CAPÍTULO II
QUIÉN FUE CONCHITA CABRERA
Era una señora de
carácter jovial, sencilla y accesible. Su personalidad era
fruto de una vida mitad ranchera y mitad citadina.
Había nacido en
San Luis Potosí, México, el 8 de diciembre de 1862. Su
instrucción escolar fue muy escasa, porque pasó su niñez en
las haciendas de su familia. Estudió lo equivalente a tercer
año de primaria y le dieron clases de piano y de bordado. Lo
demás se lo enseñó su madre: la cocina, la costura, montar a
caballo, ordenar las vacas, hacer los quesos, enseñar el
catecismo a las hijas de los peones...
Su adolescencia
fue simple y común, pero sentía un fuerte llamado interior a
la vida de oración. En su diario leemos:
"De los 16 a los
20 años, crucé por una época de bailes, teatros, paseos,
vanidades y deseos de agradar, aunque solo a Pancho (su
novio), porque los demás no me importaban.
Pero en medio de
este mar de vanidades y de fiestas, mi alma sentía un deseo
vehemente de saber hacer oración".
A los 22 años se
casó con el único novio que tuvo (Francisco Armida) y fue
madre de 9 hijos, 7 varones y 2 niñas.
Cuando llevaba
poco tiempo de casada, hubo un cambio asombroso en su vida
espiritual. Ella nos lo dice en su diario:
"Cuando contaba
año y medio de casada, comenzó el Señor a llamarme con mucha
fuerza a la perfección. Desde entonces comenzaron las cosas
extraordinarias”.
Podemos distinguir
dos clases de gracias extraordinarias en la vida de
Conchita: unas fueron las gracias que obraron su
santificación personal; fueron gracias de purificación, de
iluminación, y de unión muy íntima con Dios. Las otras
gracias extraordinarias fueron las que hicieron de Conchita
un instrumento de Dios para realizar en su iglesia
determinadas obras externas. Estas gracias se reducen al
carisma de "profecía". Este carisma no consiste siempre en
el anuncio de cosas futuras, sino sobre todo en recibir
mensajes de Dios por medio de palabras o de visiones. Unos
mensajes fueron para enriquecer a la Iglesia con enseñanzas
sublimes acerca de los misterios de Dios, de los caminos de
la oración y de las virtudes cristianas. Otros mensajes
fueron para que se establecieran en la Iglesia cinco nuevas
instituciones que han sido llamadas "las cinco Obras de la
Cruz".
Cuando Conchita
tenía 24 años, escribe en su diario:
"Hoy no sé qué
escribir. No sé cómo expresar lo que experimenta mi alma.
¡Ay, Dios Mío, te has apoderado de mí! Tú me llenas por
completo. No sé lo que quieres de mí, pero a todo estoy
dispuesta" (Diario).
En cuanto a su
carisma profético, Conchita lo explica así:
"A veces no quiero
oír, y oigo; no quiero entender, y entiendo; no quiero ni
voltear para donde está el Señor, para no verse
comprometida, y me sale al encuentro y me reprende.
A veces me va
dictando frases o palabras. Otras veces no, sino que de
golpe imprime dentro de mí un torrente de cosas.
A veces es muy
lacónico, pero me deja una inteligencia clara de lo que
quiere que entienda.
Se me van
aquietando los sentidos como a una señal del Señor, y
también la memoria y la imaginación, y quedo como un papel
limpio, como vacía de mí misma. Y, sin que yo coordine las
ideas, me viene una ilación de palabras o conceptos ya
formados, o párrafos que entiendo de golpe.
Yo interrumpo esta
locución interior con preguntas o con afectos, y entonces
surge el diálogo, porque el Señor se digna explicarme.
Yo no oigo su voz
con los oídos del cuerpo, esto sólo en pocas ocasiones.
A veces se
levantan en mí tentaciones de que invento, de que engaño;
pero cuando tengo paz, no puedo dudar de que son de Dios
estas cosas. Y además, constato que, si el Señor no me da,
ya me puedo estar las horas en oración, y no doy de mí ni
una línea, no puedo inventar aunque quiera.
A veces pasan
meses y el Señor no me habla. Pero hay ocasiones en que no
tengo tiempo para escribir todo lo que me dice.
Otra manera en la
que el Señor se comunica conmigo es por medio de la
escritura. Escucho su voz que me dice: "escribe". Al
principio me resistía, pero luego comencé a obedecer; y en
el instante de coger el lápiz, comenzaba el Señor a dictar
pliegos y pliegos, a veces de cosas altísimas, que yo jamás
podría inventar". (Diario).
Ocho años después
de que el Señor "comenzó a llamarla con mucha fuerza", es
decir cuando Conchita tenía 32 años, Dios le concedió la
gracia que los teólogos llaman "los desposorios
espirituales”. Es una gracia de orden místico, es decir, no
es el hombre el que obra, sino es Dios el que lo une a sí de
una manera especial y altísima que solo los santos conocen.
Conchita describe así esta gracia extraordinaria:
23 de enero.
(1894). "Yo estaba sumida en una contemplación, sin moverme,
entendiendo muchas cosas, y con mucha profundidad, en las
palabras que Jesús me decía. Él lo hacía todo. Me puso la
mano en la cabeza. Su mirada como que me bañaba. Y yo, pues
no más lloraba y callaba. ¿Qué había de decirle, si nada se
me ocurría, sino aplastarme? Jesús dijo:
--Ahora eres mi
esposa, y estás muy hermosa a mis ojos, con el velo de la
inocencia y el vestido de la penitencia. Te amo mucho, y te
pido que me llames Esposo.
--No. Jesús, eso
no, porque me da vergüenza.
-- ¿Pero acaso no
es una realidad? ¿No sabes que para Mí no hay imposibles?
¡Vieras cuanto me complazco en ti, porque estás engalanada
con mis favores! Yo contemplo mi propia imagen allá dentro
de tu alma. Jamás la empañes, esposa mía.
--Jesús, yo te
prometo amarte siempre, con todas mis fuerzas.
--Pídeme lo que
quieras. Hoy no puedo negarte nada.
--Te pido hacer
siempre tu voluntad, y salvar muchas almas".
Tres meses más
tarde, (18 de abril), Conchita redactó los estatutos de la
primera de las Obras de la Cruz, que se llamó "El Apostolado
de la Cruz":
"Llevé los
estatutos del Apostolado ante Jesús, para que los bendijera
y les diera vida. Y acabando de comulgar me dijo: "El fin de
este apostolado es ofrecer amorosamente el sufrimiento para
alcanzar la salvación de muchas almas".
En los estatutos
se nos dice que: "el Apostolado de la Cruz es una agrupación
de Cristianos que, movidos por el Espíritu Santo, se dedican
a ofrecerle al Padre Celestial a Jesús, y a ofrecerse
juntamente con Él, como víctimas por la salvación de todos.
Así tratan de participar íntimamente en el sacerdocio de
Cristo, ofreciéndose con Él en la "cruz de cada día" (Mat
10.38).
Esta obra es para
todos los cristianos que buscan vivir su sacerdocio
bautismal y, por ese camino, responder a la vocación
universal a la santidad.
Más adelante
explicaremos también la irradiación apostólica y social de
esta Obra.
El 9 de febrero de 1897 Conchita recibió otra gracia
extraordinaria que los místicos llaman "unión
transformante", y es una de las cumbres más altas a las que
Dios conduce a sus elegidos. Después de recibir este don,
Conchita trata de explicado a su director espiritual:
"Por la noche fui
instada a la oración, desde la una, pero de manera muy
fuerte. Desde que me desperté el Señor, me sentí muy llena
de Él; no como de ordinario, sino de una manera especial y
plena. Sentía, sin saber porqué, el peso de la majestad
divina. Me sorprendí de que al despertar estaba repitiendo
estas palabras, como desbordadas naturalmente de mi corazón:
¡Trinidad Santísima ten compasión de nosotros, Tú que eres
un sólo Dios! Y no podía interrumpir las alabanzas.
Jesús me dijo:
--Levántate. Aquí
están el Padre y el Espíritu. Han venido porque quiero
presentarles a tu alma como mi esposa.
Yo me eché al
suelo, y con la frente pegada ahí, me humilló y me sentí
confundida, ¡Y cómo no, si sentía la presencia real de las
Tres Divinas Personas!
Por dos horas no
disminuyó aquel fuego del alma, hasta que me vino como un
desmayo del cuerpo, producido por la vehemencia de lo que
experimentaba mi espíritu.
Quedó mi alma con
gran fervor. Y también ha quedado un efecto que sigo
experimentando: un crecimiento constante de amor, de
respeto, y de íntimo conocimiento, ya no tan oscuro, de la
Santísima Trinidad. ¡Oh Dios mío, trino y uno, bendito seas
siempre, por los siglos de los siglos!".
Tres meses
después, el 3 de mayo, por intervención de Conchita, se
fundó la segunda de las Obras de la Cruz, es decir, el
primer convento de las Religiosas de la Cruz. El Señor le
había dicho:
"Tú serás el
cimiento de esta obra. Los cimientos no se ven, pero sobre
ellos se apoya toda la construcción".
En las
Constituciones de esta congregación leemos:
"Dios ha llamado a
las Religiosas de la Cruz para seguir muy de cerca a Cristo
Jesús, Sacerdote y Víctima. Por lo tanto, guiadas por el
Espíritu Santo, han de vivir unidas a Cristo y asemejarse a
Él siendo una ofrenda permanente al Divino Padre, en favor
de la Iglesia y del mundo.
Buscarán a Dios en
una vida de contemplación, soledad y silencio; de trabajo
humilde y sencillo, y para participar en la oblación
redentora de Cristo Jesús, se unirán a Él en el Sacrificio
de la Misa, y lo adorarán constantemente en la Sagrada
Eucaristía".
En los años
siguientes, el Señor le habló algunas veces a Conchita
acerca de una congregación de religiosos con la misma
espiritualidad. Ella ansiaba que llegara la hora señalada
para esta nueva fundación.
Entre tanto, el
Señor seguía preparando a su sierva, con dones cada vez
mayores, para la gracia central de su vida: la encarnación
mística.
Y así llegamos a
1903, y al 4 de febrero, cuando Conchita tuvo aquel
encuentro providencial con el padre Félix Rougier.
Ella tenía
entonces 41 años de edad, era viuda, atendía y educaba a sus
9 hijos, y sin que ellos se dieran cuenta, practicaba
rigurosas penitencias, hacía tres horas diarias de oración,
escribía constantemente páginas inspiradas por Dios, y
avanzaba increíblemente por los caminos de la vida mística.
Cuando Conchita
Cabrera se encontró con el padre Félix, era ya una mujer
extraordinariamente santa.
Para que surja un
santo se necesitan dos cosas: Por parte de Dios, gracias
especiales, que superan el nivel común de las que recibimos
todos los buenos cristianos, (y que, por cierto, son
enormes). Pero además, por parte del hombre se necesita una
fidelidad extraordinaria a las gracias recibidas, una
generosidad y una entrega a Dios fuera de lo común. Y es en
esto en lo que los santos son modelo para todos nosotros; no
en los dones excepcionales que recibieron, sino en la
generosidad excepcional con que ellos se entregaron a Dios.
Conchita es un
caso fuera de lo común en ambas cosas, aún a partir del
nivel privilegiado de los santos. Para conocerla bien,
nuevamente remito al lector a mi libro "Pueblo Sacerdotal"
en el que se siguen paso a paso no solo los acontecimientos
externos de su vida, sino sobre todo las etapas de su
desarrollo espiritual.
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