa de sus votos, no nos opondremos a que se la concedan". 

El padre Félix contestó a esta negativa agradeciendo al padre Raffin y a su Consejo el que hubieran vuelto a considerar su caso. Acepta seguir esperando hasta que Dios quiera, y termina con este párrafo:

"Humanamente todo parece terminado, pues yo contaba sobre todo con el apoyo de Ud.; pero en medio del sacrificio que hago al obedecer, siento tanta confianza en las promesas de Dios que me parece que mañana mismo voy a empezar su Obra". 

Yo pienso que con esto el padre Raffin comenzó a estimar y admirar al padre Félix, no sólo por su obediencia, sino también por la firmeza de su ideal. 

Así pasaron tres años más. Y en febrero de 1908 la salud del padre Félix no resistió más. En su diario escribe: 

"He llegado a un estado de debilidad que nunca antes había sentido, y tengo una bronquitis eterna”. 

El médico temió por su vida, ordenó reposo absoluto. Opinó que el clima de Barcelona era mortal para el enfermo, y aconsejó que se fuera a Francia. Los superiores lo mandaron a restablecerse al balneario de la Bourbule. El padre Félix escribe: 

"Le pido a Dios tener paciencia y que me conceda la gracia de nunca quejarme. Le he ofrecido a Dios mi enfermedad como expiación de mis innumerables pecados". 

Sucedió que por esos mismos días, el padre Raffin tuvo que ir también a restablecer su salud al mismo balneario y, sin que el padre Félix tocara el punto, quiso que le explicara ampliamente todo lo referente a su nuevo ideal. El padre Félix refiere en su diario el resultado de estas entrevistas: 

"Sentí una gran facilidad para abrirle mi alma, y le expuse las razones que podían convencerlo en favor de mi petición. El padre General se mostró muy contento por mi obediencia absoluta durante estos últimos años, y en el último paseo que hicimos juntos por la montaña, me dijo estas palabras: "En un principio, no sólo no creía en su nueva vocación, sino que pensé que eran proyectos sin consistencia y hasta me burlé de ellos en presencia de los padres. Pero ahora, por todo lo que usted me ha contado, creo que nuestro Señor lo llama a esa fundación, y le daremos el permiso que Ud. desea si así nos lo indica la Santa Sede". 

El padre Félix, regresó a Barcelona con una nueva esperanza y su salud mejoró notablemente. 

Al año siguiente, el padre Raffin visitó la comunidad de Barcelona, y habló nuevamente con el padre Félix. Este le dijo que tenía una duda que lo angustiaba y era esta: "Estando tan cierto de que Dios me llama a realizar esa fundación, ¿debo seguir pasivo indefinidamente, sin hacer nada al respecto?" El padre Ge­neral le dio por escrito esta respuesta: 

"Deje todo en manos de Dios. Deje que sea El que decida la hora. Usted siga obedeciendo como hasta ahora, porque este es el medio más seguro y más rápido para que le demás el permiso de comenzar la fundación que Ud. desea". 

Además de esto, le dio permiso para escribir a la Sra. Armida "una o dos veces al año, pero sin hablarle de la fundación". 

Sin embargo, el padre Raffin le había dicho varias veces al padre Félix que, si pedía su dispensa de votos, él no se opondría. Por esta razón, a lo largo de 1906 el padre Félix consultó a varias personas acerca de si debía o no pedir la dispensa de sus votos. Estas personas fueron: El Cardenal Casañas, de Barcelona, Mons. Ibarra, Arzobispo de Puebla, el P. Alejandro Cepeda y el P. Salustiano Carrera. Todos se sintieron inseguros para aconsejar un cambio radical en la vida del P. Félix, y opinaron que era mejor seguir esperando, ateniéndose a la seguridad que da la obediencia...  

El padre Félix comenta: 

"¡Confianza! Jesús lo ha dicho y su palabra se cumplirá a pesar de todos los obstáculos. Mientras viene ese día feliz, me voy a aplicar a ser más fiel en todo; a darme al Señor sin volverme a tomar; en dejar que Él haga en mí lo que quiera; en impregnarme más del espíritu de las Obras de la Cruz, y en prepararme con la gracia de Dios, a ser el primer Religioso de la Cruz" (Diario). 

Para el mes de agosto de ese año (1909), la salud del padre Félix estaba otra vez por los suelos. El médico insistió en que el clima de Barcelona le era muy perjudicial, y por eso mandaron al padre Félix al colegio que los padres Maristas tienen en Saint-Chamond. Era entonces una pequeña población de 13,000 habitantes que vivían de las minas de carbón y de la industria siderúrgica. El colegio de los Maristas era el mejor de la región. Contaba con 35 profesores y con más de 500 alumnos, casi todos internos. 

El padre Félix escribió en su diario: 

"Me han dado muy poco trabajo a causa de mi mala salud. 

Hasta mi cuarto llega a veces el silbido de las locomotoras; y sueño que es el tren que me ha de llevar a México..." 

Durante cinco años más, el padre Félix siguió en Saint-Chamond, obedeciendo y esperando su soñado tren... 

Cuando su salud estuvo regular, daba 12 horas de clase semanales, preparaba las lecciones, corregía los cuadernos y cuidaba la disciplina de los muchachos. Todo eso no le gustaba, pero se sentía contento:

"Mis ocupaciones actuales son opuestas a mis gustos naturales, pero me siento feliz, pues veo claro que Jesús me quiere aquí.  ¿Y qué más puedo desear fuera de su voluntad? Cada día doy las gracias al Señor por haberme traído a este pueblo, a este silencio, a esta soledad donde no conozco a nadie sino a mis hermanos y a mis alumnos. Siento que esta vida me llama. Lejos del mundo, con tiempo para mi oración y para cumplir mis tareas de cada día". 

Pero a pesar de esa aparente tranquilidad, al comenzar el año escolar 1910, escribe esta nota en su diario: 

"He notado que me he puesto muy nervioso, y que no puedo soportar nada contra la disciplina. Me esfuerzo en tener paciencia pero me cuesta muchísimo. Lo que pasa es que hay aquí uno o dos más nerviosos que yo... pero sin ninguna malicia. 

Jesús, quiero tener paciencia".
 

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