Vida y Espiritualidad de Félix de Jesús Rougier


Misioneros del Espíritu Santo
Vida y Espiritualidad del
Venerable Félix de Jesús Rougier, M.Sp.S
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Ricardo Zimbrón L., M.Sp.S.

 

 
 
   
  
   
  
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CAPÍTULO II

QUIÉN FUE CONCHITA CABRERA 
 

Era una señora de carácter jovial, sencilla y accesible. Su personalidad era fruto de una vida mitad ranchera y mitad citadina. 

Había nacido en San Luis Potosí, México, el 8 de diciembre de 1862. Su instrucción escolar fue muy escasa, porque pasó su niñez en las haciendas de su familia. Estudió lo equivalente a tercer año de primaria y le dieron clases de piano y de bordado. Lo demás se lo enseñó su madre: la cocina, la costura, montar a caballo, ordenar las vacas, hacer los quesos, enseñar el catecismo a las hijas de los peones... 

Su adolescencia fue simple y común, pero sentía un fuerte llamado interior a la vida de oración. En su diario leemos: 

"De los 16 a los 20 años, crucé por una época de bailes, teatros, paseos, vanidades y deseos de agradar, aunque solo a Pancho (su novio), porque los demás no me importaban. 

Pero en medio de este mar de vanidades y de fiestas, mi alma sentía un deseo vehemente de saber hacer oración".

A los 22 años se casó con el único novio que tuvo (Francisco Armida) y fue madre de 9 hijos, 7 varones y 2 niñas. 

Cuando llevaba poco tiempo de casada, hubo un cambio asombroso en su vida espiritual. Ella nos lo dice en su diario: 

"Cuando contaba año y medio de casada, comenzó el Señor a llamarme con mucha fuerza a la perfección. Desde entonces comenzaron las cosas extraordinarias”. 

Podemos distinguir dos clases de gracias extraordinarias en la vida de Conchita: unas fueron las gracias que obraron su santificación personal; fueron gracias de purificación, de iluminación, y de unión muy íntima con Dios. Las otras gracias extraordinarias fueron las que hicieron de Conchita un instrumento de Dios para realizar en su iglesia determinadas obras externas. Estas gracias se reducen al carisma de "profecía". Este carisma no consiste siempre en el anuncio de cosas futuras, sino sobre todo en recibir mensajes de Dios por medio de palabras o de visiones. Unos mensajes fueron para enriquecer a la Iglesia con enseñanzas sublimes acerca de los misterios de Dios, de los caminos de la oración y de las virtudes cristianas. Otros mensajes fueron para que se establecieran en la Iglesia cinco nuevas instituciones que han sido llamadas "las cinco Obras de la Cruz". 

Cuando Conchita tenía 24 años, escribe en su diario: 

"Hoy no sé qué escribir. No sé cómo expresar lo que experimenta mi alma. ¡Ay, Dios Mío, te has apoderado de mí! Tú me llenas por completo. No sé lo que quieres de mí, pero a todo estoy dispuesta" (Diario). 

En cuanto a su carisma profético, Conchita lo explica así: 

"A veces no quiero oír, y oigo; no quiero entender, y entiendo; no quiero ni voltear para donde está el Señor, para no verse comprometida, y me sale al encuentro y me reprende. 

A veces me va dictando frases o palabras. Otras veces no, sino que de golpe imprime dentro de mí un torrente de cosas. 

A veces es muy lacónico, pero me deja una inteligencia clara de lo que quiere que entienda. 

Se me van aquietando los sentidos como a una señal del Señor, y también la memoria y la imaginación, y quedo como un papel limpio, como vacía de mí misma. Y, sin que yo coordine las ideas, me viene una ilación de palabras o conceptos ya formados, o párrafos que entiendo de golpe. 

Yo interrumpo esta locución interior con preguntas o con afectos, y entonces surge el diálogo, porque el Señor se digna explicarme. 

Yo no oigo su voz con los oídos del cuerpo, esto sólo en pocas ocasiones. 

A veces se levantan en mí tentaciones de que invento, de que engaño; pero cuando tengo paz, no puedo dudar de que son de Dios estas cosas. Y además, constato que, si el Señor no me da, ya me puedo estar las horas en oración, y no doy de mí ni una línea, no puedo inventar aunque quiera. 

A veces pasan meses y el Señor no me habla. Pero hay ocasiones en que no tengo tiempo para escribir todo lo que me dice. 

Otra manera en la que el Señor se comunica conmigo es por medio de la escritura. Escucho su voz que me dice: "escribe". Al principio me resistía, pero luego comencé a obedecer; y en el instante de coger el lápiz, comenzaba el Señor a dictar pliegos y pliegos, a veces de cosas altísimas, que yo jamás podría inventar". (Diario). 

Ocho años después de que el Señor "comenzó a llamarla con mucha fuerza", es decir cuando Conchita tenía 32 años, Dios le concedió la gracia que los teólogos llaman "los desposorios espirituales”. Es una gracia de orden místico, es decir, no es el hombre el que obra, sino es Dios el que lo une a sí de una manera especial y altísima que solo los santos conocen. Conchita describe así esta gracia extraordinaria: 

23 de enero. (1894). "Yo estaba sumida en una contemplación, sin moverme, entendiendo muchas cosas, y con mucha profundidad, en las palabras que Jesús me decía. Él lo hacía todo. Me puso la mano en la cabeza. Su mirada como que me bañaba. Y yo, pues no más lloraba y callaba. ¿Qué había de decirle, si nada se me ocurría, sino aplastarme? Jesús dijo: 

--Ahora eres mi esposa, y estás muy hermosa a mis ojos, con el velo de la inocencia y el vestido de la penitencia. Te amo mucho, y te pido que me llames Esposo. 

--No. Jesús, eso no, porque me da vergüenza. 

-- ¿Pero acaso no es una realidad? ¿No sabes que para Mí no hay imposibles? ¡Vieras cuanto me complazco en ti, porque estás engalanada con mis favores! Yo contemplo mi propia imagen allá dentro de tu alma. Jamás la empañes, esposa mía. 

--Jesús, yo te prometo amarte siempre, con todas mis fuerzas.

--Pídeme lo que quieras. Hoy no puedo negarte nada. 

--Te pido hacer siempre tu voluntad, y salvar muchas almas". 

Tres meses más tarde, (18 de abril), Conchita redactó los estatutos de la primera de las Obras de la Cruz, que se llamó "El Apostolado de la Cruz": 

"Llevé los estatutos del Apostolado ante Jesús, para que los bendijera y les diera vida. Y acabando de comulgar me dijo: "El fin de este apostolado es ofrecer amorosamente el sufrimiento para alcanzar la salvación de muchas almas". 

En los estatutos se nos dice que: "el Apostolado de la Cruz es una agrupación de Cristianos que, movidos por el Espíritu Santo, se dedican a ofrecerle al Padre Celestial a Jesús, y a ofrecerse juntamente con Él, como víctimas por la salvación de todos. Así tratan de participar íntimamente en el sacerdocio de Cristo, ofreciéndose con Él en la "cruz de cada día" (Mat 10.38). 

Esta obra es para todos los cristianos que buscan vivir su sacerdocio bautismal y, por ese camino, responder a la vocación universal a la santidad. 

Más adelante explicaremos también la irradiación apostólica y social de esta Obra. 

El 9 de febrero de 1897 Conchita recibió otra gracia extraordinaria que los místicos llaman "unión transformante", y es una de las cumbres más altas a las que Dios conduce a sus elegidos. Después de recibir este don, Conchita trata de explicado a su director espiritual: 

"Por la noche fui instada a la oración, desde la una, pero de manera muy fuerte. Desde que me desperté el Señor, me sentí muy llena de Él; no como de ordinario, sino de una manera especial y plena. Sentía, sin saber porqué, el peso de la majestad divina. Me sorprendí de que al despertar estaba repitiendo estas palabras, como desbordadas naturalmente de mi corazón: ¡Trinidad Santísima ten compasión de nosotros, Tú que eres un sólo Dios! Y no podía interrumpir las alabanzas. 

Jesús me dijo: 

--Levántate. Aquí están el Padre y el Espíritu. Han venido porque quiero presentarles a tu alma como mi esposa.

Yo me eché al suelo, y con la frente pegada ahí, me humilló y me sentí confundida, ¡Y cómo no, si sentía la presencia real de las Tres Divinas Personas! 

Por dos horas no disminuyó aquel fuego del alma, hasta que me vino como un desmayo del cuerpo, producido por la vehemencia de lo que experimentaba mi espíritu. 

Quedó mi alma con gran fervor. Y también ha quedado un efecto que sigo experimentando: un crecimiento constante de amor, de respeto, y de íntimo conocimiento, ya no tan oscuro, de la Santísima Trinidad. ¡Oh Dios mío, trino y uno, bendito seas siempre, por los siglos de los siglos!". 

Tres meses después, el 3 de mayo, por intervención de Conchita, se fundó la segunda de las Obras de la Cruz, es decir, el primer convento de las Religiosas de la Cruz. El Señor le había dicho: 

"Tú serás el cimiento de esta obra. Los cimientos no se ven, pero sobre ellos se apoya toda la construcción". 

En las Constituciones de esta congregación leemos: 

"Dios ha llamado a las Religiosas de la Cruz para seguir muy de cerca a Cristo Jesús, Sacerdote y Víctima. Por lo tanto, guiadas por el Espíritu Santo, han de vivir unidas a Cristo y asemejarse a Él siendo una ofrenda permanente al Divino Padre, en favor de la Iglesia y del mundo. 

Buscarán a Dios en una vida de contemplación, soledad y silencio; de trabajo humilde y sencillo, y para participar en la oblación redentora de Cristo Jesús, se unirán a Él en el Sacrificio de la Misa, y lo adorarán constantemente en la Sagrada Eucaristía". 

En los años siguientes, el Señor le habló algunas veces a Conchita acerca de una congregación de religiosos con la misma espiritualidad. Ella ansiaba que llegara la hora señalada para esta nueva fundación. 

Entre tanto, el Señor seguía preparando a su sierva, con dones cada vez mayores, para la gracia central de su vida: la encarnación mística. 

Y así llegamos a 1903, y al 4 de febrero, cuando Conchita tuvo aquel encuentro providencial con el padre Félix Rougier. 

Ella tenía entonces 41 años de edad, era viuda, atendía y educaba a sus 9 hijos, y sin que ellos se dieran cuenta, practicaba rigurosas penitencias, hacía tres horas diarias de oración, escribía constantemente páginas inspiradas por Dios, y avanzaba increíblemente por los caminos de la vida mística. 

Cuando Conchita Cabrera se encontró con el padre Félix, era ya una mujer extraordinariamente santa.

Para que surja un santo se necesitan dos cosas: Por parte de Dios, gracias especiales, que superan el nivel común de las que recibimos todos los buenos cristianos, (y que, por cierto, son enormes). Pero además, por parte del hombre se necesita una fidelidad extraordinaria a las gracias recibidas, una generosidad y una entrega a Dios fuera de lo común. Y es en esto en lo que los santos son modelo para todos nosotros; no en los dones excepcionales que recibieron, sino en la generosidad excepcional con que ellos se entregaron a Dios.

Conchita es un caso fuera de lo común en ambas cosas, aún a partir del nivel privilegiado de los santos. Para conocerla bien, nuevamente remito al lector a mi libro "Pueblo Sacerdotal" en el que se siguen paso a paso no solo los acontecimientos externos de su vida, sino sobre todo las etapas de su desarrollo espiritual.
 

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