CAPÍTULO
V
ANÁLISIS DE LOS HECHOS
Ahora que el tiempo ha pasado y que la vida del padre Félix
pertenece a la historia, podemos analizar imparcialmente
estos hechos.
Ante todo podemos preguntarnos: ¿Hizo el padre Félix lo más
conveniente?
Esta pregunta es válida, porque en el derecho eclesiástico
está previsto el caso de los religiosos que, habiendo hecho
sus votos en cualquier congregación, descubren más tarde que
es otra su vocación y sinceramente creen que la voluntad de
Dios es que sigan otro camino. En esta situación, el
religioso tiene pleno derecho a pedir la dispensa de sus
votos, y al hacerlo no comete falta alguna, por el
contrario, busca por los cauces legítimos el fiel
cumplimiento de la voluntad del Señor.
De hecho, el Superior General del padre Félix le dice en su
carta del 1º. de julio de 1904:
"Si después de haber hecho nueve días de ejercicios
espirituales en el convento de los Trapenses, cree Ud. que
es la voluntad de Dios que pida la dispensa de sus votos
religiosos, yo no pondré ningún obstáculo, sino que le
ayudaré en todo lo que pueda".
Por otra parte, sabemos que el padre Félix manifiesta muchas
veces que él "no tiene ni la menor duda acerca de su nueva
vocación", y que "está absolutamente seguro de que su
llamamiento es de Dios". Además, para no valerse solamente
de sus propias luces, el padre Félix consulta a varios
obispos y a otros sacerdotes "muy competentes". Y todos le
dan su entusiasta aprobación.
Estando así las cosas, a mi juicio fue un error del P. Félix
hacer depender la fundación proyectada de la decisión de sus
superiores que vivían en Francia, y que, debido a la
distancia, no podían tener ni los datos ni los criterios
necesarios para una correcta evaluación del caso. Carecían,
por ejemplo, de un conocimiento directo y suficiente de la
Sra. Cabrera, de su carisma, de su espiritualidad, de sus
escritos, de las dos Obras de la Cruz ya aprobadas, de la
capacidad y calidad de los Obispos y teólogos que apoyaban
la fundación, y del proceso gradual que se había ido
operando en el padre Félix a lo largo de los últimos quince
meses.
Era natural que el P. Martin, y más aún sus consejeros,
negaran el permiso al buen padre Félix que quería fundar una
congregación basándose en unas supuestas revelaciones de una
tal Sra. mexicana...
Pero el mismo Superior General señala cuál era en realidad
el nudo insoluble de la situación, en una carta dirigida a
Mons. Leopoldo Ruiz, Obispo de León:
"Para fundar esa Congregación, el padre Félix tendría que
salir de la Sociedad de María, y para esto debería pedir a
Roma la dispensa de sus votos religiosos. Ahora bien, es el
mismo padre Félix el que ha resuelto no pedir esta dispensa
mientras yo no esté plenamente de acuerdo y le dé mi pleno
consentimiento. Pero no puedo dar ese consentimiento en
contra del parecer de mis Asistentes” (1º de diciembre de
1904).
El problema se había vuelto, pues, insoluble, por la
posición tomada por el mismo padre Félix.
Según mi punto de vista personal, pienso que el padre Félix
debió pedir su dispensa de votos, ateniéndose a su propia
convicción y a la de los obispos y teólogos de México. Y
como en aquel tiempo los obispos podían fundar nuevas
congregaciones sin autorización de Roma, el padre Félix
habría podido hacer la fundación ese mismo año, bajo los
auspicios del Arzobispo de México. Esta Congregación sería
por un tiempo de "derecho diocesano'' y más tarde, como es
normal, pasada a ser "de derecho pontificio".
La dispensa de los votos del padre Félix se habría tramitado
sin dificultad, con el apoyo del mismo Superior General, y
así nuestro fundador se habría ahorrado diez años de su
tiempo y diez toneladas de su salud, que sufrió un desgaste
continuo por el desgarre psicológico que produce siempre la
tensión de fuerzas opuestas y poderosas, cuando se han
apoderado de nuestro ser.
Pero el padre Félix juzgaba las cosas de otra manera. Estaba
seguro de que el Señor quería que él fundara la quinta Obra
de la Cruz, pero quería saber si había llegado ya la hora
señalada por Dios. Y confió en que Dios daría a sus
superiores las luces suficientes para discernir su voluntad.
Por eso decidió obedecer a toda costa.
Su obediencia fue heroica. Fue durísimo para él renunciar a
su ideal en el que había puesto todo aquel entusiasmo que
brotaba de su temperamento decidido y fogoso. Pero renunció.
Por todo el tiempo que los superiores determinaran, o
también para siempre...
Nada santifica tanto al hombre como el renunciar a su propio
querer como un obsequio al querer de Dios. Nada lo purifica
tanto como esto, porque entonces su corazón queda vacío de
todo, y de sí mismo, y totalmente disponible para Dios. Por
eso tengo la seguridad de que, después de estos diez años,
el padre Félix era un verdadero santo. De manera que, lo que
algunos consideramos como un error fue para el padre Félix
el camino de su santificación. Es que a veces Dios conduce a
sus elegidos por sendas que no entendemos. El mismo nos lo
advierte por Isaías: "Mis caminos, no son los caminos de
ustedes" (Is. 55. 8).
Y ¿qué hacía el padre Félix en Barcelona? Si consideramos su
experiencia y su calidad humana, diríamos que estaba
perdiendo su tiempo. Pero si vemos las cosas con ojos de fe,
debemos decir que se dedicaba a hacerse santo.
La primera ocupación que le dio el padre Gauven fue pedir
limosna para el sostenimiento de la Capilla Francesa que los
padres Maristas tenían en Barcelona. El padre Félix escribe
en su diario:
"Ayer hice cinco visitas para pedir limosna. Es cosa que me
cuesta demasiado. Pero lo hago con muchísimo gusto, pues así
lo quiere mi Señor".
Además le encargaron dar clases a un grupito de niños de 5 a
12 años:
"Estoy dando clases a mis pequeños alumnos, enseñándoles a
deletrear. El más pequeño tiene cinco años. Al principio,
esto me costaba mucho; ahora ya no. Mientras haga yo la
voluntad de Dios ¿qué importa hacer eso o cualquier otra
cosa?"
Por orden de su superior, visitó varios conventos de
religiosas para ofrecerles sus servicios como confesor pero
no tuvo mucha acogida:
"Todas me ven como un pobre obrero sin trabajo. A veces me
pongo rojo de vergüenza antes de entrar en sus casas, pero
la santa obediencia me da valor, y al ofrecerlo todo a Jesús
siento hasta alegría en medio de mi vergüenza".
Después le encomendaron la asociación de institutrices y
sirvientas; y el padre Félix las atendió "con muchísimo
gusto".
En los primeros meses de su "destierro", como él llamaba a
este período, escribía con frecuencia al Superior General,
insistiendo filialmente en que reconsiderara su caso, y
dándole siempre nuevas razones para ello. En respuesta
recibió esta carta:
"Hace muy poco tiempo que Ud. ha escrito, y es demasiado que
insista cada mes, además de que es inútil, pues mi
resolución, que es también la del Consejo, no se modificará
ni con las súplicas ni con el transcurso de los días o de
los meses. Quédese tranquilo, esperando que llegue la hora
de Dios, si es que ha de llegar. Pero si Ud. se siente
obligado a escribirme de vez en cuando para pedirme lo
mismo, tal vez yo no le conteste por no tener nada nuevo que
decirle. Pero no por eso vaya a dudar de mi afecto paternal
hacia Ud. y del ardiente deseo que tengo de que Ud. progrese
en santidad y haga todo el bien que Dios quiere de Ud.”
El 25 de marzo de 1905 murió el padre Martin, y fue elegido
como nuevo Superior General de la Sociedad de María el padre
Raffin. El padre Félix le escribió un "memorandum",
pidiéndole que, como nuevo Superior General, se dignara
revisar su caso. Su larga carta termina así:
"Pero si Ud. cree que aún no ha llegado la hora, yo me
quedaré tranquilo y resignado en mi querido "Nazaret" y
esperaré obedeciendo, hasta que venga la hora de Dios.
No digo que haré esto sin sentir en el fondo del corazón una
cruelísima desolación; pero el deseo que tengo de obedecer
lealmente y hasta el fin, me hará aceptar con especial
alegría esta pesadísima cruz.
La respuesta del nuevo Superior fue la misma de siempre:
"El parecer unánime del Consejo es que no se le debe
permitir hacer esa fundación. Pero si para llevar a cabo la
misión que cree que Dios le ha encomendado desea pedir la
dispensa de sus votos, no nos opondremos a que se la
concedan".
El padre Félix contestó a esta negativa agradeciendo al
padre Raffin y a su Consejo el que hubieran vuelto a
considerar su caso. Acepta seguir esperando hasta que Dios
quiera, y termina con este párrafo:
"Humanamente todo parece terminado, pues yo contaba sobre
todo con el apoyo de Ud.; pero en medio del sacrificio que
hago al obedecer, siento tanta confianza en las promesas de
Dios que me parece que mañana mismo voy a empezar su Obra".
Yo pienso que con esto el padre Raffin comenzó a estimar y
admirar al padre Félix, no sólo por su obediencia, sino
también por la firmeza de su ideal.
Así pasaron tres años más. Y en febrero de 1908 la salud del
padre Félix no resistió más. En su diario escribe:
"He llegado a un estado de debilidad que nunca antes había
sentido, y tengo una bronquitis eterna”.
El médico temió por su vida, ordenó reposo absoluto. Opinó
que el clima de Barcelona era mortal para el enfermo, y
aconsejó que se fuera a Francia. Los superiores lo mandaron
a restablecerse al balneario de la Bourbule. El padre Félix
escribe:
"Le pido a Dios tener paciencia y que me conceda la gracia
de nunca quejarme. Le he ofrecido a Dios mi enfermedad como
expiación de mis innumerables pecados".
Sucedió que por esos mismos días, el padre Raffin tuvo que
ir también a restablecer su salud al mismo balneario y, sin
que el padre Félix tocara el punto, quiso que le explicara
ampliamente todo lo referente a su nuevo ideal. El padre
Félix refiere en su diario el resultado de estas
entrevistas:
"Sentí una gran facilidad para abrirle mi alma, y le expuse
las razones que podían convencerlo en favor de mi petición.
El padre General se mostró muy contento por mi obediencia
absoluta durante estos últimos años, y en el último paseo
que hicimos juntos por la montaña, me dijo estas palabras:
"En un principio, no sólo no creía en su nueva vocación,
sino que pensé que eran proyectos sin consistencia y hasta
me burlé de ellos en presencia de los padres. Pero ahora,
por todo lo que usted me ha contado, creo que nuestro Señor
lo llama a esa fundación, y le daremos el permiso que Ud.
desea si así nos lo indica la Santa Sede".
El padre Félix, regresó a Barcelona con una nueva esperanza
y su salud mejoró notablemente.
Al año siguiente, el padre Raffin visitó la comunidad de
Barcelona, y habló nuevamente con el padre Félix. Este le
dijo que tenía una duda que lo angustiaba y era esta:
"Estando tan cierto de que Dios me llama a realizar esa
fundación, ¿debo seguir pasivo indefinidamente, sin hacer
nada al respecto?" El padre General le dio por escrito esta
respuesta:
"Deje todo en manos de Dios. Deje que sea El que decida la
hora. Usted siga obedeciendo como hasta ahora, porque este
es el medio más seguro y más rápido para que le demás el
permiso de comenzar la fundación que Ud. desea".
Además de esto, le dio permiso para escribir a la Sra.
Armida "una o dos veces al año, pero sin hablarle de la
fundación".
Sin embargo, el padre Raffin le había dicho varias veces al
padre Félix que, si pedía su dispensa de votos, él no se
opondría. Por esta razón, a lo largo de 1906 el padre Félix
consultó a varias personas acerca de si debía o no pedir la
dispensa de sus votos. Estas personas fueron: El Cardenal
Casañas, de Barcelona, Mons. Ibarra, Arzobispo de Puebla, el
P. Alejandro Cepeda y el P. Salustiano Carrera. Todos se
sintieron inseguros para aconsejar un cambio radical en la
vida del P. Félix, y opinaron que era mejor seguir
esperando, ateniéndose a la seguridad que da la
obediencia...
El padre Félix comenta:
"¡Confianza! Jesús lo ha dicho y su palabra se cumplirá a
pesar de todos los obstáculos. Mientras viene ese día feliz,
me voy a aplicar a ser más fiel en todo; a darme al Señor
sin volverme a tomar; en dejar que Él haga en mí lo que
quiera; en impregnarme más del espíritu de las Obras de la
Cruz, y en prepararme con la gracia de Dios, a ser el primer
Religioso de la Cruz" (Diario).
Para el mes de agosto de ese año (1909), la salud del padre
Félix estaba otra vez por los suelos. El médico insistió en
que el clima de Barcelona le era muy perjudicial, y por eso
mandaron al padre Félix al colegio que los padres Maristas
tienen en Saint-Chamond. Era entonces una pequeña población
de 13,000 habitantes que vivían de las minas de carbón y de
la industria siderúrgica. El colegio de los Maristas era el
mejor de la región. Contaba con 35 profesores y con más de
500 alumnos, casi todos internos.
El padre Félix escribió en su diario:
"Me han dado muy poco trabajo a causa de mi mala salud.
Hasta mi cuarto llega a veces el silbido de las locomotoras;
y sueño que es el tren que me ha de llevar a México..."
Durante cinco años más, el padre Félix siguió en Saint-Chamond,
obedeciendo y esperando su soñado tren...
Cuando su salud estuvo regular, daba 12 horas de clase
semanales, preparaba las lecciones, corregía los cuadernos y
cuidaba la disciplina de los muchachos. Todo eso no le
gustaba, pero se sentía contento:
"Mis ocupaciones actuales son opuestas a mis gustos
naturales, pero me siento feliz, pues veo claro que Jesús me
quiere aquí. ¿Y qué más puedo desear fuera de su voluntad?
Cada día doy las gracias al Señor por haberme traído a este
pueblo, a este silencio, a esta soledad donde no conozco a
nadie sino a mis hermanos y a mis alumnos. Siento que esta
vida me llama. Lejos del mundo, con tiempo para mi oración y
para cumplir mis tareas de cada día".
Pero a pesar de esa aparente tranquilidad, al comenzar el
año escolar 1910, escribe esta nota en su diario:
"He notado que me he puesto muy nervioso, y que no puedo
soportar nada contra la disciplina. Me esfuerzo en tener
paciencia pero me cuesta muchísimo. Lo que pasa es que hay
aquí uno o dos más nerviosos que yo... pero sin ninguna
malicia.
Jesús, quiero tener paciencia".
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