CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Relaciones de Familia y Amistad

"El Señor me apretaba fuerte a las humillaciones con mis cuñadas, a querer aparecer ante ellas como inútil y que cuanto hiciera no les agradara. Así lo hice años y años, venciéndome con la gracia de Dios. Mucho me sirvió este crisol en el que mi marido muchas veces les daba la razón, para desprenderme de mi misma y no creerme capaz de nada bueno, ni exterior ni interiormente. Cuando hablaba, aunque le costó mucho a mi soberbia al principio, siempre alababa a mis cuñadas aún con mi marido y a sus buenos papás. Así, con la gracia de Dios curé mi orgullo. Jamás le decía a mi esposo lo poco que tuviera que sentir de su familia, no por virtud seguro, sino por conservar la paz, aunque todo esto se lo ofrecía al Señor. Con el tiempo este modo de ser me conquistó gran estimación inmerecida de él.

"Mi suegro siempre me quiso; hacía mucho que no frecuentaba los sacramentos y le rogué que lo hiciera, le arreglé que se confesara y Dios me concedió que lo hiciera, muriendo algún tiempo después repentinamente.

"Mi suegra me decía después que cuando me casé no me quería nada, pero que después mucho. Y así era; ella me defendía hasta con mi marido; me buscaba y yo le hablaba de Dios, y le explicaba algunas meditaciones como yo podía, y como era un alma tan pura y tan buena, sólo sin cultivo, todo le caía muy bien. Yo la sentí mucho cuando murió, pero, de no frecuentar antes los sacramentos, después comenzó a hacerlo y fue muy fervorosa y sufrida" (Aut. I, p. 152-154 ).

"Por las tardes, al obscurecer, me iba a la iglesia de san Juan de Dios y allí cerquita del sagrario desahogaba mi pecho cerca de Jesús; le ofrecía a mis niños, a mi marido y a mis criados, pidiéndole luz y tino para saber cumplir mis deberes". (Aut. I, p. 157).

Su existencia se desarrollaba normalmente entre las obligaciones de su hogar y sus relaciones sociales, sin poder sustraerse a todas las circunstancias imprevistas.

"Tuve que ir a visitar a un sacerdote: se oscureció y ni coches ni tranvías parecían. Era muy grande mi angustia; el tiempo pasaba y resolví volverme a pie, pero como había muchas vías y yo no sabía el camino me acerqué a una tiendita a preguntar. Sin poderlo impedir salió de ahí un hombre que me hacía temblar y que me dijo que me conduciría. Se me arrimaba mucho, olía a vino, y andábamos y más andábamos, conociendo yo el peligro y encomendándome a la Sma. Virgen. Era de noche, había invitado mi marido un señor a cenar, y yo tan lejos, ¡Dios mío! y sin saber a donde iba a parar. Nunca he sufrido en esa materia lo que entonces. Por fin la Sma. Virgen me oyó y al voltear una esquina pasaba un tranvía, ni supe de donde era y escapándome de aquel hombre que me detenía, me subí y me salvé" (Aut. I. p. 53-53).


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